Los buitres de la deuda. Mara Laudonia
ciertas metas macroeconómicas y obtenía créditos blandos para poder repagar la deuda. En verdad, seguían imperando los mandamientos del Consenso de Washington que Kirchner quería dinamitar.
Este acuerdo tenía la particularidad de que la Argentina necesitaba reestructurar su deuda en default con el sector privado y el FMI quería ser protagonista del proceso, pese a que no hay reglas escritas que indiquen que deba serlo.
Lavagna explicó cómo el Fondo buscaba siempre correr el arco de la cancha: “Nosotros hacíamos todo lo que nos exigía el FMI, pero para ellos siempre era poco y nos pedían que actuáramos de buena fe. Esto lisa y llanamente significaba que mejorásemos la oferta a los acreedores y más condicionamientos para la política económica, pero Kirchner se oponía siempre a mejorar la oferta”.
En ese último acuerdo con el Fondo, la negociación con los acreedores y la concreción de un canje de deuda era crucial entre las metas a cumplir. Y Kirchner le buscaría la vuelta para escapar a ese tutelaje que miraba sólo las recetas impuestas por los países del G7, los más desarrollados.
Había fuertes exigencias del directorio del Fondo, donde tenían silla los países con bonistas afectados por el default, sobre todo pequeños acreedores como Japón e Italia.
El acuerdo con el FMI requería del cumplimiento de una serie de metas parciales, que eran sometidas a revisiones periódicas, en este caso cuatro. Cada revisión resultó un parto para el país.
Los escollos del FMI que cansaron a Néstor Kirchner
El primer escollo con el FMI en la era de Néstor fue la primera revisión del acuerdo firmado en septiembre de 2003, realizado en marzo de 2004. Las exigencias incluían mejorar la oferta a los acreedores y reconocer al Comité Global de Tenedores de Bonos Argentinos (GCAB, por su sigla en inglés).
Para Nielsen, el tema que más le preocupaba al FMI era que la Argentina reconociera al GCAB como único interlocutor, y entonces se produjo un juego político y diplomático fenomenal. Kirchner se plantó y dijo que no al liderazgo de un grupo de acreedores impuesto por el FMI para la negociación de los acreedores, y en contraposición presentó una lista de veinticinco acreedores reconocidos por el gobierno.[17]
Luego el otro gran obstáculo fue la aceptación de la segunda revisión del acuerdo de julio de 2004. De nuevo, a través de los acreedores el FMI pide un esfuerzo más y que la Argentina reconozca un mayor pago. Argumentaba que el país crecía ya al 9% anual y podía aspirar a un superávit mayor al comprometido en el acuerdo, y otorgarle esa diferencia a los acreedores.
También hubo una fuerte discusión por el umbral de aceptación del canje, es decir, cuál era el mínimo por el cual se consideraba una oferta exitosa. Existía una presión para que alcanzara el 80%, cuando no había nada escrito antes las leyes internacionales.
La rispidez con el Fondo iba en ascenso a medida que pasaban los meses. Luego de una reunión reservada entre Krueger y Nielsen por ese tema, “el contenido de la reunión se había filtrado rápidamente ante los acreedores del GCAB. Esto puso en una posición incómoda a Krueger, que como gesto hacia el país se vio obligada a echar al supuesto informante de su equipo”, recuerda Nielsen.
Krueger tenía además su propio plan para la deuda de países en quiebra y miraba todos los demás con recelo: en 2002 había recomendado su plan de reestructuración de deuda soberana en el que buscaba que el FMI fuese juez y parte en la resolución, algo que no prosperó en el gobierno de George W. Bush hijo por el fuerte lobby de los bancos de inversión que veían afectados sus intereses.
“Krueger tenía su propio candidato, que era el Citibank, pero algunos lo querían a Charles Dallara [ver capítulo 4]– que capitaneaba a los bancos, y otros querían a otros. Ella siempre defendió al GCAB pero quería al Citi como ocurrió en 1982 con el Plan Brady”, comentaron los miembros del ex equipo económico.[18]
El punto de mayor disidencia en la negociación de ese acuerdo con el FMI fue cuando Alemania intentó hacer un código de conducta sobre la reestructuración de deudas soberanas dentro del G20 e incorporarlo al caso argentino.[19] “Yo le decía al ministro de finanzas [alemán] Hans Eichel que el código eran todas obligaciones para los países deudores. Nosotros propusimos una serie de reglas que al sistema financiero le parecieron horribles”, comenta Lavagna.
