Barcelona - Buenos Aires. Matias Nespolo

Barcelona - Buenos Aires - Matias  Nespolo


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miedo o paralizados por la curiosidad. El Aragonés intentó por todos los medios alcanzar la puerta principal, la que daba a las Ramblas. Tropezó con varias mesas. Se volvió. Hizo frente al Nelo y al Vicentet. El Nelo levantó su pistola y disparó. La primera bala fue a parar al tórax del Aragonés. El Nelo apretó de nuevo el gatillo. La segunda bala se encasquilló. Acto seguido el Vicentet le propinó varias puñaladas en los brazos. La víctima se tambaleó y cayó pesadamente sobre una mesa de mármol. La mesa se partió por la mitad, y el matón siguió hundiendo su cuchillo en el cuerpo ya inerte del Aragonés mientras su jefe le aplastaba la cabeza con una silla. El Vicentet huyó de inmediato. El Nelo, en cambio, salió tranquilamente a la calle y se dejó detener, convencido de que no le iba a ocurrir nada. Prestó declaración en el cuartelillo. Ingresó de inmediato en prisión. Quedó incomunicado. Su cómplice correría la misma suerte pocas horas después. La policía abrió una investigación, detuvieron a varios de los miembros de la banda, también al guardia corrupto que había cacheado al Aragonés a la salida del Edén. La opinión pública se hizo eco del crimen; por su atrocidad, todo el mundo daba por sentado que esta vez sería imposible que el Nelo se librara. Los diarios proporcionaban múltiples informaciones, a menudo contradictorias. La imaginación de cronistas y lectores contribuía a llenar los huecos. En junio de 1905, unos quince meses después del suceso, comenzó el juicio. La expectación era enorme; los testigos, numerosos: el vigilante de la calle Ferran, transeúntes, varios clientes de la chocolatería, entre ellos un periodista del diario La Publicidad. La defensa trató de disfrazar el crimen como el resultado de una disputa entre bandos políticos. Esfuerzo inútil. Las pruebas resultaban incontrovertibles. El Vicentet fue condenado a cadena perpetua. La pena para el Nelo fue la muerte por garrote vil.

      Hasta aquí la historia conocida, dijo el chico, abriendo los ojos como un médium que recobrara el contacto con el mundo real. Sin embargo, yo he conseguido ir bastante más allá en mis indagaciones. Descubrí en primer lugar que, tres lustros después de haber escuchado su sentencia, el Nelo aún no había sido ajusticiado. Vivía en una prisión, pero vivía. Y qué, me dirá usted. Pura arqueología criminal. En efecto. Ahora bien, las resonancias de este caso llegan hasta nuestros días. Sí, sí, me ha oído usted perfectamente. Yo dispongo de esa información, datos que afectan todavía a muchas personas. Gente poderosa, por supuesto. Creo que es el momento de que el público se entere. De que pase algo de una maldita vez. De que explote todo, en definitiva. Hay que ir preparándose para un momento crítico. Histórico. Porque no se trata de vulgares crímenes pasionales o de venganzas entre proxenetas. Aquí hay mucho más en juego. Una confabulación que dura décadas. En nuestra ciudad, las cosas no han cambiado demasiado durante los últimos cien años, qué le voy a contar. Han mandado siempre los mismos, aunque varíen los rostros de los que están en primera línea. Las manos que manejan los hilos son invariables, llevan inscrito un destino idéntico en sus distinguidas palmas. Firman con los mismos apellidos y con la misma pluma de oro. ¿Pero y si le dijera que, además, la mayoría de ellos pertenece a una misma organización? Una sociedad secreta. Una secta. Llámelo como quiera. Ese es el verdadero nexo, créame, más allá de vínculos familiares y de amistad. Todo empezó en aquella época. El cambio de siglo puso de moda las cofradías esotéricas, ya sabe. El Nelo pertenecía a un escalafón inferior de esa hermandad, de ahí que consiguiera que su pena le fuera conmutada de espaldas a la opinión pública. Hermandad que sigue en la actualidad más activa que nunca. En este dosier encontrará información detallada.

      El muchacho había hecho aparecer un grueso volumen encuadernado con canutillo, cuya portada estaba monopolizada por un símbolo geométrico de aire vagamente satánico.

      Léalo en su casa con calma. Se va a caer de culo. Yo podría desvelarlo todo en mi blog, pero solo lo leerían cuatro gatos. Si usted consigue en cambio que la información se difunda de forma masiva… Ya hablaremos de estrategias, aunque preferiría que esta vez no camuflase la información con ninguno de sus juegos: vale la pena que corramos el riesgo a cara descubierta.

      Metí rápidamente el dosier en mi resignada cartera.

