Córreme que te alcanzo. Marina Elizabeth Volpi
embargo vio cómo cada uno de sus sueños quedaban truncados, no por falta de afán o flojera, simplemente porque las decisiones que tomó tal vez no fueron las más acertadas.
Marta sin rumbo
Nada la haría cambiar de opinión y ella lo sabía; huir para Marta parecía ser la única salida que tenía a mano. Ella era la mayor de seis hermanos (sí, leíste bien, 6), y toda la vida había estado cuidando y sacando adelante a todos, por lo que con sus juveniles 17 años se sentía muy, muy vieja y cansada, pero eso no importaba, lo que sí era importante era que ella sabía que terminaría igual que su mamá; destrozada y sin sueños, como muerta en vida. Su pueblo le había quedado chico, era hora de irse; pero ¿hacia dónde? Esa era la pregunta que diariamente su mente le hacía. El trabajo de la fábrica de frutas le dio la posibilidad de guardar una platita para poder comprar el pasaje que, por supuesto, sería solo de ida.
El destino elegido fue La Plata, porque el sueño de Marta era poder ser doctora, aunque tenía más que claro que una carrera así era casi imposible para su situación económica, pero si lo que tenía que hacer era dejar de comer o de dormir para trabajar los siguientes años y pagar la carrera, eso haría. Nada ni nadie se interpondría en su camino. Así de decidida armó la escueta valija y cerró la puerta de su humilde hogar tras ella para siempre. Atrás quedaban las largas siestas, las risas de los hermanitos más chicos, las peleas feroces de su madre y su padre, la pobreza que nunca se terminaba, sin importar lo mucho que se luchara.
Caminó rápido hacia la terminal de ómnibus y luego de acomodar su flaco cuerpo en el asiento 16 individual, cerca del baño, miró hacia afuera para poder grabar una última imagen mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Cuando llegó temprano a La Plata, la ciudad le pareció enorme, ¡¡¡qué cantidad de calles cruzadas, por Dios!!! Le habían pasado el dato de una pensión bastante económica, donde si todo salía bien se quedaría hasta conseguir un trabajo y poder alquilar algo mejor. En la pensión la recibió Daniel, un tipo con cara de pocos amigos:
—¿Qué necesita, señorita?
—Vengo por la habitación con media pensión —respondió rápidamente Marta.
—Okey, sígame por acá —le dijo Daniel con pocas ganas, pensando que se veía pobre, con poca plata y que tenía que cobrarle por adelantado, no fuera a ser cosa de que luego se pusiera áspero para sacarle un peso.
Apenas la dejó sola en la habitación, Marta empezó a acomodar sus pocas cosas y mirando alrededor se dio cuenta de que estaba sola y esa sensación la abrumó. Toda la vida había estado rodeada de personas para comer o dormir (tenían solo una habitación para los siete hermanos) y en ese instante se sintió libre, aunque no sabía muy bien qué hacer con su “libertad” aún. Una vez que acomodó todo, se sentó a ver qué plata tenía para sobrevivir el primer tiempo y con grata alegría vio que le quedaba como para un mes pagando el alquiler de la pensión y todo, eso si comía una vez al día, porque si se extralimitaba apenas tenía para dos semanas. No iba a ser nada fácil, pensó con un poco de angustia.
Los siguientes días la encontraron corriendo para anotarse en la universidad y tratando de conseguir un trabajo. El trabajo llegó, pero la paga era la mitad de lo que imaginaba, así que con mucho dolor prefirió seguir la carrera de enfermería que le llevaba menos tiempo y costaba también menos plata. Poco a poco las cosas se comenzaron a acomodar y a mitad de año ya se sentía totalmente instalada en la ciudad. Pero como la vida siempre que puede te enrosca, su desgracia sería enamorarse de un hombre bueno, dulce y trabajador. ¿Por qué una desgracia? Porque ella se enamoró perdidamente y haciéndole caso omiso a su intuición primera, se fue a vivir con su amado a la casa que había sido de la madre de él, (ya fallecida), pero lo más irónico era que Marta no sabía que en un futuro, ese hombre tendría la mala suerte de perder su empleo por un infarto, se convertiría en un borracho empedernido y que de ahí en más todo sería barranca abajo. Sus sueños se harían trizas y los hijos llegarían uno a uno, para aislarla cada vez más del mundo. Abrazada al pecho de su amado Fabián, ella ignoraba que en solo 8 años se convertiría en todo lo que odiaba y de lo que huía, pero por amor hacemos cosas estúpidas y Marta Trejoli no era la excepción.