Asimismo, el ex ministro y su ex secretario de Finanzas destacan que durante las votaciones en el directorio, en las respectivas revisiones, los países más cooperativos fueron Estados Unidos y Francia: “Los españoles iban y venían pero en el fondo no fueron un gran obstáculo, y en algunos casos hasta se ausentaban en las votaciones. Y los que más presionaron fueron Alemania, Italia y Japón”.
El clímax de la tirantez de relaciones con la burocracia del Fondo fue cuando Lavagna y Nielsen descubrieron que el organismo ocultó información relevante al gobierno de Estados Unidos, uno de los países con voto de peso en el directorio del FMI, para renegociar el acuerdo.
En una reunión con el subsecretario del Tesoro de ese país, Paul O’Neill, Lavagna le dijo: “Nosotros sólo queríamos el roll over (refinanciación de vencimientos y no plata nueva). O’Neill me preguntó asombrado: «¿Cómo no quieren plata fresca? ¿Entonces cuál es el problema?» Y yo le contesté: «Vaya y dígaselo a los del FMI»”.
También Lavagna habló con el secretario del Tesoro de Estados Unidos John Snow, quien le resumió la idea de Estados Unidos de que el FMI debía ser un acreedor privilegiado por sobre los demás.[20]
“Yo le explico que nosotros tenemos un solo bolsillo, le pagamos al FMI y a los organismos, y el remanente que queda es muy poco; si ellos quieren más dinero para los privados tienen que sacrificar un poco de dinero. Él allí me sorprende y me dice: «Páguele al FMI y después a los otros»”, relató Lavagna.[21]
Esta postura de Estados Unidos fue replicada luego ante las cortes de Nueva York, en numerosas oportunidades, y posteriormente resultó un argumento a favor de la Argentina en los litigios de los acreedores por el default, cuando éstos buscaron incautar fondos de reservas argentinas.[22]
En tren de promover una solución entre las partes que incluyera la reestructuración de la deuda con quita, “Estados Unidos claramente trabajó en el G7 a favor de la Argentina”, asintió Lavagna. Esto se reflejó no sólo en la Justicia sino también en las posturas adoptadas durante las votaciones en el directorio en el FMI y en la conducta de no interceder en defensa de los acreedores, a diferencia de la burocracia del Fondo, de los países europeos y de Japón.
Esta posición fue admitida por los propios acreedores de la Argentina cuando iban a tocarle la puerta a Snow y su segundo, John Taylor. Fue el caso de Hans Humes, cabeza de un fondo de riesgo estadounidense, Greylock, que ensayó el liderazgo de una defensa en todos los frentes, mediática, judicial y diplomática, de los inversores de su país durante la etapa de la primera reestructuración de la deuda, y compartió la presidencia de la asociación de bonistas GCAB.[23]
En tanto, Italia jugaba comprensiblemente muy duro en contra del país, ya que tenía una cantidad fenomenal de pequeños bonistas –se decía que eran 450.000– que habían comprado deuda argentina, muchos de ellos jubilados que habían comprometido su pensión, engañados por bancos de su país que en los 90 les habían ofrecido papeles celestes y blancos como ahorro seguro.
La embajada italiana en Washington presionaba al G7 y al FMI. “Les pedían a las autoridades del FMI que le diera al GCAB un lugar preponderante como negociador, pero nosotros no se lo queríamos dar. El copresidente del GCAB, Nicola Stock, nos impresionó desde el principio muy mal. Viene a la Argentina, recién nos conocíamos, y lo primero que nos dijo fue: «Tiene que negociar conmigo»; además, tenía un ego increíble”, recuerda Nielsen con un dejo de amargura.
Nielsen fue uno de los que más padeció al italiano, quien se mostraba muy duro con la Argentina, y en tono despectivo llamaba al funcionario –quien tenía evidente debilidad por las corbatas– “el hombre de la corbatas de seda”, recordó un representante de los fondos de inversión de acreedores.
Nielsen volvía de sus periplos por Italia, tanto en