A veces la vida. Esmeralda Berbel

A veces la vida - Esmeralda Berbel


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clases y le entró una euforia, se convirtió, fue la directora quien me dijo: «Esta tiene que pitar». Y pitó, la hicieron pitar, sentí que la forzaron y, a los tres años, acabó en un centro psiquiátrico, ya debía de tener algo latente y ahí petó, ya te dije que había gente anoréxica, gente que no lo soporta. Mi hermana, por ejemplo, ahora vive en un centro de estos y lo administra, ahí se dedican solo a hacer apostolado con las chicas de servicio y ahí van las que están muy mal a ver si pueden recuperarse. Hay gente ahí que, es que ahí lo que tengas te sale, no aguantas, puedes caer en una depresión. Me supo muy mal lo de esta chica; cuando me enteré, yo ya estaba fuera.

      Estuve bien en el Opus hasta los veintiún años. A los veintiuno decidí estudiar la carrera más difícil, pero era la que más me gustaba: Matemáticas. Me encantaban. Me apasioné. Lo primero que empecé a hacer mal fue que, en la hora de la oración, en vez de rezar empecé a resolver problemas. Pero yo lo iba llevando bien, hasta que la directora del centro me empezó a machacar con la puta humildad; entonces tenía el pelo muy largo y rubio, empecé a destacar y ella entonces me puso a limpiar váteres. En esa misma época decidí estudiar dos carreras a la vez, Matemáticas y Física, y la directora me cortó las alas, me puso a abrir la portería, decía que llegaba mucha gente al centro y que me necesitaban ahí y si estaba ahí, no podía estudiar, no podía concentrarme y empecé a estudiar por la noche; como estaba prohibido, puse un cojín debajo de la puerta para tapar la luz. Me volqué a lo bestia con las mates y la física. Y un día, a uno de mis profesores universitarios que vi que era muy religioso, mucho, le empecé a hablar, yo a nadie le decía que era del Opus pero a este se lo dije y me dijo: «Dos cosas, ¿por qué la gente del Opus sale tan mal cuando sale? Plantéate eso y observa si utilizan métodos sectarios. Y la segunda, ¿por qué hacen terrorismo intelectual?». Me insertó ese pensamiento. Yo no lo habría articulado. «¿Por qué no podéis leer?, plantéatelo». Si escogías una carrera como Filología y eras del Opus, pues lees solo los sinópticos, que estaban muy bien hechos, tenían su crítica y comentario, todo, pero no lees los libros a no ser que hayas escogido Filología Clásica, que ahí sí que puedes leer, claro.

      Los profesores de la universidad no eran del Opus, claro, íbamos a una universidad normal y corriente. Los del Opus siempre te dicen que eres normal y corriente. Esto es muy interesante porque de normal no tienes nada, ¿eh?, ni de corriente tampoco. ¡Que eres normal! Es de lo más normal estudiar dos horas con un cilicio, darte latigazos cada día, no escuchar a tu cuerpo, dormir en el suelo, comer lo que no te gusta, no tener intimidad con nadie, todo eso es de lo más normal. Este profe fue un detonante, y otro detonante fue un chico. Un flechazo. Subía la escalera de la biblioteca de la Central y choqué de frente, era una escalera estrecha, choqué, tenía unos ojos así de grandes, de ángel. Y yo sentí mi corazón. Y ahí empezó todo. El chico era mexicano y era muy bonito cómo sonaba. Empecé a tener ganas de vivir en el mundo, de ir a conciertos, de tener temas de que hablar, de estar alegre de verdad.

      Lo dejamos aquí, que ahora viene lo más interesante.

      BARCELONA, 2 DEL MEDIODÍA

      EN EL DESPACHO

       16 de septiembre de 2010

      Hay algo que no te he dicho. No es verdad que estuve bien hasta los veintiuno, en esa época empecé a levantarme por la noche y bajaba a la cocina y me comía pasteles enteros. No decía nada. Luego vomitaba. Cuando vives situaciones límite empiezas a tener manifestaciones psíquicas; la bulimia es una cosa, anorexia es otra, las dos están ligadas al vacío, a la baja autoestima, a la falta de amor. Tenía una ansiedad muy fuerte. Cuando estás en un sitio que no es tu sitio, en un lugar, te leen las cartas, ¡tanto control es brutal!

      La contradicción es que eran cariñosos, buenos, inteligentes, por eso era tan difícil entender qué me pasaba. El prelado, Álvaro del Portillo, era un hombre muy carismático, era un crack, fue él quien consiguió que el Opus tuviera forma jurídica: fue a Roma a negociar y lo consiguió. Pero entré en crisis y yo tenía inculcado desde mi infancia que si hacía algo malo me daban hostias hasta sacarme suc . Aunque yo no veía mal lo que me pasaba, antes no se hablaba ni de anorexia ni de bulimia, ni se sabía qué era. Lo que hacía no lo podía evitar, no lo veía como un pecado, no sé, no lo entendía, no pensaba, me ocurría y lo hacía.

