Los buitres de la deuda. Mara Laudonia

Los buitres de la deuda - Mara Laudonia


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sala para a través de sus teléfonos cantarles a los medios la cifra, que parecía apocalíptica.

      Nielsen continuó con la exposición presentando los lineamientos de una oferta con tres familias de bonos, según los distintos tipos de inversores: pequeños, grandes fondos y AFJP. Pero la oferta definitiva, con tasas de interés y plazos, tardaría meses en conocerse.

      También se anunció allí una novedad planetaria: la de que habría una especie de compensación con títulos atados al crecimiento del país. La idea era proponer una especie de “sociedad en las buenas”, desde el punto de vista de que si a la Argentina le iba bien y crecía más de lo proyectado, repartiría esa ganancia entre el Estado y parte a los acreedores, lo que les aliviaría la quita.

      El cupón fue prácticamente ignorado al principio por los inversores, debido al historial de crecimiento del país.

      Lo que siguió en esa sala de convenciones fue una serie variopinta de reacciones, según las distintas culturas allí presentes. Los italianos y los españoles demostraron inmediatamente su bronca con la oferta, tanto acreedores como periodistas, que buscaron alcanzar frenéticamente a un huidizo equipo económico que marchaba a paso firme y se retiraba hacia sus aposentos. Los japoneses, en cambio, se fueron casi sin emitir palabra, como indignados.

      Algunos inversores buscaron el veredicto inmediato de algún analista de bancos de inversión que hubiera presenciado el anuncio. Un japonés se le acercó al argentino Guillermo Mondino, el ex asesor de Domingo Cavallo durante la gestión de Fernando de la Rúa hasta la crisis de 2001, quien se había ubicado en un banco de inversión en Nueva York. Mondino fue muy elocuente, negando con su cabeza, cuando se le preguntó qué le parecía la medida. “Es muy agresiva”, dijo.

      Desde el minuto cero Mondino, como tantos otros, no apostó a la oferta de deuda. Algunos, en cambio, intentaban convencerse de que lo que habían escuchado era un error. ¡La quita no podía ser tan grande!, afirmaban. Lo ocurrido allí se replicó en Buenos Aires y Wall Street.

      Allí fue cuando los inversores comenzaron a conocer a Néstor. “No creíamos en un número tan grande. Cuando comenzamos a negociar con Lavagna, conversábamos sobre quitas mayores a 50%, pero no esto. Decididamente allí estuvo el estilo duro de negociación de Néstor, que luego todos conocimos”, sostuvo un acreedor de un gran fondo internacional, que jugaría luego un papel clave en las negociaciones para la reestructuración de deuda, e incluso llegaría a demandar al país ante las cortes internacionales.

      Aparecieron allí mismo en Dubai críticas a la propuesta de los nombres conocidos del momento que emitían sendos informes a los inversores de la región, como el de Lacy Gallagher, del equipo de research del Credit Suisse First Boston, el banco de David Mulford, un ex subsecretario del Tesoro de la era de Bush padre y amigo de Cavallo, con quien el ministro había organizado un megacanje seis meses antes del default, una operación que lejos de haber otorgado oxígeno financiero al país, representó más endeudamiento y más ahogo fiscal y aceleró la crisis en 2001. También se encontraba Martín Anidjar, un argentino que trabajaba en el JP Morgan. Ellos eran algunos de los “expertos” del caso argentino, entre otros. Como el resto, cuestionaban la no inclusión del pago de intereses vencidos desde 2001. Veían la quita como unos números más, y con la inclusión o no de esos intereses harían sus cuentas para ingresar a la oferta o no hacerlo.[3]

      La vorágine en torno a la quita no permitió ver en el momento lo que se estaba desatando. La propuesta de la Argentina significaba un cambio conceptual muy grande, una revolución en la historia de su deuda externa, que comenzó en 1824, cuando tomó el primer empréstito con un banco inglés y a la medida de los acreedores. Fue plantarse por primera vez, ante el establishment internacional, con una propuesta propia, a través de la cual el país pudiera salir del incumplimiento sin descuidar los intereses de los argentinos.

