Sumido en las sombras. Marcelo García

Sumido en las sombras - Marcelo García


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      García, Marcelo

       Sumido en las sombras / Marcelo García. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.

       Libro digital, EPUB

       Archivo Digital: online

       ISBN 978-987-87-0812-6

       1. Novelas. 2. Narrativa Argentina. I. Título.

       CDD A863

      Editorial Autores de Argentina

      www.autoresdeargentina.com

      Mail: [email protected]

      Para mi familia, mis amigos

      y esa estrella que se me fue antes de tiempo

      1. Una particular elección

      República de Damasca – Martes 20 de noviembre de 2035 – Edificio de PetrolCorp

      Nunca era suficiente sol en medio del desierto, la tarde parecía definir una peculiar campaña que había sido bastante elocuente para sus candidatos. Estábamos en el edificio de PetrolCorp, el centro de la ciudad se erguía alrededor de ese monstruoso rascacielos, el único de setenta y cinco pisos, solo los últimos cinco eran exclusivamente para la empresa, el resto era para compañías conexas de sus servicios y dos empresas de seguridad privada se alojaban en los pisos inferiores.

      Allí la vista era algo espectacular, todo se perdía en las dunas al fondo del paisaje. Más allá de las murallas, podían visualizarse, además de gran parte de la ciudad, algunos pueblos que conformaban parte de este nuevo país. Esto alguna vez había sido un árido desierto perdido en el sur de Siria, hoy convertido en la República Democrática de Damasca. Un joven país que cumplía su tercera elección en el noveno año de su fundación.

      —Esa vista jamás me va a cansar. –Un elegante señor se hizo presente en la habitación. Caminaba con un bastón sobre el cual apoyaba todo su peso; su pelo negro ya cubierto en su mayor parte por canas. Me miraba con una sonrisa prometedora.

      —Canciller, lamento molestarlo con estos formalismos, pero es el documento que el señor Lincoln me pidió firmar para continuar con el desarrollo de la Zona Cuatro.

      —Por un momento pensé que Joseph nos acompañaría. –Su rostro dejó entrever algo de desazón, disimulada rápidamente con su filosofía oriental.

      Se acercó a mi lugar y estrechó su mano con la mía, guardaba vigor para alguien de su edad. Este hombre era la leyenda viviente de cómo levantar un imperio en poco menos de treinta años. Había luchado contra todo tipo de obstáculos para fundar un país libre de conflictos, en el medio de un territorio hostil e incapaz de crear algo y mantenerlo sin caer en las típicas luchas religiosas entre chiitas, sunitas o un hinduismo que se había vuelto sangriento y rencoroso.

      —Está brindando una charla en la facultad de Derecho, entienda que la campaña lo tiene de aquí para allá –traté de disculparme, aunque hablaba con la pura verdad.

      —Lo entiendo mejor que nadie, chico. –Se acomodaba los lentes marrones que se ajustaban a su cara. Al lado mío, ambos mirando el horizonte como si nada de lo que nos rodeara importara tuvimos unos segundos de paz tan anhelados en ese momento de extremo bullicio.

      —No deseo robarte tiempo, sé que la eficiencia apremia. Espero realmente que Joseph sea mi sucesor. Él entiende como nadie la política –lo elogió como un quinceañero a su ídolo.

      —No creo que tengamos otro líder como usted, canciller. –Conocía parte de su historia, había tenido la posibilidad de leer su biografía, indagar en su biblioteca, más los comentarios que Joseph me había brindado de él, lo tornaban en una auténtica leyenda. Era visto en la comunidad internacional como un brillante estratega y un magnífico orador. Su carisma era un camión en máxima velocidad sin frenos, atropellaba todo lo que se le cruzaba. Nadie, absolutamente nadie estaba tan preparado como él. Lastimosamente su salud se vio largamente deteriorada por una enfermedad que lo consumió por completo. Hoy era una sombra de esa imponente persona que se paró en el centro de la ONU y declaró su intención de refundar Oriente Medio desde sus entrañas.

