Los buitres de la deuda. Mara Laudonia
cierto, tampoco sabía nada el Banco Mundial. Se vio a su director gerente en la Argentina, Axel van Trotsenburg, anotando en su libreta punto por punto los lineamientos de la oferta, durante el anuncio. Podría decirse casi con seguridad que fue el único funcionario de una entidad multilateral que acudió a la sala.
Van Trotsenburg, quien había liderado la iniciativa de los organismos para condonar la deuda a veinticuatro de los países más pobres (iniciativa HIPC, por su sigla en inglés), era un apasionado del caso argentino. Desembarcó en el país durante la crisis de 2002 y mostró cierta flexibilidad durante su gestión para promover créditos de inversión, un punto en el que hubo consenso con el gobierno de Kirchner, que aceptó tomarlos, en contra de los denominados “créditos de ajuste” otorgados durante los 90, en los que el dinero era “fungible” (es decir, se ponía en la misma caja para ser repartido) y no se sabía bien adónde iban los recursos.
–¿Ustedes no les avisaron de la quita al FMI ese día en Dubai?
–No. Tuvimos una cena la noche anterior pero no les dijimos nada. Les decíamos: “Vamos a hacer tal cosa” cuando ya estaba todo cocinado. Fue un cambio de ahí en más, pero ya habíamos empezado a hacerlo, como cuando buscamos salir del “corralón”: en un momento dado subimos el tope de retiros para que los ahorristas pudieran retirar fondos. Y Krueger llamó hecha una fiera a Lavagna, y le espetaba que estábamos tirándonos la “borrachera monetaria” hasta el cuello –recordó Nielsen.[7]
Anne Krueger, la número dos del Fondo en ese entonces, fue bautizada como la dama de hierro del FMI con la Argentina. Mientras estuvo en funciones, encarnó el odio de lo más ortodoxo de la comunidad internacional con el país por la crisis y el default de 2001, asesorada por colaboradores como su economista jefe de investigaciones Kenneth Rogoff.
“Rogoff y Carmen Reinhart eran dos economistas del FMI que le bajaban línea intelectual a Krueger y decían que en la Argentina había monetary overhang (borrachera monetaria), producto de los amparos, y estábamos al borde de la híper. Ésa era su visión. Y claramente no tuvimos una híper”, recordó Nielsen, quien destacó que “la susceptibilidad con la Argentina era muy grande”.
Esa susceptibilidad de ambos economistas continuó en el tiempo de los Kirchner. Y pensar en un default como solución “deseable” para salir de una crisis era de ficción. Con el tiempo, Rogoff y su compañera, que devinieron economistas de los más escuchados para estos temas, cambiarían parte de su visión ortodoxa sobre los pedidos de ajuste y las crisis de deuda de los países luego de haber estudiado el problema mundial de los últimos diez años. Y alcanzaron a recomendar defaults como “deseables” para casos como el actual de Grecia, pero aún permanecen duros con la Argentina.[8]
El faltazo de Prat Gay
Ya se había develado la incógnita de la quita y la sala era aún un hervidero minutos después. Guadagni y Feletti se esmeraban por explicarle a los medios las bondades de la propuesta y el concepto de “sustentabilidad” y de “capacidad de pago”, que la Argentina necesitaba primero crecer y que sólo podría ofrecer lo que podía pagar en el tiempo para no volver a caer. Aún no se conocía la oferta concreta y final, sólo se habían esbozado los lineamientos.
Feletti no pertenecía aún al gobierno. Como titular del Banco Ciudad, respondía a Aníbal Ibarra, quien acabada de ser reelecto jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, venciendo a la fórmula encabezada por Mauricio Macri. Pero fue uno de los primeros economistas que compró y defendió el concepto de sustentabilidad de la deuda argentina. “Nos habían pedido que ayudáramos a explicar y defender la oferta”, sostuvo Feletti, uno de los pocos incondicionales a la propuesta desde sus inicios.
La actitud de estos funcionarios hizo incandescente una ausencia en la platea de los locales: el titular del Banco Central, Alfonso Prat Gay, no estuvo presente en el lanzamiento de la oferta, pese a haber sido parte de la comitiva oficial argentina.
