Regreso a Reims. Didier Eribon
lo que iba pasando o lo que no pasaba: “Hoy pica”, o bien, “no pica”, y buscábamos saber por qué, le echábamos la culpa al calor o la lluvia, a un momento del año demasiado prematuro o demasiado tardío… A veces nos encontrábamos con mis tíos y sus hijos. A la noche, comíamos los pescados que habíamos atrapado. Mi madre los lavaba, los pasaba por harina y los ponía en la sartén. Nos relamíamos con esas frituras. Pero en seguida todo eso comenzó a parecerme ridículo y estéril. Quería leer, no perder el tiempo sosteniendo una caña de pescar, vigilando las oscilaciones de un corcho en la superficie del agua. Empecé a odiar toda la cultura y las formas de socialización vinculadas con ese pasatiempo: la música de las radios a pila, las charlas banales con la gente que encontrábamos allí, la estricta división del trabajo entre los sexos (los hombres pescaban; las mujeres tejían, leían fotonovelas o se ocupaban de los niños, preparaban las comidas). Dejé de acompañar a mis padres a ese lugar. Para poder inventarme, antes que nada, debía disociarme.
1 En esa época coexistían dos sistemas: la escuela primaria, obligatoria hasta los catorce años, y el liceo, más prestigioso, al que asistían los hijos de los burgueses desde los once a los diecisiete años. [N. de la T.]
2 Véase Francine Muel-Dreyfus, Le Métier d’éducateur, París, Minuit, 1983, pp. 46 y 47.
3 Annie Ernaux, Une femme, op. cit., p. 33.
4 Segundo, primero y terminal corresponden a los últimos tres años de escolarización media, comprendida entre los quince y los diecisiete años. [N. de la T.]
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