A veces la vida. Esmeralda Berbel

A veces la vida - Esmeralda Berbel


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       ESMERALDA BERBEL

      A veces la vida

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      MOSCA.tifA veces la vida

       Cada individuo hallaba en sí mismo una parte, por minúscula que fuese, de aquel Otro.

       El Otro soy yo.

      RYSZARD KAPUSCINSKI

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      En los jardines, con Pablo

      VALLCARCA, 10 DE LA MAÑANA

      INTERIOR

       7 de abril de 2003

      Creo que nací en el Hospital del Mar, en la Barceloneta, creo; nací largo, muy rojo, y me tuvieron que dar muchas hostias para respirar, se ve que no reaccionaba, se ve que la comadrona me dio pero bien, no sé, me lo contaron. ¿Quién?, los fantasmas de mi abuela, me refiero a los recuerdos que para mí son como fantasmas, ¿o fueron los fantasmas de mi madre? De joven esto no lo pensé, pero lo intuyo ahora, creo que yo no tenía ningún tipo de deseo de estar aquí.

      Mis padres eran un matrimonio pues como de aquella época, la mujer era mujer y el hombre era hombre, como ahora, pero con menos hipocresía. Soy hijo único. Vivíamos hacinados. Este era el recuerdo: mis tíos, mis padres, mis abuelos y yo en un espacio de cincuenta metros cuadrados. Vivimos ahí hasta que pudimos irnos a un barrio prefabricado, un edificio del movimiento franquista, pisos nuevos para emigrantes, construidos por emigrantes. Ese barrio era el futuro. La gente prefería ir a ese barrio porque era el futuro, huían de su pasado. Del paso negro de emigrar. Ahorraban durante años para llegar a un piso nuevo, era su sueño, un piso con luz, con baño, con habitaciones individuales. Ahí fuimos. Recordar todo esto ahora, pero sigo, sigo.

      El recuerdo que tengo de mi madre es que era atenta, era el prototipo de mujer de aquella época, muy ama de casa. Se murió cuando yo tenía quince años, se murió de cáncer de ovarios, hizo metástasis en el hígado y en los riñones. No la recuerdo, hice clic y cerré. Tengo que concentrarme mucho, veo pequeñas imágenes oscuras y cortas. En aquella época yo dibujaba, dibujaba mucho, me dibujaba a mí mismo, era yo pero muy bien, sentado en un parque disfrutando de la vida, paseando por el parque con una bufanda blanca, con mi flequillo de los setenta, ¿te acuerdas? No tengo los dibujos. Lo recuerdo porque se los regalé a una amiga, un día me la encontré y me lo dijo, los volví a mirar, ¡dibujaba fatal!, pero era yo intentando verme en otro sitio. No creo que los pueda recuperar, he cortado con muchas cosas.

      A mi madre la enfermedad le duró cinco años. Hubo una decadencia física muy importante, pues hubo una vez, ¿cómo fue la cosa?, cuando estaba bastante enferma vino mi abuela, yo dormía al lado de la habitación de mis padres, y una noche, ¿cómo fue?, oí gemidos, luego llorar, no logro saber ahora de quién eran las lágrimas, tengo una laguna, entonces me levanté y vi pasar a mi madre a cuatro patas por el pasillo y mi padre detrás, llorando, sí, era mi padre, y mi abuela paralizada en el pasillo. No sé qué impacto real hay de esto en mí. No sé qué daño me ha producido eso, qué alcance ha dado en mí, otra laguna.

      Tampoco lo he contado, apenas, esta es la tercera vez. No sirve contar lo mal que lo has pasado, tampoco sé si libera.

      No, no estoy seguro. Ahora me viene otro recuerdo: tenía que ir a buscar morfina para mi madre, no era fácil encontrarla, tuve que ir a montones de farmacias, llegué hasta Fontana y ahí me la dieron, era inyectable, cogí un taxi, llegué a casa, se la inyectaron y ese día murió, ahí; hizo unos botes en la cama, no sé, tengo una laguna, pero fue ese día, me acuerdo que compré una caja de seis y que sobraron cuatro.

      ¿Puedo fumar?

      Ella no molestaba ni daba sufrimiento, no, siempre con una sonrisa; luego, con la quimio, perdió el pelo, eso le impactó mucho, a mí también. No sé de qué forma, tampoco. El médico le dijo a mi padre que ella iba a vivir tan solo cinco años, se lo dijo el día 12 de diciembre y murió cinco años después, el 14 de diciembre. Tú imagínate mi padre lo que tuvo que sentir.