      —No necesitas lamer mis botas, niño. Si juegas bien tus cartas, quién dice que algún día estés en este lugar, luchando por alguien más que solo por otro líder. –Me regaló una sonrisa muy convincente. El zorro todavía mostraba alguna de sus mañas.

      —Aspiro a cumplir un buen rol dentro de las filas del Sr. Lincoln de la mejor manera que pueda. –Apoyé la carpeta sobre la mesa y extendí una pluma que saqué del bolsillo de mi chaqueta. El aire acondicionado en esa pomposa habitación estaba al máximo, por ende, el calor que azoraba la zona era simplemente peligroso en las calles.

      El Sr. Mitsuito Hoshida se acercó a la mesa, con un ritmo cansino, y tomó asiento mientras pasaba sus ojos sobre ese documento de dos páginas.

      El salón era realmente enorme, tenía una mesa larga para no menos de veinte personas, sillones de cuero negro, tres plantas muy bien cuidadas en los extremos. Si bien la enorme pantalla en la pared del centro del salón llamaba la atención, un montón de fotos de distintos encuentros allí colgadas eran dignas del recuerdo. En su mayoría eran del actual canciller con distintas figuras políticas, algunas internacionales que habían hecho una breve visita al Palacio de Gobierno y también de figuras del espectáculo que viajaban para dar su apoyo a una causa en su momento con altibajos.

      —Creo que puedo hacer unas correcciones si me lo permites.

      Abrió el botón de su traje, sin que su corbata se despegara de su camisa, y tomó su propia pluma.

      —Sabes, chico, esta birome me la regalaron en cuanto entré a PetrolCorp y quedó conmigo desde entonces. He reemplazado su cartucho unas veinte veces, pero jamás he tocado su estructura, ciertos pilares deben permanecer intactos y saber de dónde vienen para saber hacia dónde van.

      —Entiendo, usted menciona que si uno mantiene su integridad puede llegar lejos. –Era una persona rodeada de metáforas y enseñanzas de vida. Un tipo como él no podía ser tomado a la ligera. Su cabeza se encontraba a años luz de todo el resto de los mortales.

      Sonrió y comenzó con las correcciones.

      —No, simplemente es una pluma que ya ha cumplido su ciclo. –Me miró, me estudió con su ceño al menos unas cuantas veces.

      —¿Qué opinas de nuestra actual situación? –Tachaba algunas palabras y las reemplazaba con otras

      —Debemos comenzar a explotar agricultura en el norte, las granjas están creciendo muy por debajo de nuestra necesidad de alimentos, si la población mantiene su ritmo de crecimiento exponencial en pocos años deberemos importar alimentos. Se tiene que implementar un sistema de riego mucho más efectivo en el sur si queremos ampliar esa zona rural. La ciudad requiere mejorar la central eléctrica, la cantidad de aparatos está desbordando la capacidad de energía que generamos. En dos años deberemos comenzar a crear un circuito que nos permita ampliar nuestras fronteras y por si fuera poco hay algunos fanáticos religiosos hospedándose en los muros de esta ciudad.

      —Parece que hay mucho trabajo, no he hecho bien las cosas según mencionas. –Me miraba serio, esperando una respuesta.

      —Jamás podría decir que no ha hecho un buen trabajo, canciller, de no ser por usted esto seguiría siendo un pedazo de tierra de Siria abandonado por la pobreza y las guerras tribales. Ha hecho milagros con tan poco. Pero para ser completamente franco, el crecimiento de la zona ha desbordado todos los pronósticos con que contábamos desde el principio. Si no logramos atenuar todos los frentes terminaremos en problemas antes de tiempo.

      —Parece que Joseph tiene un buen jefe de gabinete. –Dio vuelta la hoja y extendió su firma–. Debes corregir esos párrafos y enviarme a un mensajero, que los tendrás con la firma final en tu oficina antes del día de las elecciones.

      —Será una votación cerrada –dije sin percatarme de la entrada de otro gran personaje de esta contienda.


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