A veces la vida. Esmeralda Berbel

A veces la vida - Esmeralda Berbel


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dicho que tenía muchas ganas de que vinieras. Estábamos en el bondage. Sí, por ahí estábamos. Ya he hablado con mi novia, no le importa que te lo cuente. ¿Sabes cómo la inmovilizo? Con lazos, con cinturones y con esposas. Los nudos de los lazos tienen que ser bonitos, delicados, no se ata de cualquier manera, no, todo tiene un porqué, es todo un mundo, un arte. La persona inmovilizada es un objeto. Un objeto del otro. El sado también es una metáfora. Hay dos roles: uno, el que ejerce libre albedrío con el cuerpo atado, y dos, el que está a tu merced. ¿Te suena? Uno manda sobre el otro y el otro no solo está de acuerdo, sino que le gusta. Es una transgresión muy intensa del placer. Aquí yo hago lo que me da la gana y ella no sabe nunca lo que le va a ocurrir. Lo que le va a ocurrir es una sorpresa. Y los dos roles se llevan al extremo. No hay límites. Si se te va la mano, la matas. Ha habido muertos, sí. El que hace de amo, si eres muy buen amo, sabe cómo subir el tono hasta delirar y que el placer y el dolor sea una misma cosa sin que te pases. Yo he ido aprendiendo poco a poco. ¿Estás incómoda? A mí me gusta contarte esto. Me excita. Me gusta. Ahora no me malinterpretes. Yo no soy un sadista, no, yo soy un curioso. No tengo necesidad. Nunca he tenido necesidad. Es la curiosidad. Y mi novia también es curiosa. Eso es todo. Un día me vio, encontró una peli y le gustó, le conté y enseguida me lo pidió, también por curiosidad, sí. Yo sé pegar. Yo no saco mi rabia en esas actividades, para mí es una forma preciosa de amor. Lo vivo muy natural. Y tengo mucho cuidado. Es muy bestia transgredir la relación normal y corriente. Yo he visto cosas muy bestias y no es así la forma en que yo lo hago, para mí es una forma más, me divierte, es muy excitante. ¿Sabes por qué te lo cuento? Porque tengo ganas de que esto se sepa, porque el sado no es lo que la gente cree. El sado es un juego. Además, hay grados. Sí, puede haber un poco de peligro, pero yo soy un osito. Es un juego permitido entre los dos, acordado. El rol puede cambiar, ¿ves? En la vida no es fácil cambiar los roles porque no son acuerdos. Esto es un juego, yo puedo cambiar el rol, ser el que recibe. Me gusta, es excitante, es nuevo. Siempre todo dentro de ese ritual, de ese contexto. Fuera de ahí, no. Me gustan los elementos del sado. Yo no uso látigos, eso no. Uso una pala de madera o de cocina y pego suave, pico. Hay formas. Depende de lo que te pidan. Mi novia está empezando, le va. Todo esto no influye en su vida privada. Ella está separada y tiene dos hijas adolescentes. Es una buena madre. No nos sentimos monstruos.

      Son formas. Nada más. Formas adictivas, si quieres. Pero la vida es una adicción, ¿no? Yo creo que sí. Más, más, más.

      Estos días he estado pensando algunas cosas. Me gustaría, en cuanto salga de aquí, yo creo que salgo ya, pues hacer meditación, ¿qué te parece? Y también me gustaría hacerme vegetariano. Uno de mis compañeros de grupo es vegetariano y me estuvo hablando, dice que eso te da más calma, él cultiva sus propias verduras, se va el martes. Vive en las afueras de Madrid y me ha invitado a su casa. Se hizo vegetariano porque, bueno, esto es otra historia, mejor te la cuenta él si quiere. ¿A ti qué te parece?

      También he estado pensando en la felicidad. Hay dos cosas que para mí son muy importantes ahora: mi casa y la relación con mi novia. Tengo que centrarme en eso y olvidarme un poco de sacar de mí esos otros Pablos. Es que son muchas cosas, guapa. Dime tú. Muchas cosas, pero en el fondo todo es lo mismo. En el fondo siempre estoy pensando que me equivoco. Tengo una cosa clara, la explico, sí, y en el fondo sigo pensando que me equivoco. Cuando empecé la película del sadomaso, era casi el mismo punto de otras cosas que hago. ¿Qué mismo punto? Ah, en eso estoy. De una forma abstracta. La búsqueda de una cosa y todo lo que me lleva a esa búsqueda forma parte de lo mismo. Cualquier instrumento me sirve para buscar, para saber quién soy. Ahora empiezo a pedir cosas sencillas, no tan transgresoras, como el cambio de alimentación, aunque ser vegetariano es muy transgresor, quisiera dejar de fumar, de tomar café. ¿Qué? ¿Dejar el sado? No, ya te he dicho que eso son juegos. Lo pensaré.

