A veces la vida. Esmeralda Berbel

A veces la vida - Esmeralda Berbel


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Sí, gracias a que nunca me metí coca ni caballo, si no yo no podría estar aquí ahora hablando, tendría la cabeza como un queso gruyer. Aunque el speed, si yo ya estaba desequilibrado, me desequilibró aún más. Me fue fácil cambiar. Nunca he tenido problemas para dejar las anfetaminas. La última vez que tomé fue en julio y no tengo ningunas ganas de tomar. Mira que he tenido ocasión, pero no. No. Eso ya está. He tomado, ¡puf! El camello venía a mi casa cada jueves y me traía, no pongas la cantidad, por favor, casi la mitad era para invitar, ¿eh? Podía estar cuatro días o más sin dormir y sin comer, solo café y tabaco. Ahora lo pienso y, ¡qué pereza eso otra vez! Durante mucho tiempo fue mi compañera, para lo bueno y para lo malo. A todo eso yo continuaba con la música, pero con ordenador. Solo. También leía, dibujaba, estaba en plena creatividad, bueno, buscando. Lo que ganaba durante la semana, me lo gastaba el fin de semana. Seguía leyendo a Baudelaire, Oscar Wilde, que, por cierto, tiene cuentos para niños preciosos, te los regalaré para que le cuentes a tu niña, también leía a Huysmans, este también te lo regalaré, Camus, es imprescindible leerlo, Guy de Maupassant, también te lo regalaré, te voy a traer así de libros, Bécquer, también leía metafísica. Y sin quererlo, todo me metía en lo mismo: la mujer, la música, la poesía, todo era para mí la misma búsqueda. Yo no iba mal encaminado, pero sí equivocado. Sí. Parece contradictorio, pero, la vida es contradictoria. Lo que quiero decir es que no iba mal encaminado, pero la forma era equivocada, sí, porque me metía mucha química. Transgredía constantemente, como un cobarde, de ahí mi culpa. Las formas. Y mi relación con la prostitución. Como no tenía relación con chicas y me volvía loco por acceder, y eso era vital para mí, entonces tenía que pagar. Con la broma de las drogas estuve cuatro años sin relaciones. Sí. A veces iba solamente para que me tocaran en el hombro, para oler, para sentir, y luego me ponía a dibujar como un loco. Podía estar cuatro días sin dormir y dibujando. No me gustaba el sexo con ellas, iba por otras cosas. A veces para hablar, curiosidad por sus formas. Encontré de todo. Había de todo. Al final iba siempre a la misma y nos hicimos amigos, ella sabía lo que yo quería. A veces quería llorar. Solo eso, pero no podía. Lloraba después, en casa. Ahora no lo sé. Tenía ganas. Durante mucho tiempo, el deseo de una relación se enquistaba y se hacía enorme. La pregunta es si he llorado. No. No lloraba, en aquella época. Bueno, ahora tampoco. Lloro por dentro, sin echar lágrimas. En general, las prostitutas eran frías, no se comprometían, era su trabajo y ya era bastante duro, mantienen la distancia, te dan una forma de relación artificial. Ahora me gustaría dar un paseo. Sí, contigo, claro. Vale, cuando acabemos. ¿Sabes por qué te dije que sí? Sí, claro, tenía ganas de hablar, eso también, pero, porque eras una chica.

      Luego, las formas cambiaron. ¿Cuándo fue? En el 85 u 86, me quedé sin trabajo, y tenía un amigo, un dibujante de cómics transgresores, digamos, y yo le dije: «Si te enteras de algo, dame un toque, que estoy parado». Un día me llama y me dice: «Tengo un trabajo para ti, pero no es de pintura». Resulta que tenía unos amigos-socios que hacían sadomaso, películas. En dos fines de semana hacían media docena de pelis sadomaso y las vendían por correo. En aquella época, ese era un mundo cerrado, difícil de acceder, no como ahora. Y se sabía que, si se vendían a diferentes puntos muy concretos de España, había rendimiento. Era ilegal, por supuesto. Me lo propuso, faltaban amos y que, si quería, me pagaban cuarenta mil pesetas cada fin de semana, estaba muy bien. Mentí, dije que tenía experiencia y me metí. Ni me lo pensé. Me gustó la idea. Acceder a algo que no conocía y además había sexo, que era mi gran pasión, y buscar nuevas cosas y encima cobrando. Quedamos en una casa de prostitutas, céntrica, habían alquilado una habitación a la madama y allí era el plató. Éramos ocho personas: tres mujeres, un hombre, un ayudante, dos cámaras, yo y los productores. Eran gente normal, tranquila, nunca te los hubieras imaginado así. Yo ese día me había metido speed por un tubo. Me dijeron lo que tenía que hacer. Había un pequeño boceto, y ahí improvisar, todo muy normal, lo que se buscaba era naturalidad, como si estuvieses en el comedor de tu casa. Cámara fija. Yo era amo, había otra ama, profesional, y entre los dos nos repartíamos las películas. Ella me ayudó mucho. A mí me dio ahí un ataque de creatividad, proponía cosas, me gustaba, y me propusieron si quería escribir yo los guiones. Lo hice. Me metí de lleno. El speed, sus efectos, me daba muchísima claridad.