Amada Lulú
Cuando un niño te dice seriamente que quiere una mascota, dale una, porque si no, terminará volcando su ansia de amor por los animales en lo que sea que se le presente con al menos cuatro patas. Yo no era diferente, así que cuando la señora Marta me dijo que NO podría tener nunca un perrito, un gatito o lo que sea, pensé que ese era mi cruel destino, ¡hasta que llegó Lulú! Descubrir su cuerpito rosita entre mis revistas hechas trizas y amarla solo me llevó un segundo, juré defenderla y cuidarla para siempre. El único detalle era que Lulú era una rata blanca y como toda rata era esquiva y le encantaba hurgar en la basura, pero fuera de esos detalles, éramos uña y carne.
Hacía más de un año que vivía con esta nueva familia y obvio que me sentía sola, así que la compañía de Lulú fue vital para mí. Corría con ella por toda la casa, dormía con ella enroscada en mi cuello y como se imaginarán la mitad de mi comida iba a parar a su panza. Creció tanto que asustaba, pero a mí me parecía la más bella rata del mundo. Una tarde estaba tratando de dormir la maldita siesta obli¬gada, cuando noté que se movía nerviosa, como furiosa, y sabía que, si la señora que me tenía viviendo en su casa la descubría, me la quitaría, así que traté de contenerla y abrazarla, pero ella me miró con los ojos vidriosos y para mi enorme sorpresa ¡me mordió! y luego se escapó rápidamente por un agujero que estaba a ras de la pared. Traté de convencerme que ella volvería y me dormí. Cuando me desperté, un dolor profundo me recorría el brazo y me acordé de la mordida, así que salí por el pasillo a buscar a Marta y me encontré con Fabián que me miró mal (como siempre) y me dijo:
—¿Qué te pasa, nena? —Lo último que vi, fue su enorme cuerpo venir hacia mí antes de sentir la caída oscura.
Cuando abrí los ojos, me encontré en el hospital. Estaba acostada en una camilla y el doctor me miraba curioso:
—Hola, soy Matías, ¿me podés contar qué pasó? —Apenas le dije que una ratita blanca me mordió, él salió corriendo y al rato una enfermera bastante brusca, me puso una inyección que me dolió profundamente.
Cuando llegué a casa la busqué sin cesar y con una voz muy maligna Fabián, el monstruo, me dijo que la había matado y enterrado. Mi desesperación fue terrible, busqué una cuchara o una palita para poder sacar de la tierra a mi amada Lulú y luego de cerca de veinte agujeros, hallé su cabeza. Abrazada a ella hice alrededor de treinta pozos más, hasta que encontré su cuerpo y luego la enterré enterita. Esa noche recibí una paliza bastante brava, pero valió la pena, mi amada ratita dormía en paz.
Manos de fuego
Iba cantando una hermosa canción, la mañana era fresca y el camino hacia la panadería se me hizo cortito. Pasé por las rejas altas y como siempre tiré dos piedras hacia adentro. Cuando entré a la panadería había una señora de esas que tienen mucha plata y mucho tiempo, así que se llevó media panadería, por lo que me empecé a aburrir. Sé que solo tenía 5 años y que para la mayoría de la gente esa edad no es la adecuada para hacer los mandados, pero yo me la pasaba la mitad de mi día en la calle, así que era casi una rutina hacer las compras. Cuando me llegó el turno el panadero me miró fijo y me preguntó:
—¿Qué querés, Eli? Yo, muy respetuosa, le contesté que medio kilo de pan y si tenía unas facturas viejas para regalarme, por favor. El panadero me sonrió de costado y me alcanzó una bolsa con facturas sabe Dios de qué día, pero que a mí y seguro a las termitas de mis hermanastros nos iban a encantar. En la otra mano me dio unos cuatro pancitos largos. Cuando salí de la panadería me pareció que la mañana estaba más linda y el aire más fresco, así que emprendí el camino a casa, pero, para llegar más rápido, doblé la cuadra para cortar camino por el baldío.
Esa mañana una cuadrilla de personal eléctrico estaba haciendo reparaciones en los cables de alta tensión y uno de esos cables