Mujeres viajeras. Luisa Borovsky
Los Yankees desdeñan, y con razón, ese reportismo que tiene por tema encajes y sedas; hallan sin duda la tarea poco varonil. Es lástima que en los demás países no suceda otro tanto.
En ello además, las mujeres tienen un medio honrado é intelectual para ganar su vida: y se emancipan así de la cruel servidumbre de la aguja, servidumbre terrible desde la invención de las máquinas de coser. Más tarde debía aparecer la mujer empleado, ya en el Correo ya en los Ministerios.
Una buena reporter gana en los Estados Unidos de doscientos cincuenta á trescientos duros mensuales.
Merced al frac y á la corbata blanca, penetra el reporter masculino; la gasa ó la muselina abren las puertas de los salones de baile á las muchachas reporters; éstas, por lo general, son jóvenes de dieciocho á veinte años. He visto siempre acoger con gran simpatía, á esa pléyade intelectual en todas partes, y yo tuve gran amistad y aprecio por miss Snead, la primer reporter de la Union. En dónde no se encontraba á la aérea y elegante escritora tan alegre y jocosa? Era curioso observarla. Parecía ocupada como las demás muchachas en bailar y en flirtear. Pero un solo detalle no se le escapaba, y al dia siguiente su crónica era de seguro la más completa; y casi siempre, por más que esto parezca inverosímil, la más benévola. Indudablemente, la tarea del reportismo concienzudo, ejerce una influencia benéfica en el espíritu de la mujer y ensancha las tendencias más ó ménos estrechas de su carácter y las aleja forzosamente de la crítica envidiosa.
No se crea por esto, sinembargo, que el reportismo femenino se compone puramente de miel y ambrosía. Oh, no! Y algunas veces he deplorado el mal gusto empleado para criticar, ya sea el atavío, ya el físico ó las maneras del desgraciado ó desgraciada, que en la gran falta incurría, de no caer en gracia á la autora de la crónica; pero, este mal no es especial á sexo alguno en ningún país. He leído cosas atroces referentes especialmente al Cuerpo Diplomático, de reporters barbudos ó con tez de rosa. Ese Corp, sin embargo, que es para los Americanos el prototipo de la elegancia y del buen tono, servía con frecuencia de blanco á tiros desapiadados; sin duda, á causa del gran ideal que evocaba, eran los reportes de ambos sexos más exigentes con él. El Sunday Gazette de Washington, solía traer críticas acervas sobre la mezquindad de la manera de vivir de uno ú otro Representante de naciones de primer órden, entrando en detalles penosísimos, no sólo para la víctima, sino hasta para sus colegas favorecidos. En ninguna parte la prensa trata esas cuestiones diplomático-sociales con mayor desparpajo. Entre nosotros, tales abusos, dieran quizá margen á reclamaciones: en los Estados Unidos nadie puede evitarlos, ni mucho menos castigarlos.
Ha visto Vd. el Opera House? Era la primer pregunta que en Filadelfia me hacían las señoras, y agregaban: No deje Vd. de admirar el chandelier; debilidad un tanto provincial era ésta; excusable, sinembargo, pues la mentada araña del teatro es hermosísima y alumbra por sí sola toda la sala muy espaciosa y acústica.
Il Ballo in Maschera horriblemente ejecutado por una compañía de tercer órden, fué el espectáculo á que asistí en Filadelfia. Llegaba yo de París, donde Mario terminaba su carrera musical, con esa partitura, en compañía de la Penco: no es de extrañarse, pues, si la representacion me pareció aún peor, quizá, de lo que en realidad lo fuera.
El público, no obstante acogió á los cantantes con especial benevolencia: fueron aplaudidos y hasta silbados, que los Yankees para expresar el colmo de su entusiasmo, hacen precisamente lo contrario de los demás pueblos, silban con furor. Prevenidos los artistas de antemano, de esta aberración, saben á qué atenerse, y el odioso silbido, acaricia más bien que hiere sus oídos. La Patti alguna vez me ha confesado el horror que los silbidos le produjeron siempre, á pesar de haber comenzado su carrera, en los Estados Unidos; yo creo que á mí me hubiera sucedido otro tanto: el palmoteo parece signo natural de contento.
