El río de la herencia intergeneracional. Gustavo E. Jamut
no estamos hablando –como equivocadamente afirman algunos– de pecados que se transmiten en la familia, ya que como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, el pecado es un acto personal (con excepción del pecado original de Adán y Eva(3)) que es perdonado por Dios por medio del arrepentimiento y el sacramento de la reconciliación.
Lo que sí podemos afirmar, sin lugar a dudas, es que entre los seres humanos existe una comunicación sobrenatural o irradiación, tanto del bien que se realiza como del bien que se deja de hacer, así como también de todo mal que se comete.
Por lo cual, de algún modo todos somos receptores y también transmisores de bendiciones (referido a todo lo bueno que recibimos y comunicamos), así como también somos receptores pero también transmisores de las consecuencias negativas de los pecados y de todo mal que se realiza.(4)
A esto se refiere el papa Pablo VI cuando escribe:
Por arcanos y misericordiosos designios de Dios, los hombres están vinculados entre sí por lazos sobrenaturales, de suerte que el pecado de uno daña a los demás, de la misma forma que la santidad de uno beneficia a los otros. De esta suerte, los fieles se prestan ayuda mutua para conseguir el fin sobrenatural. Un testimonio de esta comunión se manifiesta ya en Adán, cuyo pecado se propaga a todos los hombres. Pero el mayor y más perfecto principio, fundamento y ejemplo de este vínculo sobrenatural es el mismo Cristo, a cuya unión con Él Dios nos ha llamado. Pues Cristo que “no cometió pecado”, “padeció su pasión por nosotros”, “fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes...; y sus cicatrices nos curaron.(5)
Y como también afirma el apóstol Pedro cuando dice: Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto (1Pe 1, 18-19).
Por lo tanto, de lo que se habla al referirnos a la herencia intergeneracional, es de actitudes, comportamientos o programación que las familias imponen consciente o inconscientemente a sus descendientes, y que también se generan como modelos sanos o enfermos –según sea cada caso–, en el ambiente familiar y sociocultural, tal como pueden ser la sobriedad o el alcoholismo, las actitudes pacíficas o la violencia doméstica, el valor de la fidelidad o el adulterio, etcétera. Mientras que muchas otras condiciones (también de salud o enfermedad física, psicológica y espiritual) también parecería que pueden ser transmitidas de modo genético y congénito.
Una herencia positiva
Y por haber escuchado la voz del Señor, tu Dios, vendrán sobre ti y te alcanzarán todas estas bendiciones…(Dt 28, 2).
También es conveniente tener presente que cuando vayas leyendo a lo largo de este libro sobre la herencia genética, no solo lo haremos reflexionando sobre los rasgos negativos de las deficiencias físicas, de carácter, o de otras áreas que en la familia se repiten de generación en generación, sino que también iremos acrecentando la conciencia de que hay toda una herencia positiva y de bendición, que nos acompaña de manera constitutiva a cada uno de nosotros, tal como es la buena salud que caracteriza a algunas personas, o ciertas capacidades deportivas, artísticas o rasgos amables de carácter que suelen sobresalir no solo en una persona, sino en varios miembros de la misma familia.
De este modo, por medio de una comprensión más profunda y con la ayuda del poder de la oración, no solo podremos abrirnos a la sanación interior y a la transformación personal y familiar que Dios puede y quiere realizar de muchos de los aspectos negativos de nuestra herencia que influyen en nuestra personalidad, sino que fundamentalmente podremos revalorizar lo positivo y saludable que en nuestras familias desciende desde las generaciones anteriores, así como el agua pura y cristalina desciende desde la cima de las montañas nevadas.
La imagen del río
El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna (Jn 4, 14).
