Julio Ramón Ribeyro. Antonio González Montes

Julio Ramón Ribeyro - Antonio González Montes


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retomamos la distinción entre los dos cronotopos que constituyen el total de la historia, veremos que el primero, como ya se dijo, emplea como escenario, el mar, o en términos más generales, la naturaleza. En este ámbito, por lo menos así lo ilustra el relato, los seres humanos actúan de un modo más directo y simple, aun a riesgo de poner en peligro la propia vida, como ocurre con Rosina, la esposa del alcalde, y la propia Virginia: la primera no duda en ingresar al mar para disfrutar de una experiencia que suele ser gratificante física y espiritualmente, aunque no carece de peligro. Y Virginia tampoco vacila en su propósito de salvar a Rosina, pues en cuanto comprueba que ella está a punto de ahogarse, renuncia a lo que ha estado haciendo y asume la tarea titánica de luchar contra la bravura natural de las olas.

      Mientras Rosina entró al mar llevada, quizá, por motivaciones hedonistas, es decir, para gozar con el acto de bañarse, y ya sabemos que para los seres humanos en general, el placer es vital y prioritario; en cambio, Virginia que también disfruta del nado, ingresó a las aguas marinas impelida por razones éticas o humanitarias: el apreciar el valor de la vida la llevó a arriesgar la suya propia, como en efecto, el narrador detalla los denodados esfuerzos que hizo Virginia para rescatar a quien estaba ya a punto de ahogarse. Y una prueba de ello es que la esposa del alcalde, depositada en la arena, fue ayudada por “un hombre (que) se había sentado a horcajadas sobre doña Rosina y, delante del grupo de testigos, trataba de hacerla vomitar” (Ribeyro, 1994, II, p. 214).

      A su vez, la segunda gran secuencia se efectúa en la ciudad; primero en la casa de la heroína y luego en la del alcalde, y las acciones que realizan los personajes son más complejas y controversiales pues parecen estar regidas por normas, reglas, prejuicios, deseos que no siempre obedecen a lo más razonable o lógico. Como hemos dicho, la razón de ser de esta segunda secuencia es la de dar cumplimiento a la decisión de homenajear a Virginia por la acción heroica que ha cumplido dos días antes del de la ceremonia, y para la cual el alcalde ha regresado desde Lima adonde había viajado hace poco.

      El bloque narrativo inicial de esta segunda secuencia tiene como escenario la modesta casa de Virginia, en la que todos los miembros de su familia se alistan para acudir a la vivienda del alcalde, donde primero habrá una premiación (se le impondrá la medalla a la joven salvadora) y luego una fiesta para todos los asistentes. El narrador que focaliza los austeros ambientes del hogar de Virginia, nos hace conocer, mediante la técnica del diálogo de los integrantes de dicho hogar, las actitudes diferentes que exhiben los seres de la ficción: aparece la joven protagonista, que se opone al homenaje: “—¡No quiero ir, Pamelita! ¿Por qué tienes que hacer tanto ajetreo? Te juro que no es nada del otro mundo sacar del agua a una persona” (Ribeyro, 1994, II, p. 214).

      Virginia minimiza el valor de la hazaña que acaba de cumplir y por la cual, todo el pueblo quiere participar en el homenaje; pero las razones por las que ella se resiste a ir a la ceremonia no obedecen solo a su modestia. También influyen en su ánimo la percepción de las diferencias sociales que ella advierte entre la pobreza ostensible que exhibe su familia, más el comportamiento risible de su padre y la solvencia económica del alcalde y de su familia, a lo que debe agregarse la antipatía de Virginia por las hijas del burgomaestre, de las que dice que “son egoístas, son feas”.

      En suma, el narrador y Virginia, a través de las focalizaciones y del diálogo, ofrecen al lector una imagen deplorable del padre y de la madre de la protagonista; en especial, el primero de la pareja, por sus propias declaraciones, proyecta la imagen de alguien a quien le place hacer el ridículo ante los demás, mediante la realización de ciertas piruetas, como pararse de cabeza, aunque siempre acabe cayéndose. La madre tampoco se libra de la mirada crítica de Virginia, quien la regaña por lo mal que luce el sombrero que se ha puesto para asistir a la reunión. La ama de casa no tiene mejor idea que la de culpar a su esposo por no haberle comprado otro3.

