Construir el mundo. Enrique Gracián

Construir el mundo - Enrique Gracián


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te enfrentas a carpetas que contienen miles y miles de archivos. Poner orden es clasificar y por lo tanto lo primero que debes hacer es establecer un criterio de clasificación.

      ¡Glups!

      Después de pensar un poco tomas una decisión: voy a poner en una carpeta todas las fotos de familia. Abres una nueva carpeta que etiquetas como «familia». Primera duda: ¿solo pueden salir miembros de mi familia o puedo incluir fotos en las que, por ejemplo, junto a mi hermano aparecen también un par de amigos? Porque ¿qué pasará si luego decido abrir una carpeta destinada solo a amigos? Como no tienes ganas de tomar esta decisión, pasas del tema y te pones a clasificar fotos de viajes. Parece más fácil. Decides empezar por los primeros viajes, cuando tú y tu pareja hicisteis el primer viaje. Aunque bien pensado sería mejor hacer una clasificación por los lugares visitados. Por países y ciudades. Es lo que tiene más sentido… o no. Después de haberte dedicado un buen rato a coquetear con diferentes criterios de clasificación lo más probable es que lo dejes todo como estaba. Ya te pondrás cuando tengas más tiempo y ganas. Más adelante, o sea... nunca. Es ciertamente una tarea agotadora porque la constante toma de decisiones es una de las funciones mentales que más energía consume.

      La enorme facilidad que tenemos actualmente para acumular datos ha generado un problema de difícil solución, que no solo afecta a grandes organizaciones, sino que ha llegado a colarse en nuestra pequeña organización doméstica.

      Enfoquemos el problema de otra manera. El archivo en el que están todas nuestras fotografías es un cajón de sastre que se puede convertir fácilmente en una lista (de hecho, ya lo es). Una lista es una secuencia ordenada de elementos. En una lista una cosa viene después de la otra. Ya tenemos una clasificación por defecto que es la secuencia temporal que nos proporciona la fecha en la que fue tomada cada fotografía. Algo es algo. A partir de ahí podemos establecer períodos temporales. Por ejemplo, las fotografías de antes y después de la universidad. Y a partir de aquí otros períodos, el de antes y el de después del nacimiento del primer hijo. Y si se tercia, lo mismo con los nietos. Si haces esto habrás dado un gran paso porque lo que tienes ya no solo es una lista, también puede ser una tabla en la que en las columnas tengas grupos de fotografías y en las filas distintos períodos temporales.

      Algo parecido a esto sucedió con los elementos químicos. La primera lista no se hizo en función de la fecha del descubrimiento si no en función de algo mucho más relevante. Por entonces ya se había encontrado la manera de «pesar» los elementos mediante un sistema adecuado de unidades1. De manera que lo que siguió fue poder disponer de una lista ordenada en función de los pesos atómicos. Fue un gran paso, aunque la lista seguía siendo solo eso, una lista.

      ¿Y si ya tenemos una lista por qué nos empeñamos en querer una tabla? Porque una tabla contiene potencialmente más información que una lista, ya que no solo se pueden establecer diferentes relaciones entre los elementos, sino, lo que es más interesante, permite hacer predicciones.

      Se sabía que los elementos tenían una forma peculiar de relacionarse unos con otros. Algunos reaccionaban con el agua de forma violenta, otros lo hacían más sosegadamente. Otros no reaccionaban con nada. Y otros ni siquiera se sabía para qué servían. Hay que tener en cuenta que el descubrimiento de partículas subatómicas, como electrones, protones y neutrones, fue relativamente tardío, por lo que las causas por las que unos elementos reaccionaban de una u otra manera eran desconocidas.

      Se conocían los pesos atómicos con cierta precisión, pero había que encontrar algún tipo de periodicidad que permitiera establecer nuevas relaciones. Hubo varios intentos y se hicieron diferentes tablas, pero para construir «La tabla» hacía falta un visionario.

      En marzo de 1869 Dmitri Ivánovich Mendeléyev hizo la siguiente declaración ante la Sociedad Química Rusa: «Los elementos dispuestos de acuerdo con el valor de sus pesos atómicos presentan una clara periodicidad de propiedades».

      Mendeléyev había tenido una visión.

