Mujeres viajeras. Luisa Borovsky
modo que en casa se la condena a trabajos forzados en Brest o Tolón”. Un reo que comete delitos menores es nombrado vigilante. Si el delito es robo premeditado o riña, debe servir como soldado en la frontera con los indios. En cambio, el “ladrón incorregible, malvado y divertido, el canalla que nunca da un golpe, siempre apuñala”, es elegido para la música “y por sus pecados toca en una banda durante tres, cuatro, cinco, seis años o más, según la buena voluntad de sus jueces”.
Lina destaca que “gracias al talento innato de los criollos, indios, negros o mulatos para la armonía”, al oír esa música nada sugiere que los intérpretes estén condenados a tocarla como otros están condenados a la prisión.
A continuación refiere uno de los raros casos en que un delincuente es ejecutado. Aunque no expresa abiertamente su opinión, en su actitud piadosa se percibe el rechazo, que haría manifiesto en sus posteriores ensayos sobre la pena de muerte y los sistemas penitenciarios. De regreso en Suiza, a través de la escritura y de su tarea personal en las penitenciarías para mujeres defendería la función reformadora de la cárcel y la reinserción social.
Lina Beck-Bernard aborda en Le Rio Paraná otro tema polémico: la emancipación de los esclavos. Esta vez, su actitud hacia los criollos es benévola. La alsaciana educada en el recato y la contención de los gestos amorosos valora la afectividad de las “razas españolas”. Esa cualidad, que atempera los prejuicios raciales, suaviza aspectos de la esclavitud, “institución detestable” que no admite matices en Brasil o los Estados Unidos. Su piedad se distribuye entre amos y esclavos. Es solidaria con los patronos porque la emancipación les impone un “alto precio”, y si bien reprueba ciertas actitudes de los libertos, las considera “tristes y degradantes consecuencias de la irresponsabilidad individual y moral de una institución injusta, donde el hombre es una cosa, en lugar de mantener el carácter sagrado de su ser libre, pensante, inmortal”. Su ética le dicta este párrafo.
Más allá de la perspectiva personal, el desarrollo de este tema muestra que la emancipación total de los esclavos y sus hijos se completó en un período de casi treinta años. Y, más importante aún, señalar los trastornos que causó a los amos implica reconocer la fuerza de trabajo que constituían esos esclavos, no sólo en las colonias anglosajonas de América.
La esclavitud –un tema al que Lina volvería en Telma, su segunda novela– tiene relación directa con el motivo de su viaje: la abolición gradual debía dar tiempo a que la inmigración extranjera sustituyera “los brazos de los negros”, pero las guerras civiles, las revoluciones, la corriente de emigración hacia Norteamérica, alejaban a los extranjeros de la idea de establecerse en la Confederación Argentina. Para revertir esa situación su marido había creado la empresa colonizadora Beck y Herzog.
En 1861 la Batalla de Pavón instauró la hegemonía de Buenos Aires. En reconocimiento por sus servicios, en 1864 el presidente Mitre nombró agente de inmigración a Charles Beck. A partir de 1868 fue, durante veinte años, cónsul argentino en Suiza. Desde Lausana, donde moriría en 1888, Lina Beck-Bernard siguió escribiendo obras de ficción sobre temas santafesinos. En La estancia de Santa Rosa y más tarde en Fleurs des Pampas. Scenes et souvenirs du désert argentin, siguió relatando la historia de la colonización que combatió el “desierto” con el arado, y así dio origen a una meca progresista que fue también el origen de muchas familias argentinas.
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