      El bloque narrativo segundo y último de la segunda secuencia se desarrolla en algunos ambientes de la amplia casa del alcalde, en los cuales se escenifican la ceremonia de premiación de Virginia y la fiesta generalizada que sigue. Y entre estos actos existe, como se verá, el contraste entre lo aparente y lo real, entre lo que se dice públicamente y lo que se desea en privado. Lo más significativo de esta secuencia comienza con la llegada e ingreso de Virginia a la casa de la autoridad vecinal. El narrador da cuenta del recorrido de la protagonista mediante la mirada y los oídos de esta pues transcribe lo que la joven ve y oye. Veamos su percepción de las hijas del anfitrión:

      Virginia avanzó rectamente hacia ellas y se detuvo a pocos pasos. Las dos muchachas se consultaron entre sí y le extendieron la mano.

      —Te agradecemos lo que has hecho por mamá —dijo una.

      —Eres la heroína de Paita —añadió la otra.

      Virginia miraba sus vestidos, sus peinados. (Ribeyro, 1994, II, p. 216)

      También observa a sus padres y después, en un salón contiguo, a un grupo de muchachos y muchachas, que apenas comenzó a tocar la orquesta se abalanzaron al baile y envolvieron en él hasta a Virginia que por ser el centro de atención danzó con varios y recibió solicitudes para narrar la hazaña que había realizado. Y es en ese jolgorio que la joven percibió que los ojos del alcalde no dejaban de mirarla y la seguían por todas partes. Apreciemos cómo la focalización se concentra en ellos:

      Oscuros, soñadores, alineados entre las sienes canosas, un poco tristes, estos ojos parecían poseer el don de la ubicuidad. Virginia los veía entre la gente que bailaba, entre la que conversaba al lado del bar, entre la que fumaba en la terraza, hasta que, al fin, al terminar una pieza con una voltereta, los vio casi contra su rostro.

      —¿Bailamos?

      Virginia accedió y se dejó llevar casi en vilo por esos brazos vigorosos, que la atenazaban hasta hacerle daño y llevaban inflexiblemente el compás. Pronto sintió que aplaudían y se dio cuenta de que todos habían formado una ronda y los miraban, sonrientes. (Ribeyro, 1994, II, p. 217)

      Esta breve escena es importante porque en ella se manifiesta el interés erótico del alcalde por la joven que salvó a su esposa; y este deseo continuará hasta el final de la historia y llega a constituir, sin duda, la figura del acoso sexual. Empero, de momento, los avances del anfitrión se suspenden porque él mismo deja de bailar e inicia un breve discurso de reconocimiento personal y general a Virginia por el acto heroico que realizó dos días antes en la playa. Lo más relevante del mensaje, en función de lo que ocurrirá después, es la afirmación de que, si la joven no salvaba a Rosina “ahora, en estos momentos estaría llorando mi viudez”.

      Terminado el discurso, el alcalde procedió a imponer la medalla al mérito a Virginia. No transcurrió mucho tiempo para que se reinicie el baile, en forma mucho más desaforada y en cierto momento la homenajeada constató que se había quedado “sola en medio de esa fiesta dada en su honor”. Por ello, buscó un espacio donde refugiarse y lo ubicó “en una terraza interior, fresca, penumbrosa, separada por una baranda de lo que debía ser una huerta”. En ese lugar donde creía haber encontrado tranquilidad se hizo presente el alcalde para reiniciar el acoso. La joven intentó evitar la cercanía y huir, pero su interlocutor le pidió que no se vaya y a ella no le quedó otra que permanecer en aquel lugar.

      En los momentos en que estuvieron juntos, fue el alcalde el que acaparó la palabra, mientras Virginia se limitó a intervenir pocas veces. La estrategia del burgomaestre consistió en ganarse, primero, la confianza de su joven interlocutora, para luego abordar el asunto de la acción heroica de aquella. Y mientras en su discurso público, el burgomaestre elogió sin reservas a Virginia, ahora en la reunión privada que sostienen se muestra irónico y llega a lamentar que la joven haya estado en el muelle. Apreciemos el momento más significativo del encuentro de los dos personajes:

      —Sí, eso me decía y me pregunté: ¿por qué tenía que estar ayer en el muelle?, ¿por qué tenía que estar justo en ese lugar?

      —Si no hubiera estado, su mujer se hubiera ahogado.

      —Precisamente –dijo el alcalde-. Se hubiera ahogado, ¿y qué?

      Virginia no supo qué responder.

      —Se hubiera


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