      El artista visualiza el cuadro que todavía no ha pintado, el poeta siente una especial emoción ante una poesía que todavía no ha escrito, el músico oye una música que todavía no ha sido interpretada por ningún instrumento. Visualizar algo es el primer paso, luego hay que ponerse a trabajar para materializar aquello que se ha visualizado. El que la visión aparezca por sorpresa (nadie puede predecir el momento en que va a suceder) no quiere decir que acontezca de forma casual. La aparición del vapor en un recipiente con agua es algo repentino, pero es el resultado de haber estado calentando el agua durante cierto tiempo.

      Cuando la mente persigue febrilmente un objetivo y las horas de trabajo se acumulan, hay un momento en que es obligado parar. No hacer nada. Es entonces cuando el cerebro se convierte en un auténtico hervidero. La actividad neuronal se dispara sin que seamos conscientes de ello. Es el momento propicio para que los resultados experimentales, las conjeturas teóricas, los caminos sin salida y los laberintos de la especulación adopten la forma de una visión que, en forma de síntesis, proporcione un resultado concluyente. Una visión te puede pillar durmiendo o en estado contemplativo, viendo cómo caen las manzanas de los árboles. Mendeléyev afirmó haber «soñado» la configuración de la tabla periódica que relacionaba los 70 elementos que se conocían entonces.

      1 Establecer un sistema de medición es otro de los hitos fundamentales en el desarrollo de una ciencia.

      MENDELÉYEV

      Cualquiera que hubiera oído aquellos gritos procedentes del estudio habría pensado sin duda que quien estaba al otro lado de la gruesa puerta de madera estaba sufriendo un ataque de locura. Pero la asistenta, después de tantos años de trabajar en aquella casa, sabía que se trataba de un ejercicio controlado. Mendeléyev practicaba sus ataques de ira indiscriminada con la misma naturalidad con la que cualquiera dedica diez minutos diarios a hacer una tabla de gimnasia sueca. Afirmaba que esta forma de liberar energía le permitía mantener un razonable estado de salud mental.

      Siberiano, descendiente de mongoles por vía materna, metro ochenta de estatura y complexión fuerte, frente amplia y ojos azules de mirada penetrante, todo ello enmarcado por una abundante melena y una frondosa barba. Eran los rasgos físicos de un hombre dispuesto a alcanzar sus propios objetivos.

      El 19 de agosto de 1887 estaba previsto que hubiera un eclipse de sol, lo que, en su momento, fue considerado como un acontecimiento astronómico importante. Mendeléyev, que con anterioridad había estado trabajando en varias mejoras técnicas del globo aerostático de hidrógeno, se había propuesto atravesar las nubes y observar el eclipse en condiciones óptimas. Pero aquella mañana no solo amaneció nublado, sino que además una fuerte lluvia hacía prácticamente inviable la ascensión en globo. Mendeléyev, que no estaba dispuesto a renunciar al experimento, eliminó cualquier peso que pudiera lastrar al globo, lo que incluía también al piloto y que convertía aquella expedición científica en una aventura muy arriesgada. El globo ascendió directo a los cielos, pero no consiguió ganar la suficiente altura para superar la capa de nubes y la observación no se pudo llevar a cabo. Y Mendeléyev no se mató de milagro. Sin embargo, en los medios científicos aquel fracaso fue considerado como un acto heroico, hasta el punto de que la Academia de Meteorología francesa le otorgó una medalla.

      Esta y otras muchas anécdotas (algunas rozando la leyenda) evidencian el carácter y el espíritu decidido de un científico que habría de superar muchas dificultades de carácter político, social y académico, si quería que su «obra maestra» viera la luz y pudiera traspasar cualquier tipo de fronteras.

      Dmitri Ivánovich Mendeléyev nació el 8 de febrero de 1834, en Tobolsk, antigua capital de Siberia. Era el menor de trece hermanos (según las fuentes este número puede oscilar entre doce y diecisiete). Su padre, Ivan Pavlovich Mendeléyev, que fue durante varios años director del Gimnasio (escuela local) de Tobolsk, quedó ciego a los dos meses de nacer Dmitri, lo que obligó a su madre Mariya Dmitriyevna Kornileva a hacerse cargo de la economía familiar1. Para ello, recuperó un antiguo negocio de su padre, una


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