Al comenzar a escribir este libro, evocaba en mi interior la imagen de algunos arroyos, vertientes y ríos de montaña que descienden de las altas cumbres montañosas y que surgen como efecto de las lluvias, de las surgentes subterráneas y de las nieves que –ante las caricias de los rayos de sol– se van derritiendo lentamente y produciendo vida a lo largo del camino que la corriente va recorriendo. Es lo que sucede con todo el caudal de bendiciones que se van multiplicando en los diversos miembros de nuestras familias a lo largo de todas las generaciones y que, como ondas expansivas, se irradian en diversos ámbitos de la sociedad.
Sin embargo, así como hay ríos de aguas puras y cristalinas, también hay ríos de aguas turbias y contaminadas. Son ríos que no siempre han sido así, pero que en algún punto de su recorrido se les ha arrojado desechos tóxicos y otras sustancias que contaminaron el curso de sus aguas. Así también pudo suceder que en algunos tramos del río de vida de nuestras familias se hayan dado diversos sucesos traumáticos, actitudes espiritualmente erradas, prejuicios, etc., que hayan contaminado a nuestras familias y generado comportamientos que están necesitando –desde los caudales más elevados de nuestro árbol genealógico– una purificación y transformación profunda.
La persona que carga con una herencia intergeneracional negativa experimenta como si su vida estuviese signada por una fuerza opresiva e indefinida que le impide desarrollar plenamente algunas áreas de su vida. Se puede tener todas las aptitudes para alcanzar la meta y, sin embargo, en el momento decisivo en que debe concretarse, siempre “sucede algo”, “algo falla”, “algo sale mal”, y así debe comenzar de nuevo… De esta forma, entonces –después de mucho bregar–, logra alcanzar el mismo nivel que había conseguido anteriormente, pero... nuevamente –y sin encontrar ninguna razón evidente para que esto suceda– algo sale mal. Y por lo que tanto se había trabajado y tanto se anhelaba nuevamente se esfuma y no logra concretarse, siendo este un patrón reiterativo en su vida.
Estos patrones pueden repetirse en los diversos miembros de la familia en diferentes dimensiones, como, por ejemplo, en las relaciones interpersonales: elección de una pareja inadecuada, frustración matrimonial, incomunicación, situaciones de abandono. También estas repeticiones pueden darse en el estudio, salud, trabajo, economía…, y la lista aún podría extenderse mucho más.
Entonces, ante estas situaciones repetitivas, la persona comienza a percibir como si existiese una barrera invisible que parece estar siempre allí, impidiendo que a nivel personal o familiar se dé esa integridad y salud en alguna de las áreas de su vida. También puede tener la sensación de que hay potencialidades que jamás se desarrollarán por completo, inhibiendo, reprimiendo o impidiendo la expresión plena de su identidad personal.
Por esta causa, la persona se siente como desunificada en sí misma, y su corazón se va llenando de desesperanza. Pero en definitiva hay una palabra con la cual podríamos sintetizar lo que experimentan las personas que cargan con una pesada herencia intergeneracional: frustración.
Entonces, al ver que hay situaciones conflictivas o fracasos que en la familia se repiten regularmente en sus diversos miembros, se comienza a dudar de que sean meras coincidencias o simples repeticiones casuales.
Ya Carl Gustav Jung habla de una de las corrientes que como un arroyo aporta su caudal de agua a esta herencia cuando menciona las dos esferas del inconsciente: el inconsciente personal y el inconsciente colectivo. Según su concepto: “El inconsciente colectivo está formado por ‘arquetipos’ que contienen las características arcaicas resultantes de las experiencias de nuestros ancestros”.(6) Y “a semejanza de los instintos, los modelos de pensamiento colectivo de la mente humana son innatos y hereditarios. Funcionan, cuando surge la ocasión, con la misma forma aproximada en todos nosotros”.(7)
Sin embargo, este libro no pretende abordar el tema de la herencia intergeneracional desde la psicología, ni tampoco enseñar procesos terapéuticos; sino que su humilde propósito es brindar –por medio de los testimonios de algunas personas