      Todo empezó con lo del choque de la escalera, con el mexicano. Me enamoré y él también se enamoró, pero eso no tiene mucha importancia, ese encuentro fue necesario para que algo en mí empezara a cambiar. Yo creía que nadie sabía que era del Opus, pero se ve que lo sabían todos, se te nota, eres un perro verde. Me enamoré y empecé a soñar y yo tenía una amiga muy heavy que no era del Opus, la única que no se convirtió, era música, las del Opus son todas muy monas pero muy simples, apenas tienen conversación, ¿de qué van a hablar? pues con esta me encantaba hablar, podía discutir con ella del Apocalipsis, del Antiguo Testamento, hablar de música, me estimulaba, empecé a tener ganas de aprender a tocar el saxo y entre esta, el profe y el mexicano empecé a soñar. Me incentivaron, me sentía a gusto hablando. Soñaba que me iba a México, que viajaba, que conocía a gente. Y ahí, cada vez más, me coloqué otras gafas. Si te pones las gafas críticas, ya estás. Dejé de fustigarme y de ponerme el cilicio, si no lo decía no se enteraban. Empecé a pasar. Empecé a salir. Creo que influyó lo de la directora, que era medio envidiosa, sí, la que me cortó las alas para estudiar. Recuerdo que un día le dije a Dios: «Gracias por todo, te quiero mucho, pero creo que esta relación ya ha acabado. Creo que me has tenido un tiempo porque yo era rebelde, pero ya se ha acabado». Se lo dije así, como si fuera una pareja. Después se lo fui a decir a esta directora, le dije que yo ya no tenía vocación y que me quería ir. Después se lo dije a mis padres, «no queremos saber nada de ti, desgraciada, más que desgraciada». Y de ahí pasé a hablar con la delegación, todo eran jerarquías, le dije lo de la directora, que me había impedido estudiar, que me cortaba las alas y que estaba hasta los cojones, que me aburría como una ostra y que ya no me interesaba estar ahí. Se quedó muy sorprendida. Me dijo: «Tú eres la que más ha captado el espíritu de la Obra». Me pidieron un favor, que fuera todo el verano a unas convivencias fuera de Barcelona. Me convencieron, fui y ahí había otra directora, muy amorosa, mayor, y también había un cura. Todas las meditaciones de la mañana y todos los sermones iban enfocados a Judas Iscariote, a mí, vaya, muy enfocado. El cura y la directora hablaban entre ellos, estoy segura. Yo cada día tenía que hablar con la directora. Le dije la verdad, que estaba enamorada y eso que solo había hablado dos veces con el mexicano en la cafetería, todo en mi cabeza. Y le dije que yo estaba muy convencida de que no quería seguir ahí. En ese momento empecé a leer el primer libro prohibido, ya te lo he dicho, ¿no?, La espuma de los días, leía por las noches; yo ya estaba en otra y, fíjate, aun así me convencieron: «Possumus. Possumus». Le escribí al fundador otra carta, que se me había ido la olla, que quería volver, que era consciente de que había sido infiel: «Perdóneme, padre».

      Fue entonces cuando me pidieron que no me matriculara en la universidad, que viviera en una administración, que es un centro en el que se dedican a limpiar, cocinar, llevar la casa, es un IEASE, ahí trabajas como una bestia. Y va y a finales de agosto me da una hepatitis superfuerte. Me tuve que quedar unos meses en la cama y entonces me dijeron que me podía matricular y estudiar desde la cama. Me fue muy bien. Empecé a pensar, porque cuando estás todo el rato haciendo cosas no piensas, no tienes tiempo. Entonces me tocó hacer el voto de fidelidad, me tocaba el definitivo. Hay votos de siete años, yo ya los había hecho y este era para siempre, te ponen un anillo y te casas con Dios. Los primeros siete años es un noviazgo. La hepatitis me dejó pensar. Hablé otra vez con la directora de verano, le dije que no, que yo ahí no era feliz y me dijo: «Realmente lo has intentado y, aunque me duele en el alma que te vayas, respeto tu decisión. Pero vas a pasarlo muy mal con tu familia». Sí, mi familia era radical. Esto fue en Navidad. Mis padres me recibieron llorando: «¡Qué nos haces! ¡Qué vergüenza! ¡Cómo se lo digo a mis amigos!». Me hicieron un verdadero drama. Me prohibieron hablar con mis hermanos, me obligaron a ir a misa, a rezar el rosario, yo estaba ya que no podía más de tanta norma. No perdí la fe, pero ya no creía en ese Dios meticuloso que está pendiente a cada segundo de lo que haces. Quería un Dios con más amor. Dios no podía


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