¿Quién mató a Ramiro Llanes?. Luciano Truscelli

¿Quién mató a Ramiro Llanes? - Luciano Truscelli


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      —El té, señor.

      —Gracias, señora, ¿sabe si Trejo está llegando?

      En ese momento se escucha de la ventana el ruido de un motor, una camioneta grande, negra, con muchos detalles cromados se observa a través de ella.

      Es Trejo, baja del vehículo con una destreza digna de una persona mucho menor de la edad que tiene. Me visualiza por un postigo de la puerta.

      —Mateo, un gusto, esperame en el jardín, guardo la camioneta y salgo directamente ahí, si no sabés dónde es, preguntale a Elsa —me dice Trejo, con tranquilidad.

      Estamos en el fondo, pegados a la pileta, hace un frío tremendo, pero nos ubicamos en un gazebo grande, mirando el techo se ven unos tubos que desprenden un calor sumiso, que mantiene una temperatura ideal.

      —Un gusto, señor Trejo, me hablaron bastante de usted.

      —¿Mal o bien? —me pregunta irónicamente.

      —Sabe que estoy acá por el caso de Ramiro, sé que usted tenía una amistad con él.

      —Sí, yo lo estimaba mucho, el aprecio era mutuo.

      Miro el sistema que ambienta al gazebo como haciendo un análisis del funcionamiento, mientras vuelve a dirigirme la palabra.

      —¿Está descartado un suicidio? —me pregunta un tanto ansioso.

      —¿Por alguna razón se suicidaría?

      —Bueno, él era un poco fatalista. Verá, todos tenemos nuestros demonios y secretos.

      Su pregunta me hace un poco de ruido, todos los indicios dicen que fue asesinado y él lo sabe. ¿Tuvo algo que ver? O me oculta alguna información valiosa.

      —Para mí es una tristeza muy grande esto que estamos viviendo, Mateo. Cuando mi mujer falleció, él me ayudó y acompañó mucho.

      Me desconcierta un poco, veo su lado humano tocado por el suceso, aunque me generan dudas sus preguntas.

      —Noté que tiene una colección exquisita de armas.

      —Me fascinan, ¿te gustaría pasar a verlas?

      —Con gusto.

      Entramos a la sala de armas, me quedo atónito como antes, o quizá más.

      Hacemos un recorrido donde me cuenta las historias de las armas que tiene, cómo las consiguió, de dónde provienen, no encuentro nada irregular hasta que veo que en la vitrina de armas blancas se encuentra un espacio vacío, debajo la descripción de un cuchillo.

      —El que falta se lo regalé a él —me dice.

      —Para la pesca supongo.

      —Cada vez que venía, me decía que era perfecto para eso.

      —En sus cosas personales no está, raramente.

      —No sabría decirte dónde se encuentra. —dice Trejo, ya con aires de querer despedirme.

      Miro hacia el suelo apreciando la hermosa alfombra verde que cubre la superficie de la sala.

      —Bueno, Mateo, si no te molesta voy a descansar un rato ahora. Si querés preguntarme algo más no hay problema. Te paso mi contacto también por si te surge algo.

      —Ya estamos, señor Trejo, le agradezco.

      Salgo con más dudas que certezas, aunque con algo claro, el arma que causó la muerte de Ramiro es el cuchillo que era propiedad de Trejo.

      Porque es un cuchillo, porque no estaba entre sus cosas personales, lo que también me hace deducir que fue un crimen y no un suicidio, aunque dudas de eso casi no hay.

      En un momento de distracción de Trejo, me animé a sacarle una foto a la vitrina que lleva la descripción del arma.

      No es un cuchillo, sino una navaja. Son cosas distintas, pero suelen usarse para lo mismo.

      En la descripción dice que la hoja de acero tiene unos 9 centímetros de longitud, y unos 3,2 milímetros de grosor. Más de una muerte conozco con navajas o cuchillos de esas medidas.

      Sin dudas Trejo no se puede descartar como posible autor.

      Me entero ahora que la siguiente semana Jorman Sánchez viene al país para dar su pésame a la familia Llanes, ya que no pudo asistir al entierro. Esta me parece una ocasión excelente para arrebatarle alguna información.

      A la tarde me encuentro con Alicia en el Mediterráneo, para ponernos al día.

      Fidel va a dar un concierto de flamenco.

      —Tengo información, Mateo.

      —Hola, Fide, decime.

      —Un compañero de la Poli te va a dar unas cosas, te paso el contacto y fijate si podés encontrarte con él.

      —Dale, Fide, nos vemos a la tarde.

      Estoy sentado en una cervecería esperando a Santiago, el compañero de Fidel.

      Hay mucho movimiento en la calle, como todos los viernes.

      Quedamos en vernos acá porque es el lugar de encuentro más cercano a la comisaría, la información parece importante y no puede esperar.

      Me pido una IPA, cerveza amarga, rubia y de cuerpo.

      Mientras espero al hombre, pienso en Trejo, si tiene o tuvo motivos para cometer el acto.

      ¿Un amorío con Alicia tal vez?

      Descartado queda que Ramiro tenga que ver con las apuestas ilegales que se ofrecían en el edificio donde Trejo manejaba algunos negocios, ya que jamás se lo vio allí, confirmado por todo el personal que en ese momento trabajaba en el lugar, de hecho nunca reconocieron al testigo que se acercó a la comisaría, ni por nombre ni por foto. Por supuesto testigo falso. ¿Quién lo envió?

      Llega nuestro informante, robusto, rubio, metro noventa, uniformado.

      —Mateo.

      —Sí, ¿cómo estás?

      —Soy Santiago, el compa de Fidel.

      —Gracias por colaborar, te debemos una.

      —No hay nada que agradecer, ni tiempo que perder —me dice en un tono positivo.

      Entre hojas y material muy difícil de extraer, consigo datos valioso del caso.

      Por ejemplo, las cosas personales que llevaba Ramiro a la hora del crimen.

      Una remera de marca, color gris, con el escudo de un club de fútbol, manchada casi en su totalidad de sangre. Unos jeans de color celeste claro también manchados, pero en menor medida, en los que se encontraron dentro solo una caja de cerillos y su billetera, la que no tenía nada que se destaque.

      Se determina que es un asesinato por el ángulo de la herida, y también que el actor es diestro.

      —Te invito una cerveza, Santiago.

      —No, Mateo, gracias, ya vuelvo al servicio. Te dejo una copia que traje para vos.

      —Muchas gracias, Santiago, un gusto de verdad.

      Me quedo solo en la cervecería, pido otra cerveza, negra y espumosa.

      En el repaso de las hojas se encuentran algunos movimientos de la cuenta de Llanes, Trejo y Sánchez, nuestros sospechosos. No hay datos del Águila, algo difícil teniendo en cuenta que hablamos de una persona que vive escapando de la ley. No tengo otra alternativa que hacer una búsqueda por mis medios.

      Salgo, me voy a casa. Almuerzo, me ducho, pongo un disco de Eric Clapton y me centro en la pizarra.

      No hay irregularidades en la cuenta de Sánchez, sabiendo interpretar de quién hablamos. El pago por el trabajo de Ramiro era a través de la cuenta del canal.

      Su último


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