      Él y yo casi no hablábamos, es que no lo veía, trabajaba quince horas diarias, era joyero, era un manitas pero se ve que no nos llegaba, era un manitas pero no bien situado. Los fines de semana sí lo veía, pero no me acuerdo. Con él siempre ha sido, casi siempre, fricción; sí, mi madre era la que suavizaba, tengo lagunas. Recuerdo algún paseo; ellos no sé, se debían de ver de noche, no sé si se llevaban bien o mal.

      En aquella época yo quería ser batería, de eso sí me acuerdo bien, lo tenía clarísimo, estaba loco por una batería y se lo dije a mi padre; parece ser, no recuerdo el proceso, que hubo una discusión, me cogió del cuello, me tiró contra la pared y me dijo: «Cabrón, a tu madre le quedan unos meses de vida y tú me vienes con la mariconada de querer una batería». Me tiró al suelo y me dio puñetazos y patadas. Pero él no era violento, ¿eh?, estalló. Yo lo hice estallar. ¿Qué? Bueno, sí, ahí sí era violento, pero, somos violentos.

      Ahora sé que he heredado muchas cosas de él. Cuando mi padre decía las cosas, eran como puñetazos, no lo que decía, sino la manera, la mirada, el gesto. Eso, de alguna forma, yo tengo problemas con eso. Todo esto me afecta mucho. Voy a levantarme.

      Yo a veces soy violento.

      Ya está. Puedo continuar. Mira, no recuerdo que mi padre me pidiera perdón nunca, no te lo podría decir, no recuerdo. Yo tampoco se lo eché nunca en cara. Supongo que eso lo llevo, ahora me doy cuenta de cosas. Eso con más cosas.

      Eso que te he contado ocurrió en su taller. Empecé a llorar, pero no sé qué hice luego, no lo sé. Por esto y por millones de cosas me pondría a llorar ahora mismo, pero no lloro.

      Sigo con lo de mi madre, estábamos ahí, ¿no? Yo qué me iba a imaginar. Todos me decían que mi madre se pondría bien, y cuando oí eso, la palabra morir, ni había asimilado ese concepto, esa palabra.

      Me quedé solo con mi padre. Entonces lo veía un poco más. Yo vivía en su casa, claro. ¿Qué? Bueno, en nuestra casa. Entonces, claro, las posturas se hicieron más marcadas. Él se volvió más padre, más mandón, más férreo, creía que así yo sería mejor, no sé, pero yo cada vez era más rebelde, más transgresor.

      Al cabo de ocho meses de la muerte de mi madre, él estaba muy mal y yo me había encerrado en mí mismo, estaba en plena adolescencia, yo también lo estaba pasando mal, y me fui de casa.

      Conseguí una batería y me fui a tocar con un grupo. Ahora es un grupo mítico dentro del punk. Ensayábamos en Sant Boi, éramos unos niñatos, imagínate. Entonces ya tocaba la batería, sí, sí, sí. Me escapé y me fui a vivir al local donde ensayábamos, dormía en un saco, cualquier cosa me parecía bien. A él le fue fácil encontrarme, me buscó con mi tío. Cuando me encontró se echó a llorar. Yo no, yo ya estaba colapsado, ¿sabes?, fosilizado, así que no reaccioné. Mi tío me dijo: «¿Por qué lo has hecho?». No dije nada. No podía decir nada. Antes de irme de casa había empezado a fumar porros y en el grupo probé por primera vez las anfetas y el LSD; podíamos comprar porque nos salían baratas: la cantante del grupo tenía dieciocho años, trabajaba en un centro médico, cogía recetas, era fácil, y en Sant Boi siempre había alguien que traía de Ámsterdam, era casi regalado. El peligro de que nos pillaran formaba parte del show. Nos gustaba colocarnos, pero lo que más nos gustaba era ir en contra. ¿En contra de qué? Pues del sistema. Volví a casa. Hubo un período en que la relación fue mucho mejor, pero yo seguía viviendo una lucha interna conmigo. No sé si ahí tuve un desamor o fue esa especie de depresión que creo que sentí durante toda mi adolescencia, no sé, no recuerdo la razón, pero ahí hice mi primer intento de suicidio. Tenía diecisiete años. Me tomé una caja de Valium, entera. Me encontró mi padre, me pegó unas tortas hasta que me espabilé. Hablamos, no me acuerdo de qué, pero pobre hombre, imagínate, más gastado que la hostia y lo que le había caído conmigo, ¡lo que le faltaba! En esa época seguí con el mismo grupo, ¿o no? No, no, me metí con otro grupo, un grupo que fue muy importante


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