Gusta mucho el pueblo Americano de la repetición de un motivo que ha sido bien ejecutado y lleva su exigencia, á veces, hasta el extremo de pedirlo, de exigirlo cuatro y cinco veces seguidas. Como se supone, la corrección musical nada gana con esos encores, pues los Yankees, es la palabra francesa que usan, en lugar del bis latino usual en Francia. No poca gracia me causó en un teatro de Minstrels (son éstos cantores que se pintan y disfrazan de negros, para cantar y bailar música bufa), ver en los costados del proscenio, dos grandes letreros con estas palabras: No enchores. Pregunté al amigo que nos acompañaba, y su explicacion despertó en mí tal acceso de risa, que al recordarla, aún me río. La h que figuraba en medio del encore era un presente sajón, hecho á la Lengua de Molière, que hubiera inspirado, de seguro, al autor des Precieuses ridicules, alguna chispeante sátira.
Capítulo XIX
El doctor Acosta, un compañero de viaje, es decir, de travesía trasatlántica, habíame pedido permiso algunas veces, para acompañarme á Brooklyn, repitiéndome: “Es un sitio delicioso y allí conocerá Vd. la buena sociedad Americana”.
Confieso que después de haber viajado ya tanto, la pereza me invadía; y con el calor creciente, postergaba la excursión de un día para otro.
Una tarde llegó, sinembargo, el momento de realizarla y me dejé conducir por el buen doctor, sin entrar en grandes averiguaciones, con un: Vamos! más resignado que entusiasta.
“Es cosa facilísima”, agregó mi compañero. “Además, esta noche mis amigas tienen concierto.”
Lo del concierto, algo me desconcertó; pensé en la sencillez de mi traje, que al fin soy lady: y casi volví á aplazar la partida para otra ocasión.
Pero, ya sea pereza, ya benevolencia, cosas que á veces se asemejan y confunden, me planté valerosamente mi sombrerito, empuñé el paragüita, mi inseparable compañero, suspirando otro Vamos resignado, y nos pusimos en marcha.
Mal acostumbrada, á pesar de la experiencia adquirida en Yankeeland; esperaba que mi buen amigo Acosta, me condujera al famoso Brooklyn, sino en la carroza dorada de Cendrillon, por lo ménos en uno de esos coches de á dos dollars la hora, que suelen estacionar en Union Square. Oh decepción! Mi amigo, que aunque rico y Colombiano, se había yankeezado completamente, así que salimos del hotel, dijo tranquilamente: “Ahora, no más, pasa el stage; esperemos”.
Qué hacer? Callar y subir al elevado ómnibus blanco de rayas azules que por Broadway conduce á los pasajeros, hasta Fulton Ferry, para atravesar el rio del Este. Aquello era viajar y no pasear; pero, qué remedio? Fijé mi vista en un paisaje maravilloso, pintado en el interior del ómnibus, que representaba una amazona, galopando ligera y contenta por entre peñascos azules, de un azul de añil crudo, y traté de distraerme con aquella maravilla artística.
Un momento llegué á imaginar que aquel ómnibus había sido expresamente alquilado por el galante Hipócrates Colombiano, para que con toda anchura efectuásemos los dos solos, la travesía hasta Brooklyn. No veía otros pasajeros y tampoco quién nos reclamara paga ó remuneración alguna.
Pero mi ilusión duró lo que dura una ilusión, en esa tierra práctica. Leí una inscripción repetida en varios sitios del vehículo, que suplica al viajero, deposite al entrar, diez centavos en la caja que se halla colocada bien á la vista, en el fondo del ómnibus, y que para no verla desde el primer momento, es menester ser ciego ó muy dado á ilusionarse, como yo.
El proceder es ingeniosísimo y en extremo práctico, para evitar el escollo de la falta de cambio. En ese caso, se toca una campanilla colocada al lado de la caja. El cochero pone dentro de un sobre cerrado hasta concurrencia de dos dollars de cambio; el pasajero abre el sobre, cambia y pone en la caja diez centavos.
Este sistema peligroso, ahorra á la Compañía un conductor y da buen resultado en aquel país de libertad y self respect: ignoro si podría implantarse con éxito en otras partes.
Bajar del stage (ómnibus) y embarcarse en el Ferry, es cosa de nada; y como por encanto hallarse en el ameno Brooklyn, que parece, por el silencio y tranquilidad que en él se disfruta, situado á muchas leguas del ruidoso Broadway.
Cottages sin pretensión y jardines á la antigua, es lo que abunda en ese faubourg de New York, con calles cubiertas de arboleda frondosa. La fisonomía de Brooklyn es especial; siéntese allí