Hechizo digital. Tony Reinke
eternidad que crece en intensidad a medida que entro a mi octava década. Una conciencia feliz acerca de la realidad de la muerte y la vida después de la muerte es un libertador maravilloso de los caprichos y de lo vacío que es teclear en una pantalla. Digo “una conciencia feliz” porque, si todo lo que tienes es miedo, tu teléfono inteligente seguramente es una de las formas con las que te escapas de pensar en la muerte.
Pero si te regocijas en la esperanza de la gloria de Dios porque tus pecados han sido perdonados a través de Jesús, entonces tu teléfono inteligente se convierte en una especie de mula de carga amigable en tu camino al cielo. A las mulas no se les usa por su estética. Simplemente hacen el trabajo.
El trabajo no es para impresionar a nadie. El trabajo es para resaltar a Cristo y para amar a las personas. Es por ello que fuimos creados. Así que no desperdicies tu vida adornando a tu mula. Cárgala con el peso de mil obras de amor. Haz que pise las alturas de las montañas de la adoración.
Si eso suena extraño para ti, pero quizá atractivo, Tony te será muy útil y te hará bien en las siguientes páginas. ¿Dónde más encontrarás a un iPhone ligado a la Nueva Jerusalén? ¿Dónde más alguien será lo suficientemente sabio para decir que “nuestra necesidad más grande en la era digital es contemplar la gloria del Cristo invisible en el brillo tenue de nuestras Biblias pixeladas”? ¿Dónde más encontraremos la alabanza adecuada en nuestras aplicaciones de la Biblia junto con la confesión honesta de que “ninguna aplicación puede darle vida a mi comunión con Dios”? ¿Quién más está escribiendo acerca de los teléfonos inteligentes con la convicción de que “la imaginación cristiana se está muriendo de hambre por alimento teológico sólido”? ¿Y quién más va a enfrentar el supuesto anonimato de nuestros pecados ocultos con la verdad de que: “No existe tal cosa como el anonimato. Es tan solo una cuestión de tiempo”?
Sí. Y el tiempo es corto. No lo desperdicies haciendo desfilar a tu mula. Ponla a trabajar. Su Hacedor estará satisfecho.
Prefacio
¡Este maldito teléfono inteligente! Destructor de la productividad. Diez veces plaga de pitidos y zumbidos. Dispositivo sin alma con un hambre insaciable de poder. Hechicero de trucos digitales. Brazalete de vigilancia. Despilfarro de dinero. Atadura inescapable de trabajo. ¡Dictador, distractor, enemigo!
Sin embargo, también es mi incansable asistente personal, mi irremplazable compañero de viajes y mi conexión, veloz como un rayo, con amigos y familiares. Pantalla virtual. Dispositivo de juegos. Lastre de la vida diaria. Mi amigo inteligente, mi camarada al alcance, y mi colaborador siempre dispuesto. ¡Este bendito teléfono inteligente!
Mi teléfono es una ventana a lo inútil y a lo provechoso, lo artificial y lo auténtico. Algunos días siento que mi teléfono es un vampiro digital, succionando mi vida y mi tiempo. Otros días siento que es un centauro cibernético – parte humano, parte digital – mientras mi teléfono y yo nos fusionamos a la perfección en una colección compleja de ritmos y rutinas.
IPHONE 1.0
El mago de la tecnología Steve Jobs presentó el iPhone en la Expo Macworld el 9 de enero del 2007 como una pantalla “gigante” de 3.5 pulgadas de alta resolución sin necesidad de un teclado o de una pluma digital. A diferencia de los teléfonos inteligentes torpes de la época, Steve Jobs anunció: “Vamos a usar el mejor artefacto del mundo. Vamos a usar un artefacto con el que todos hemos nacido – diez de ellos. Vamos a usar nuestros dedos”. Desde ese momento la magia de la tecnología multitáctil presentó movimientos precisos con las yemas de los dedos sobre un dispositivo de bolsillo, acercando a los humanos más que nunca a una interacción más íntima con las tecnologías informáticas. Cuando Jobs anunció después, como un comentario aparte, “Ahora puedes tocar tu música”, la magnitud de la declaración fue demasiado mística para ser comprendida en el momento.1
Apple lanzó oficialmente el primer iPhone el 29 de junio del 2007, y yo compré uno ese otoño. Me maravilló la tecnología comprimida dentro de este brillante teléfono: un sistema operativo computacional legítimo, un nuevo iPod completamente rediseñado para mi música, un nuevo mecanismo para escribirle a mis amigos rápidamente, una calidad de video súper aguda combinado con un nuevo buscador móvil para conservar la vista completa de internet, un acelerómetro para detectar como toco y giro y volteo mi teléfono – todo en una pantalla con controles táctiles intuitivos guiados por los toques, movimientos y apretones de mis dedos.
