A veces la vida. Esmeralda Berbel
probar un refresco? Cuenta. Todo muy sobrio. Muy edificante. Media hora reunidas para contar cosas edificantes. Hablábamos así: «genial», «fenomenal», «ideal». Piensa que teníamos que ser encantadoras. Y acabas siendo encantadora. Feliz.
Esto es lo que hacíamos:
Planchar todas las cosas de la iglesia y siempre con una sonrisa, siempre contenta. En la tertulia cantábamos canciones que se componían allí, ya puedes imaginar la letra: «Somos burritos y patitos», «Un huerto lleno de corazones». Todas las sectas tienen sus rituales, Hitler tenía la esvástica, su forma de comunicarse, los métodos para lavar el cerebro, todo muy bien pensado. Después de la tertulia y las labores y el estudio, hacíamos dos horas de mortificación corporal con el cilicio. ¿Sabes lo que es? Es una malla de hierro con unos pinchos que salen así, afilados, y dos cintas para atar, los pinchos hacia dentro de la carne; te lo ponías en la pierna para que no se viera, aunque tú no salías nunca del centro, pero por si acaso. Eso es una práctica de la Edad Media. Los sábados teníamos otro instrumento, unas cuerdas de macramé muy duras con las que nos fustigábamos en las nalgas un buen rato, de rodillas, a eso lo llamaban «disciplinas». Hay algunas anécdotas que cuentan que Escrivá se ponía cuchillos y cristales y sangraba, vete a saber si es verdad. Cuando murió, los de la obra escribieron su historia y, dado el carácter positivo que había que tener, estoy segura de que censuraron la mitad, seguro, porque el señor Escrivá tenía bastante mala leche.
Tú no conoces nada de todo esto, ¿no?
No.
¡Qué extraño! Lástima que mi madre me tirase los cilicios y esas cosas, ahora me gustaría enseñártelos. Estudiábamos así, mira, con el crucifijo delante y el cilicio bien ajustado, aquí. La mortificación solo duele al principio, después te acostumbras. Nos hacíamos sangre a menudo. Un día tuve que ir al médico a ponerme la antitetánica, me había clavado el cilicio; me vio las manchas, las ronchas: «¡Pero ¿esto qué es?!», le contesté que era una alergia, no creo que me creyera, yo qué sé.
El problema lo tengo ahora, tengo el umbral del dolor súper alto.
Cuanto más maltratas a tu cuerpo, más se separa de tu mente y así ya no te oyes más a ti misma. Así no oyes ni a tus instintos sexuales, ni a tu amor, ni a tu vacío; así, cualquier mensaje del cuerpo se vuelve irrelevante. Y fíjate, es el cuerpo el que nos manda tantos mensajes, Me acuerdo de que uno de mis hermanos, a los cuarenta, entró en crisis y me dijo: «Mi corazón me engaña». ¡Fíjate! Él aún está ahí. Mi hermana también, la diferencia es que ella es feliz en el Opus. Él no para de escalar montañas, se muere. Se queda ahí porque dice que ya tiene cuarenta años, que trabaja en la empresa de mi padre y que está muy condicionado.
Es difícil irse. Eres un Judas Iscariote. Hay mucha preparación.
Y luego cenas a las nueve y luego otra tertulia. Todo el rato estás ocupada, siempre con el rosario en mano, y cada vez que ves a la Virgen tienes que echarle un piropo, «¡guapa, guapa!».
Y luego están los extras: confesiones una vez a la semana, más tertulias, si te olvidas de alguna jaculatoria a la virgen, la tienes que confesar. A mí me parecía odioso tener que contarlo todo, porque todo es todo, lo que me pasaba por la cabeza, las perezas, los malos pensamientos, toda la intimidad. Nos abrían las cartas y si te enviaban regalos los tenías que entregar y con el dinero que te daban los padres solo te podías quedar algo si tenías que invitar a alguien a un refresco o algo para el autobús.
Luego había una cosa muy interesante: la corrección fraterna. Te chivabas si alguien hacía algo, cualquier descuido, como la cama mal hecha; piensa que la cama era difícil de hacer y había que hacerla perfecta, además venían invitados a ver la casa; ah, y no te he dicho que la madera la ponían alta para que nadie se diera cuenta de que dormíamos sin colchón. Te daban la charla y tú escuchabas en un silencio absoluto y luego dabas las gracias.
A mí todo me gustaba, todo, estudiaba filosofía, teología, piensa que ahí hay gente muy inteligente y convencida de lo que hace. Conscientemente no hacen daño, te anulan como individuo, es cierto, pero es porque están muy convencidos. Allí las palabras «quiero» o «necesito» o «deseo» o «me apetece» no se pronuncian, no se usan. Así hasta que llegas a no saber qué quieres ni qué necesitas. No decides nada, no escoges nada.