      En el sado yo casi siempre soy el que manda, a veces recibo, pero no aguanto tanto el dolor. Mi novia, sí. Aguanta y aguantaría mucho más. A veces me pide cosas que no puedo. No me gusta infligir dolor. Lo hago porque ella me lo pide. Porque el amo, de alguna forma, también es un sumiso. A veces le pido perdón. Y no sé por qué. Siempre estoy pidiendo perdón. Lo hago y pido perdón y lo siento, no sé por qué. Bueno, es que cuando no hago lo que me piden, cuando dejo de hacerlo, hay mal rollo, igual es por mi forma de decir no, igual es que no lo digo bien. Ahora mismo me he quedado en blanco. ¿Qué me decías? Ah, no sé, pero estoy ya harto. Estoy cansado, pero no sé por dónde tirar. Me dejo llevar, ahora por la nueva corriente vía , ella, no sé, guapa, y tampoco me gusta cómo me lo estoy haciendo. Estoy pidiendo a gritos un cambio, ¿no crees? Ahora es un buen momento para ponerme las pilas. En vez de gastar dinero en cosas de ansioso, podría hacer caja y meterme en terapia, dejar el tabaco, ir al gimnasio, no pesas, ¿eh? Tener una disciplina. Creo que nunca he hecho nada por mí. Bueno, aquí estoy, ¿no? He entrado por mi propio pie, más o menos, pero podía no haber venido. No es obligatorio que esté aquí. Y voy a irme cuando me lo digan, cuando me digan: «Usted, Pablo, ya puede irse. Ya puede irse a pintar su casa». Y yo llamo a mi novia y me viene a buscar, y luego te llamo a ti porque tengo un montón de libros que regalarte y uno para tu hija. Y luego voy a buscar un lugar para quedarme quieto. Eso es. Lo que pasa es que, en cuanto salga de aquí, lo primero es buscar un buen trabajo, ¿tú sabes cuánto cuesta estar aquí? Pues sí. Me gustaría contarte más cosas, pero ahora empiezo a estar un poco espeso para seguir. Esta es mi historia. Quedan muchas cosas, pero para mí está bien así. Mañana no puedo verte porque tengo grupo y luego ya está, luego creo que ya salgo de aquí y te llamo porque tienes que leer, sin falta, a Huysmans. Ahora si te quiero pedir que demos un paseo; aunque antes te he dicho que no, ahora sí, aunque sea un paseo corto, por el jardín. ¿Te puedo pedir otro favor? Me gustaría que hoy pusieras que hemos estado paseando en los jardines. Como en una película.

      Así: «Exterior. En los jardines, con Pablo».

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      Opus Dei in memoriam

      BARCELONA, 2 DEL MEDIODÍA

      EN EL DESPACHO

       31 de agosto de 2010

      El primer recuerdo que tengo es este:

      Estuve sin poder dormir bien desde los ocho años hasta los catorce. Cuenta. Y antes de eso no recuerdo nada. A los ocho me llevaron a un colegio de monjas, un colegio de clase media donde había dos especies: las del pueblo y las otras. Yo era de las del pueblo, y de repente surgió una especie de preparación de festival y había que hacer Blancanieves, y por supuesto había una profesora que hacía el casting y todas venían con sus disfraces y ensayaban y, claro, iban seleccionando a las más monas. Lo que ocurrió es que a la que escogieron para hacer de Blancanieves lo hacía de pena y no le salía llorar cuando había que llorar, y yo alcé así el brazo y dije: «Yo, yo». Me escogieron. Ahí cambió todo y me convertí en la prota, en la líder, conseguí hacerlas reír a todas, creé el grupo llamado Mano negra; si alguien quería entrar, tenía que darme lo que yo le pedía, si no, nada. Mira lo que pedía: chuches. La prota, la líder. No pisaba el suelo, me llevaban siempre a caballo y, claro, empecé a tener problemas con las monjas, no me interesaban los estudios y suspendía. Me volqué en la gimnasia, esa era mi pasión. Por lo demás, tenía de todo. Solo tenía que pedir. Yo les gustaba mucho, les encantaba que contara historias: «¿Dónde has estado?», «En la China», y me lo inventaba todo, se divertían mucho, hasta sus madres querían que fuera a merendar a sus casas. Las monjas llamaron a mis padres. Lo que más solía suspender eran las matemáticas, es curioso, ¿no te parece?

      Yo soy matemática.

      Mi padre no soportó que suspendiera y me hacía la croqueta y el zumo del zueco. «Vols probar el suc?». La croqueta eran patadas por todo el pasillo y el zumo, imagínate. Cuando me daba en los pechos pensaba: «Me quedaré sin pechos»; cuando me daba en la cabeza pensaba: «Me quedaré tonta».

      Hoy es su cumpleaños. Lo llamo: «Felicidades», y ya está. Hace seis años que no lo voy a ver.

      Fíjate, mis hermanos también suspendían, pero él solo me pegaba a mí; luego:


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