      Un día me entero de que una de las chicas, que era la sumisa, o sea la que recibe, pues, que no cobraba, pues fíjate, sí, lo hacía por amor al arte. Ni le interesaba cobrar. Ella ya tenía su trabajo. Le gustaba, sí. Todo era de verdad. Sí. De verdad. Las hostias eran de verdad, las hostias y más allá. No había actuación. Eran películas de verdad. Entre ella y yo hubo un enamoramiento. Ella se dejaba hacer casi todo y yo tenía curiosidad. ¿Cómo podía aguantar? ¿Y por qué tanto dolor? No lo sé. Se dejaba golpear con látigos, palos, de todo. Tenía en los labios vaginales dos aros y allí le colocaban unas pesas pequeñas y unas pinzas metálicas con cadenas, y ella lo aguantaba todo. Yo estaba en catarsis, estaba totalmente ido. Estaba dentro de esa fiebre que tenía cuando era pequeño. No sé explicarlo, sí, me recuerdo como si siempre hubiera estado con fiebre. Al parar las sesiones, cuando acabábamos, el equipo se quedaba en la casa de citas hasta el día siguiente y yo me quedaba vigilando, con ella, y ahí nos enrollamos. Hubo de todo. También mucho amor. No es vicio, el sado, ¿eh? Es una forma muy intensa, pero no tiene por qué ser malo, según cómo lo hagas. Al cabo de un mes me fui a vivir con ella y con su hijo pequeño. Vivían en un lugar precioso, en medio de la montaña, en un pueblo. Estuvimos juntos casi un año. Nuestras actividades sexuales estaban dentro del mundo del sado. Nos gustaba. Ella quería ya romper con eso porque llevaba muchos años, lo hacía por amor al arte. Recibía unos castigos increíbles, acababa con el cuerpo morado. Mi amor por ella era por saber por qué hacía esto. No lo descubrí. Quizá mi amor por ella, mi amor, suena raro, ¿no? quizá, nos unimos por otras razones, ¿no? Sí. Ahora me doy cuenta, sí. Ella buscaba unas cosas y yo otras. Pero no sé. Tendría que pensar. Seguro que cuando te vayas me quedaré pensando. Mi dolor y el suyo. No sé, chica. Ella tenía un hermano yonqui que vivía del cuento, cuando él estaba ahí, ella me cogía dinero y no me lo decía, me daba cuenta después o al día siguiente, se lo daba a él, eso, yo me estaba hartando. No sé por qué lo hacía, ella tenía su dinero, tenía un puesto de trabajo importante, no estaba necesitada, lo del sado lo hacía porque quería. Pero mira, eso también lo pensaré después, el dinero para su hermano tenía que salir de mi bolsillo porque ella, consciente o no, lo decidía así. Y yo nunca se lo pregunté, nosotros no hablábamos mucho. No teníamos mucha comunicación. El niño no se enteraba de nada, de nada. Bueno, ahora que lo pienso, se enteraría de otra manera, ¿no? Yo qué sé. A ella le costaba expresarse, se expresaba mal. Cuando hablábamos del sado no sabía por qué lo hacía, decía que la sobrepasaba y era, creo recordar, que entraba en un estado que iba mucho más allá del placer. Y yo, yo sí sabía. A mí no me gustaba. Sí. No me gustaba. Lo hacía porque ella me lo pedía, pero, al golpearla, yo entraba en un estado, bueno, me excitaba, me excitaba lo nuevo, lo desconocido. Era como ir en un tobogán y no poder parar. Yo la ataba, se llama bondage, esa era la técnica: inmovilizar. Hubiese preferido otra forma de relación, pero ella me gustaba y me lo pedía y, aunque al principio no quería, yo entraba en ese estado de no poder parar. Ese estado de fiebre. Esa fiebre de la que ya te he hablado.

      Es curioso porque yo esto lo había dejado, bueno lo hice alguna otra vez, pero lo había dejado, y ahora lo vuelvo a hacer. Esto no te lo he contado. Desde hace poco, con mi relación actual. Ella me lo pide. Se enteró y me pidió que quería probar, no sé si quiero seguir hablando. Me gustaría salir a pasear contigo. Ya continuaremos otro día.

      VALLCARCA, 10 DE LA MAÑANA

      EXTERIOR. EN LOS JARDINES, CON PABLO

       25 de abril de 2003

      Tenía muchas ganas de que vinieras. He tenido fiebre. El otro Pablo, ya te dije, el Pablo de la fiebre. Era una fiebre de verdad. ¿Sabes que aquí hay cámaras? Claro, claro que lo sabes. Unas pequeñas cámaras en todas las habitaciones. Si llamo por móvil también lo ve la cámara. Esta es otra película. Tú escribes el guion. Si quieres puedes cambiarlo. Puedes decir que estamos en mi casa, en la terraza, y que yo voy a preparar un café mientras tú te sientas en mi sillón verde. ¿Qué te parece?

      Aunque


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