Me encantaba estar en el Opus porque allí estaba tranquila y todos me querían.
Todos eran muy amables, pero no te confundas, no puedes tener ni una sola amistad, no puedes hacer confidencias ni tener cómplices. Tu corazón no puede estar apegado a nadie excepto a Dios. Tenía una compañera que a veces me ordenaba el armario y eso no se podía hacer; le hicieron muchas correcciones, se chivaban, se sabía todo.
¿Has visto la peli Camino? Está muy bien, mi madre es igual que esa madre, igual, lo único que falla en la película son los iconos, las vírgenes del Opus son todas muy guapas, románicas. Lo demás es clavado, el director se documentó muy bien. Ahora hay un grupo de terapia en Madrid para gente que quiere salir del Opus. Eso es imprescindible, yo no lo hice y fue muy duro. Ahí solo hay una verdad y todo lo otro y todos los demás son unos pobres desgraciados. Un gay es un monstruo, un divorciado también. Si estás que te matas con tu marido, tú aguantas hasta el final, el matrimonio es solo para tener hijos, ¿eh?, olvídate del placer. Por eso tienen once hijos o más. El otro día fui a una merienda con las del colegio y para beber solo refrescos y para comer medias lunas, eran del colegio, no del centro, pero ya salen con esa filosofía. Todas casadas, amas de casa y con mogollón de hijos y ni hablaban del marido. Las vi como siempre, sin nada que contar. Hay becas para familias numerosas. Me sentí un bicho verde, yo no me he casado, no tengo hijos y me miraban con una cara, yo que he sido numeraria, pero no me criticaron, piensa que son muy buena gente y no critican nada. «¿Qué has hecho?» y yo les contaba mis historias, mis viajes, pero esta vez eran de verdad. Todos esos viajes que inventé de niña y que fascinaban a mis amigas y a sus madres, ahora eran de verdad. He viajado mucho todos estos años.
Yo estuve ahí bien, te diría que unos cinco o seis años. Había cambios, cada año te cambiabas de centro, pasaban cosas, no era nada monótono. A los dieciocho años tuve que ir al Centro de Estudios, que es un colegio mayor, una residencia universitaria; es como la mili, te forman, te aleccionan, todos son del Opus y viene gente de fuera a visitarte y la invitas a las actividades, la merienda, tu misión es convertir a la gente. Los que venían no sabían nada. Convertí a una chica que era totalmente atea. Yo tenía gancho, todas teníamos gancho, siempre contentas, alegres, divertidas, y además sacábamos buenas notas. Llamábamos la atención: «¿Por qué estáis siempre tan contentas?», preguntaban.
No teníamos tele, no la podíamos ver, tampoco cine y gran parte de la literatura estaba vedada. Había lo que se llamaba «el índice papal», que ya se suspendió en la Iglesia en el sesenta y algo, pero el Opus mantuvo la lista. Estaba prohibido leer a Nietzsche y el Ulises, no recuerdo los otros, pero hay una larga lista. ¿Sabes cuál fue el primer libro prohibido que leí en el Opus? La espuma de los días. Yo no entendí nada; decía, por ejemplo: «Una palmada en las nalgas» y yo pensaba: «¡Qué asco!». No sé qué me hubiera pasado si me hubieran pillado. Esto es terrorismo intelectual. El Opus tenía censores que hacían la sinopsis, nosotras leíamos la sinopsis; siempre que cogías un libro, tú preguntabas: «¿Este libro se puede leer?». Este fue para mí un factor importante, no poder leer. Tú ves a los jesuitas, que no están tan en medio del mundo y, sin embargo, están más abiertos a otras religiones y a poder leer libros, cuando los del Opus te censuran casi todo. Se podía leer El Principito, me acuerdo, y todos los libros del fundador, él escribía mucho. Y de pelis podíamos ver Siete novias para siete hermanos. Ahora no lo sé, estoy desactualizada, tendría que preguntar, pero si alguien folla, ya no se puede ver. De todas formas, no tienes tiempo de ver películas, solo una cada dos meses y siempre en grupo, todo muy organizado y alguna vez podías ver las noticias. Ellos están enterados, leen la prensa y se habla mucho del mundo, piensa que en el Opus hay gente de todo el mundo. Hay gente de mucho dinero y gente muy humilde, nunca se mezclan. Se ayudan pero no se mezclan, esto lo hacen bien, es que si no fuera así habría mucho