Julio Ramón Ribeyro. Antonio González Montes

Julio Ramón Ribeyro - Antonio González Montes


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la paz que debe existir entre vecinos e ignoró el elogio póstumo que hizo de su padre, un sacrificado pastor, como casi todos. Resumió su respuesta con las siguientes palabras: “—Hablar bonito no es decir la verdad. No tengo nada que ver con usted —y no bebió la chicha ni comió el chuño que invitó don Santiago” (Ribeyro, 1994, II, p. 51).

      Con estas declaraciones, se descartó toda posibilidad de tregua entre los rivales. Pese a ello, y como estaban en época de cosechas, el hacendado volvía cada día para utilizar la fuerza de trabajo de los comuneros. No siempre es fácil convencerlos porque ellos también tienen sus tierras, pero Santiago les da dinero y llegó a regalarles una máquina de escribir, que Pumari llevó a su casa, aunque este no sabe de escrituras. Como era de esperar, el único comunero que se resiste a trabajar para Santiago es Sixto y busca convencer a los demás, incluso con imágenes fuertes (“sangre de calandria”, pezuña del patrón”), que les haga tomar conciencia. A su vez, el hacendado hacía su propia labor y recurría a métodos violentos contra su rival. Por ejemplo, urdió una nueva paliza a cargo de tres misteriosos “aparecidos”, que dejaron al borde de la muerte al comunero. Limayta lo trajo de vuelta a Huaripampa, echado sobre el espinazo de un burro y luego le dijo unas palabras muy duras: “—¡Ah, Molina, haces mal en seguir viviendo! —decía Pedro Limayta—. Eso te pasa por no querer morirte de una vez, cuando has venido de la mina con el cuerpo podrido” (Ribeyro, 1994, II, p. 53).

      Pese a haber quedado con el brazo quebrado, “como si fuera el ala de una gallina”, Sixto no bajó la guardia y siguió dando la batalla a su enemigo de clase. Su plan consistió, esta vez, en aprovisionarse de alimentos y subir hasta la cima del temido cerro Marcapampa, en compañía de dos aliados, los hermanos Pauca, quienes odiaban al hacendado porque sus mujeres, atraídas por el dinero del patrón, se fueron a Huancayo y abandonaron a sus esposos. Eso explica que se hayan unido a Sixto. Ellos también tienen ánimo de venganza. El recorrido hasta ese lugar es largo, pero el narrador se las ingenió para seguir al trío de rivales de Santiago. Los Pauca no querían que los siga, pero Sixto aceptó su compañía y ofreció darle una tarea, en el plan que tenía en mente, para cuando llegaran a la cima del cerro.

      En esta ocasión, asesta un golpe mortal a Santiago: todos iniciaron la bajada del Marcapampa y se dirigieron a un lugar que, según dedujo el narrador, no podía ser otro que la casa del patrón. Llegaron de noche hasta allí y le tendieron una celada al “niño” José, el heredero de Santiago. Uno de los Pauca tocó la puerta, mientras Sixto y el otro Pauca se escondían. Con engaños hicieron que el hijo del patrón salga, farol en mano, y cuando estuvo fuera, lo atacaron y pese a que salieron otros a ayudarlo, finalmente el plan funcionó y sobre el piso quedó tendido José y otro más. Durante esta tensa escena, el narrador, subido en un muro hizo de vigía de los conjurados y cuando escuchó que venía más gente, recurrió al silbido para que el trío huya del lugar de los hechos. De ese modo, la venganza quedó consumada.

      Ante tamaño golpe, la respuesta del hacendado también fue feroz. Huaripampa vive, otra vez, la angustia por la llegada de Santiago y de sus secuaces, que recorren amenazadores todo el pueblo. Y una de las primeras en sufrir la saña represiva es la hermana de los Pauca, cuya casa es destrozada. Después, todos se van a la chichería, con el hacendado a la cabeza y este anuncia que ha mandado traer a los Pauca. Mientras esperan que lleguen estos, se desata en aquel lugar una atmósfera de festejo: los comuneros y otros funcionarios que se han sumado a la causa del poderoso, beben, fuman, exhiben sus armas y se dan ánimos para lo que ocurrirá con los Pauca. En esa reunión también se hace pública la decisión de realizar un chaco2 para cazar a Sixto Molina. Santiago confirma que participarán los demás hacendados, habrá apoyo de los policías, que actuarán amparados por una orden.

