¿Quién mató a Ramiro Llanes?. Luciano Truscelli

¿Quién mató a Ramiro Llanes? - Luciano Truscelli


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      Truscelli, Luciano

       ¿Quién mató a Ramiro Llanes? / Luciano Truscelli. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.

       Libro digital, EPUB

       Archivo Digital: online

       ISBN 978-987-87-0754-9

       1. Novelas Policiales. 2. Narrativa Argentina. I. Título.

       CDD A863

      Editorial Autores de Argentina

      www.autoresdeargentina.com

      Mail: [email protected]

      Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

      Impreso en Argentina – Printed in Argentina

      A mi familia.

      A mis amigos.

      A mi amor.

      A la energía que me da todo ello.

      A Dios.

      El mediterráneo

      Alrededor de las siete de la tarde, estoy en el bar Mediterráneo, ubicado en el barrio de Palermo de Capital Federal. Me encuentro esperando a un cliente que viene a pagar por nuestros servicios, el mío y el de Fidel, mi amigo y socio, quien despunta su talento en este acogedor lugar.

      —Mateo, buenas tardes, excelente trabajo —dice Darío, nuestro cliente.

      —Me alegra haberte ayudado, Darío, lamento las cosas que te tocan vivir.

      —Creeme que yo lamento más no haberme dado cuenta antes, ya inicié los trámites de divorcio —dice, y pide una cerveza a la camarera.

      Mi trabajo, que es en conjunto con Fidel, se basa en hacer investigaciones por afuera del sistema. Estudié y fui periodista por unos años. Los medios no son lo mío, pero me hicieron ver en mí un potencial con respecto a la investigación, arribar a la justicia por medio de ella.

      Mientras mi amigo se baja del pequeño escenario ubicado en el fondo del Mediterráneo, Darío se retira entre halagos, y dejando saludos a Fidel.

      —¿Cómo hacés para tocar guitarra, armónica y cantar al mismo tiempo, Fide? —le digo entre risas, con un poco de envidia sana.

      —Es un don, Mateo, es un don. —Me devuelve las risas Fidel—. ¿Te pagó Darío? —pregunta.

      —Sí, efectivo.

      —Buenísimo, me voy a casa, no tomes mucho.

      —No bebo alcohol —dice entre risas.

      Fidel y yo trabajamos paralelamente a este oficio. Él es policía en la Federal de Buenos Aires, lo que es muy útil para nuestras investigaciones. Tiene horarios rotativos, pero se las ingenia muy bien para trabajar conmigo.

      Junto con Daiana, mi compañera de muchos años y trabajos, hacemos Área nocturna, un programa diario, de trasnoche, que es emitido en la radio AM 870, un programa de poca monta que toca temas de actualidad e informa algún “extra” de momento, de interés general, en resumen.

      Después de un largo día, llego a la radio, empapado por la lluvia y con mucho frío, es pleno invierno en la ciudad.

      —Hola, Dai —digo con voz medio gritona.

      —Dale, Mateo, ¡ponete al micrófono que salimos en 10 segundos! —me grita Daiana, desde el estudio.

      —Señoras, señores, bienvenidos esto es Área nocturna...—.

      No fue un programa deslumbrante, salvo la horrible noticia de la muerte del gran historiador y productor Ramiro Llanes, a quien hallaron muerto en su domicilio y sin más detalles de información.

      —Era sabido, se metió con el narcotráfico —dice Daiana.

      —Pobre tipo, parecía un buen hombre —respondí.

      A veces me aburro un poco en la radio, siento que no estoy dando lo mejor de mí, sé que los medios como dije antes no son lo mío, pero solía disfrutarlo mucho más.

      Siempre tengo la mente en mis investigaciones. Lo que más me gusta de mi trabajo es hacer justicia, hacer un bien por aquellas personas a las que la ley, por alguna razón u otra, tarda en arribar.

      Déjenme contarles de qué se trata bien nuestro oficio. A nosotros nos contrata gente muy específica, por medio de recomendación, o de algún conocido de confianza, de algún trabajo anterior, estudiamos el caso y si nos sentimos en condiciones de llegar a una solución, ponemos manos a la obra.

      Fidel y yo tenemos muchos contactos, él en Policía y, bueno, en mis tiempos de periodista he logrado hacerme de una agenda importante, que se basa bastante en un ida y vuelta de favores constantes.

      Como la mayoría de las tardes, estoy en el bar Mediterráneo tomando un café, cuando de golpe:

      —¿Mateo? —Suena a pregunta, una señora de unos 45 años.

      —Sí, ¿me buscaba? —respondo.

      —Sí.

      —¿Y cómo me reconoció?

      —Pelo castaño casi rapado, barba tupida, metro ochenta, anteojos marco cromados y circulares, ¿es usted? —me dice un poco impaciente.

      —Buena descripción —respondo, preguntándome quién me había mirado tanto en detalle.

      —Mi nombre es Alicia, soy esposa de Ramiro Llanes, no sé si está al tanto de lo que pasó —entre lágrimas me dice la señora.

      Es una mujer de estatura media, no diría que atractiva, pero es evidente que es de carácter fuerte, y de mucha presencia.

      —Vea, Darío me habló muy bien de sus servicios, quisiera hacerme de ellos para resolver el caso de mi esposo, sé que lo mataron.

      —Bueno, señora Alicia, en primer lugar quiero darle mi más sentido pésame, ha sido su marido un grandísimo profesional, al que tuve el gusto de conocer personalmente.

      Ramiro fue un historiador reconocido en toda Latinoamérica con quien yo y muchos periodistas y gente del ambiente nos sentíamos identificados por hacer producciones muy humanitarias, con mucha sensibilidad y respeto hacia el ser humano. Era un idealista que luchó siempre por la igualdad, siempre desde donde pudo y mejor lo sentía, la conducción televisiva.

      Participaba de entidades benéficas con frecuencia, era muy empático.

      El carisma lo llevó rápidamente a acomodarse en las primeras filas del estrellato después de sus primeras apariciones.

      Su último éxito, que se supone que seguirá en el aire, fue un poco más allá de lo que solía realizar.

      Había firmado un contrato, que se dice fue millonario, con Jorman Sánchez, un productor colombiano muy famoso en el ambiente por ser socio mayoritario de Natural Channel, el canal de documentales más grande de América.

      —Y dígame, ¿sospecha de alguien? —le pregunto.

      —Estoy muy nerviosa porque en la escena del crimen todas las pistas indican a Federico, nuestro hijo —dice Alicia en muy bajo tono—. Pero puedo garantizar con mi vida que él no es capaz, usted debe creerme —dice con el ceño fruncido, mirándome a los ojos y con mucha seguridad.

      —Pudo ser una coartada, pero no se puede desestimar absolutamente nada, señora, sepa disculparme —respondo con cierto despiste—. Voy a hablar con Fidel, mi socio, y hoy mismo me comunico con usted, seguramente podrá él conseguir un


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