Toda esa suciedad. Juan Diego Serrano
se ajusta el cinturón, y complementa:
—Quédate tranquilo, mi chino. No eres el único que no sabe qué fue lo que le ocurrió anoche. Estamos en novena, y en novena, como puedes ver, nos turnamos para vivir cosas que después de nueve días convendremos en olvidar del todo. Somos lo que llaman un vecindario de toda la vida.
Tras hacer la limpieza y recoger los desechos, me entraré a descansar. Junto con ellos, ayer fuimos los maldadosos, y hoy estuvimos entre los anfitriones y los juiciosos.
Allá atrás hay un quinteto de maleantes, al que se le han pegado unas diez personas, incluidos los chicos grandes. Una viejita que vive en el 4-04 ha pagado una hora más de música, y Jadita se ha quedado hablando con su padre.
Él la regaña, y ella tiene el semblante de no llevarle la contraria. Cuando termina, pasa por enfrente de mí con cordialidad, con esa cordialidad que tengo por una mujer que me conoció del todo durante una noche, pero a la que conozco menos de lo que puedo conocer a mi vecina del 10-02.
—Mañana compremos pólvora. ¿Les parece? —propone Juanma.
—Mañana no vengo a la novena —respondo yo.
—Tranquilos, señores. Yo organizaré el día nueve. ¿Les suena? —propone Jota-Jota.
—Me suena. Tengo tres botellas de sello azul en la casa, listas para curar enfermos de vagancia. Por algo me llaman doctor —cierra don Jaime Luis.
Don Jorge tiene la palabra.
Espero que a doña Jesusa no le haya pasado nada. Hoy no bajó a la novena. De seguro la necesitaremos el día nueve.
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