      En verdad, la propuesta inicial tuvo tres etapas en cuanto a modificaciones, como se verá más adelante, y en el trayecto se vislumbró un juego de presiones e intereses fenomenal. Si bien los cambios fueron sutiles, contemplaron parte de los reclamos de los distintos tipos de acreedores, grandes y pequeños, pero se mantuvo en líneas generales el nivel de la quita. “Y el que se mantuvo siempre firme fue Néstor”, reconocieron casi al unísono todos los funcionarios, inversores, banqueros y allegados al presidente consultados.

      En representación de los bonistas italianos, se encontraba en la tribuna el italiano Nicola Stock, un lobista de bancos de su país que decía representar a 450.000 pequeños inversores, y que les repetía a los periodistas que la propuesta era inaceptable, si bien rescataba el diálogo con el equipo económico.

      Había también en la sala otros pequeños inversores víctimas del default, algunos de los cuales hasta resultarían pintorescos en esta amarga historia. Como el alemán Stefan Engelberger, un hombre dueño de una casa de souvenirs en su tierra natal que insistía con entrevistarse con los funcionarios argentinos, andaba para todos lados en bicicleta, y hasta fue tema de La Nelly, protagonista de una tira cómica diaria publicada en la contratapa del matutino Clarín.[4]

      Engelberger le regaló a la autora de este libro, que lo entrevistó en Dubai durante la cumbre, un vaso de cerveza con el águila alemana revoloteando sobre el Congreso argentino y con insignias que denotaban “un símbolo de la corrupción”, le dijo. El jarro era un souvenir de su negocio, al que vendía a casi 15 euros, y resultó su ocurrencia para sortear la mala racha económica. No obstante su bronca, reconoció: “Es la primera vez en la historia financiera que se pone en la mesa de negociación a los pequeños acreedores privados”.[5]

      Los pequeños inversores –muy distintos de los grandes fondos que entran y salen constantemente de los mercados a la caza de oportunidades de negocios financieros– querían el repago total del capital, y aceptaban sólo alargar plazos y bajar intereses. Para ellos, la propuesta era “una tomada de pelo”. Al invertir en bonos de la Argentina, habían buscado tener una especie de renta permanente periódica, a modo de un plazo fijo, mal asesorados durante los 90 y principios de siglo por los bancos, con el concepto de que, a diferencia de las empresas, “los gobiernos nunca quiebran”.

      El banco inglés Barclay’s tuvo una actitud distinta desde el inicio. Su feje de research –como se dice en la jerga al departamento de investigaciones–, José María Barrionuevo, que también viajó a las tierras orientales, fue el único representante de un banco de inversión que destacó desde sus inicios el modelo de sustentabilidad planteado por el gobierno argentino, si bien sostenía que “era un propuesta para empezar a negociar” y reconocía que el no pago de intereses podía entorpecer las negociaciones. Ese entendimiento le valió luego el acercamiento del banco en la operación de colocación de deuda, tanto en 2005 y luego en la operación que lideró el ministro de Economía Amado Boudou en 2010.

      “Barrionuevo fue el primero de los economistas de Wall Street que entendió el concepto nuestro de capacidad de pago y de que estábamos estabilizando la economía, incluso antes que cualquier economista local”, reconoce Nielsen, entrevistado para este libro. En contraposición, el resto buscaba que prendiera la idea de la “no voluntad de pago” y “de mala fe” en las negociaciones.

      Habían transcurrido sólo unos minutos de culminada la presentación de Lavagna. Fuera del salón, los popes de las finanzas mundiales, que habían evitado ingresar al mismo, estaban ansiosos por saber qué había pasado allí dentro.

      –¿Y? ¿Cuál fue la quita que anunciaron? –preguntó uno de ellos tras interceptar sigilosamente a una periodista argentina.[6]

      –Un 75%.

      –¡Uh! –dijo, y se llevó la mano a la cabeza, sorprendido, el vocero del FMI, Thomas Dawson.

      –¿Plantearon un período de gracia de tres años? –preguntó, y seguidamente razonó en voz alta–: Eso sería dejar el pago de la deuda para la próxima administración –dijo, sin más.

      Este diálogo es una prueba del desconocimiento total que tenía el hombre del Fondo sobre la oferta, y de los nuevos aires de la relación de la Argentina con los hombres del FMI, quienes venían acostumbrados a tener la “primicia” de los anuncios de las políticas económicas


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