Había pasado un rato ya de la conferencia del equipo económico cuando se pudo a ver a Prat Gay y a su segundo, Pedro Lacoste, tomando un café en las instalaciones del centro de convenciones.
“Esta propuesta no va a tener más de 20% de aceptación”, lanzó ante sus colegas el titular del Banco Central en esos pasillos, cuidándose de no ser interceptado por la prensa.
“El muy guapo no viene, manda a su mujercita que encima se sienta al fondo de todo”, cuentan que soltó un iracundo Lavagna, en privado, frente a algunos funcionarios, hablando del presidente del Central y de su vice, aunque Lacoste sí había ido, si bien llegó tarde, cuando promediaba la presentación.
Lavagna no recordaría esa frase cuando fue entrevistado para este libro, pero no ocultó la bronca que le había producido aquel gesto del titular del Banco Central.
El faltazo de Prat Gay no fue un dato menor, ya que más allá de las diferencias personales existentes entre ambos funcionarios –y de las típicas disputas de poder y egos entre un presidente de Banco Central y un ministro de Economía–, en teoría todos debían jugar para el mismo lado.
Prat Gay, un ex JP Morgan, daba así los primeros indicios de que no apostaba al éxito de la oferta argentina, algo que se hizo más visible tiempo después, en su salida de la presidencia del Banco Central. Y tampoco apostaba a la suerte del modelo económico elegido por el gobierno, ya que más pronto que tarde se cruzaría a un partido opositor.[9]
Esa noche nadie durmió en Dubai. Los periodistas se quedaron hasta casi la mañana siguiente escribiendo, debido a la diferencia horaria con la Argentina y las repercusiones locales, y los inversores y banqueros buscaron pasar su mal trago con la quita anunciada dejándose embelesar por odaliscas que ofrecían shows típicos del lugar en los hoteles de categoría. El equipo económico, en tanto, se tomó un respiro y salió de su claustro acudiendo a la invitación del jeque, quien brindó un cóctel para ministros de finanzas y presidentes de bancos centrales, y luego se recluyó en su hotel.
A la mañana siguiente, la publicación especializada en la cobertura de lo que sucede en países emergentes, y afín con los bancos de inversión, titulaba como nota principal “Argentinos ladrones”. La misma adornaba todas las mesas de la convención en Dubai.
A partir de ahí se intensificó de manera exponencial el lobby de los banqueros en contra del país, que duraría años: a la Argentina había que castigarla y dejarla aislada. No fuera que otro país intentara emularla, sea con la declaración del default o con la propuesta, que el mundo financiero interpretaba (o quería interpretar) como una burla a los acreedores, decían enfurecidos.
En la Casa Rosada y Nueva York
En Buenos Aires, Néstor Kirchner en persona se hizo cargo de su propuesta y quiso dar la noticia local, para lo que realizó una presentación simultánea a la de Dubai, ya que no había forma de conexión con la conferencia que el equipo económico realizaba en Oriente Medio.
El presidente convocó a una audiencia en la Sala de Situación de la Rosada a los jefes de todos los bloques partidarios, que eran unas decenas debido a la gran fragmentación política del momento, derivada de la crisis de 2001.
A falta de una videoconferencia –esta tecnología fue adoptada como rutinaria tiempo después por la sucesora y mujer del presidente, Cristina–, lo único que se vio allí fue un Power Point con los lineamientos de la propuesta. Néstor habló sólo unos minutos: introdujo el tema, lanzó la cifra de la quita y justificó la medida, luego le dejó las explicaciones a su entonces jefe de gabinete, Alberto Fernández. El ministro de Interior Aníbal Fernández también acompañó a Néstor durante la presentación.
A diferencia de lo que sucedía en Dubai, los políticos y varios empresarios y banqueros locales respaldaron la proposición oficial. Los presentes recordaron ese clima de unidad luego del espanto económico que acababa de transitar el país, y que Néstor incluso se permitió bromear con una partida del presupuesto de ese año que el Ejecutivo acababa de presentar y la oposición debía considerar: “Hay una partida para pintar la Casa Rosada. Si quieren, apruébenla, si no, no importa”, dijo, palabras más palabras menos, según uno de los presentes en la sala.