      Más tarde se produce un clímax mayor con la llegada de los Pauca, que vienen amarrados a las monturas de los caballos para que avancen a la carrera. Y en cuanto están presentes, los hermanos sufren los peores castigos físicos y luego se los llevan, pero hacen traer a la hermana y la someten a las peores vejaciones. Estas escenas provocan en el lector el mismo rechazo que se siente en escenas semejantes, perpetradas por personajes tan ruines como los que están presentes, en la novela El Tungsteno (1931), de César Vallejo. El desenfreno es tan intenso y prolongado que todos los que han abusado de la hermana de los Pauca terminan dormidos. El narrador que ha presenciado estos hechos abandona el lugar para tratar de ver y hablar con Sixto Molina y en ese recorrido observa que varios hacendados que se odiaban con Santiago también se han unido a su causa, porque un “cholo” pone en peligro los intereses de todos los dueños y puede arrastrar a otros cholos a cuestionar el poder de los hacendados. Y esto es intolerable para ellos, que se sienten propietarios de los comuneros.

      El relato ingresa a su fase final. Por testimonio de Pedro Limayta se sabe que Sixto ha partido de su comunidad, con su fusil, anunciando que va a Huancayo, aunque su destino parece ser el cerro Marcapampa según le comenta Limayta al narrador. Este, se las ingenia para conseguir un caballo y seguir el rastro de Molina y tiene que sortear ciertos obstáculos que le impiden avanzar. Por su parte, Santiago y sus muchos aliados y colaboradores se dividen con el fin de que el perseguido no tenga por donde escapar. Poco a poco se va configurando el cerco, es decir, el chaco, alrededor de la zona por la que debe estar la “presa”. El narrador comenta que, hasta el cielo, con su limpidez, colabora para que la operación de cacería se concrete con éxito. Todos confluyen hacia el cerro Marcapampa, pero aún no ven a Sixto. En esas circunstancias, cuando los perseguidores se juntan cada vez más y están prestos a entrar en acción, el narrador registra la llegada de los comuneros de Huaripampa hasta allí. La súbita presencia de este grupo preocupa a Santiago y por ello envía a Pumari a preguntar por el motivo de su visita. Los interrogados respondieron que no querían nada especial, solo observar. Pero la tensión retorna porque un nuevo grupo de huaripampinos viene por otro costado del cerro y también se quedan. El narrador comenta que estos movimientos diseñan la figura de un chaco que envuelve al otro chaco. Estos sucesos sugieren que los comuneros alientan el deseo de apoyar a Sixto y de sitiar a Santiago y los suyos, pero este propósito, si lo hubo, se frustra y el plan sigue su curso, sobre todo porque el hacendado asume una actitud más firme ante los huaripampinos, y estos acatan la orden de que no avancen más.

      El chaco siguió adelante, con el avance de los jinetes y cholos hacia la cima del cerro; uno de estos últimos cayó y casi se produce un desbande, pero el patrón siguió acicateando a sus secuaces, pese a que Sixto no aparecía por ninguna parte y esta constatación desalentó al propio Santiago, pues temía que todo el operativo resulte un fracaso. El narrador y Chiuchi merodean por el lugar, observando el movimiento de las nubes, y en esos momentos alguien, desde abajo, informa a gritos que ha visto salir a Sixto; y, en efecto, el comunero perseguido baja dando tumbos y más que caminar parece que volaba. De inmediato se desató el tiroteo y como era previsible, Sixto cayó abatido y quedó, dice el narrador, como “un borrego despeñado”. Los comuneros se acercaron para ver cómo había quedado y solo miraban “ese cuerpo ensangrentado, que la lluvia atravesaba como un colador”. Con esa imagen concluye la gesta individual de un comunero en contra del poder de los hacendados. Ribeyro narra estos hechos con dinamismo y eficacia y también expresa su simpatía por Sixto. Sin duda, un gran relato, que revela el conocimiento y preocupación que sentía por este mundo polarizado.

      Como ya hemos señalado, el narrador ha realizado un gran trabajo de seguimiento de los sucesos más candentes, que se han realizado en los escenarios relevantes de la historia: la casa de Sixto, los alrededores de la casa hacienda de Santiago, el cerro Marcapampa. Como no es posible que esté en todas partes al mismo tiempo, su condición de huaripampino le permite interrogar a los personajes que le proporcionan la información que necesita para construir su relato. Y uno de sus colaboradores más cercanos es el “Chiuchi” Antonio, un joven como él, que trabaja, nada menos que en la casa hacienda. Pero se las ingenia para que sus amos no perciban que está colaborando, de algún modo, con Sixto. Quizá ello se explique porque en alguna parte de su relato, el narrador especule con la versión de que este “Chiuchi” sea su hermano.

      “Fénix”1

      “Fénix” es el tercer cuento del libro Tres historias sublevantes (1964), escrito en París en 1962. De principio a fin la historia está ambientada


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