En un viaje en carretera, unos días después del sagrado ritual de abrir la caja, me paré afuera de un lugar de descanso nevado en Iowa, desbloqué mi nuevo iPhone y respondí a mi primer correo electrónico rural. Sin cables. Sin esfuerzo. Fui enganchado, y también lo estaban millones de personas. En diez años, cerca de un billón de teléfonos iPhone han sido vendidos.
El teléfono móvil de Apple fue seguido por el de Android, y los teléfonos inteligentes se extendieron alrededor del mundo y en cada rincón de nuestras vidas. Ahora revisamos nuestro teléfono inteligente cada 4.3 minutos mientras caminamos.2Desde que obtuve mi primer iPhone, un teléfono inteligente ha estado a mi alcance 24/7: para despertarme en las mañanas, para mezclar mi biblioteca musical, para entretenerme con videos, películas y televisión en vivo, para capturar mi vida a través de fotos y videos digitales, para permitirme jugar el video juego más reciente, para guiarme a través de calles desconocidas, para ampliar mis redes sociales y para asegurarme cada noche que me despertará al día siguiente (siempre y cuando lo alimente con electricidad). Uso mi teléfono para mantener mi cambiante agenda familiar con sincronizaciones en tiempo real. He usado mi teléfono para investigar, editar e incluso escribir secciones de este libro. Uso mi teléfono prácticamente para todo (excepto para hacer llamadas, al parecer). Y mi teléfono va conmigo a dondequiera que yo vaya: a mi habitación, a la oficina, a mis vacaciones, y sí, al baño.
El teléfono inteligente agrupó bastantes tecnologías recientes3 para crear la herramienta de conexión social de mano más poderosa jamás inventada. Con nuestros teléfonos, nuestra vida entera es inmediatamente capturada y compartida. Así que no me sorprendió que los editores de la revista Time nombraran al iPhone el aparato más influyente de todos los tiempos, indicando que “fundamentalmente cambió nuestra relación con la computación y la informática – un cambio que probablemente tendrá repercusiones en las próximas décadas”4.
Oh, sí, las repercusiones. ¿Cuál es el precio de toda esta magia digital? Desde entonces he descubierto que mi omnipresente iPhone está corroyendo mi vida con distracciones – algo que los ejecutivos de Apple admitieron involuntariamente en la víspera del lanzamiento del Reloj Apple, promocionado como un ajuste tecnológico más novedoso y menos invasivo comparado con todo el ruido tecnológico provocado en nuestras vidas por el iPhone5.
Al momento que desempacaba mi primer iPhone ignoraba que Jobs estaba activamente protegiendo a sus hijos de sus máquinas digitales6.
¿Debería estarme protegiendo también?
LA GRAN PREGUNTA
Los creadores y comerciantes de los teléfonos inteligentes ejercen un gran poder sobre nosotros, y yo quiero saber que efecto tiene esta tecnología en mi vida espiritual. Como en toda área de la vida cristiana quiero aprender de la historia de la iglesia y de los ancianos en la iglesia. Mi primera entrevista de muchas en el camino de producir este libro fue una llamada al teólogo de setenta y cinco años David Wells (1939-). Su libro más reciente sobre la santidad de Dios estaba sorprendentemente lleno de mensajes acerca de la tecnología (un subtema relevante en cada conversación de hoy en día)7.
“Es solo desde mediados de la década de 1990 que la red ha sido ampliamente usada en nuestra sociedad, así que estamos hablando aquí de dos décadas”, me dijo Wells. “Y entonces nosotros – todos nosotros – estamos tratando de resolver qué es útil para nosotros y qué es perjudicial para nosotros. No podemos escapar de ello, y probablemente ninguno de nosotros quiere escapar de ello. No podemos convertirnos en monjes digitales”. Para mi sorpresa, Wells parecía personalmente familiar con las tentaciones: “No hay duda de que ahora la vida es mucho más distraída,