      Una última cosa, añadió mientras recogía los papeles que había ido dejando sobre la mesa. ¿Sabe en realidad por qué le he citado aquí? Le va a encantar.

      Me limité a sostenerle la mirada, aunque mi mente flotaba en algún punto impreciso más allá de su cogote.

      La chocolatería, dijo por fin. Este McDonald’s ocupa el edificio donde mataron al Aragonés. Increíble, ¿verdad? Jamás se me hubiera ocurrido, dije. La puerta trasera por la que trató de huir da acceso ahora a la cocina del local, añadió. Y la puerta principal por la que el Nelo salió exhibiendo su chulería es la misma puerta que utilizaremos para marcharnos. Creo, por cierto, que será mejor que no lo hagamos juntos. Me iré yo antes, si no le importa. No trate de ponerse en contacto conmigo, lo volveré a llamar. Mañana por la noche, por ejemplo, así habrá tenido tiempo de examinar el material. Ha sido un placer, señor Vico.

      Hizo un fulgurante saludo que me trajo a la mente alguna serie de ciencia ficción y bajó las escaleras a paso rápido. Me limpié con la tela del pantalón el sudor que había quedado impregnado en mi palma derecha. Me pasé la otra mano por el pelo. Estrujé el vaso de cartón. Me levanté. Descendí. Salí a las Ramblas. Giré hacia la izquierda, tomé la calle Ferran, volví a girar en el mismo sentido y me interné en el callejón paralelo. Era una vía poco transitada, a pesar de encontrarse en una de las zonas más turísticas de la ciudad. Localicé el acceso trasero al que el chaval había hecho referencia. La puerta estaba manchada con los grafitis de rigor, examiné el dintel y las jambas de piedra, compendié tres fechas, ocho exabruptos políticos, media docena de caricaturas genitales…

      La superficie metálica comenzó a moverse de repente. Me eché hacia atrás. Un empleado asomó con una gran bolsa de basura que dejó junto a un cubo verde. Llevaba un delantal lleno de lamparones y un gorro de cocinero en un estado similar. Me miró. Yo disimulé fingiendo que consultaba mi móvil. Me preguntó si tenía fuego, o eso me pareció. Guardé el teléfono, saqué un mechero promocional con el logo del periódico, se lo acerqué. Miutchas grazzias, masculló, y mientras yo trataba de determinar a qué rincón del mundo pertenecería su rarísimo acento y reparaba al mismo tiempo en el tatuaje que adornaba su dedo cortado, él le dio la primera calada a su apestoso cigarrillo, un Gitanes sin filtro, creo.

      LATERO Y YO

      Tatiana Goransky

      El duelo silencioso es el peor. El duelo silencioso trepa y se agarra a cada órgano hasta sacarle todo el aire, todo el oxígeno. El duelo silencioso puede matar un cuerpo y después matarlo de nuevo. No tiene límite la cantidad de muertes que puede provocar. No tiene tiempo. O, si se quiere, no tiene límite de tiempo. Y mi mamá me dice «Estás preciosa», pero lo que quiere decir es que estoy flaca. Y para ella flaca es preciosa. No importa si hace cuatro semanas que solo como agua y no duermo más de dos horas por noche. No importa si me miro al espejo y no me reconozco: cuerpo de nena sin caderas ni tetas, huesos a la vista y venas que me atraviesan como lo haría un pincel de preescolar. Soy restos, desechos, soy lo que dejaron de un pollo. Seguro que ahora se juntan él y ella y tiran de la pieza a ver quién se queda con el huesito más grande.

      Antes éramos Latero y yo. Ahora ellos viven una vida de aventura, pintan y crían a sus cinco hijos en plan Peter Pan. Juntos parecen los niños perdidos más Wendy más Peter. Vuelan por toda Barcelona pegando latas de amor, esas que antes él escribía para mí.

      En Buenos Aires no salgo de mi cuarto, al menos no por voluntad propia. Me arrastran, me sacan todas las mañanas a caminar trece vueltas a la manzana, es obligatorio y «el ejercicio te hace tan bien. Tenés relindas formas ahora, ¿viste?». Veo que soy un fantasma hecho de tejidos que, con correa y bolsita para restos emocionales, da vueltas a la manzana una y otra vez. Todos los días. Llueva, truene o me den esos calambres de la falta. Los calambres de mujer que ya no menstrúa, que se quedó sin sangre porque las hormonas no andan, porque el cuerpo ya no quiere dar frutos ni pelos ni emitir sonidos ni nada. Antes cantaba, ahora suspiro y gruño. Me paso el día suspirando y gruñendo de manera involuntaria, es como una tos o un carraspeo nervioso o como si me hubiera transformado en un anciano enfermo de melancolía.


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