Territorio en movimiento(s). Isabel Cristina Tobón Giraldo
económicos y políticos, así como con sus representaciones culturales. Lo que resulta más relevante aquí es la heterogeneidad, la singularidad y la particularidad de las interlocuciones de los habitantes con su entorno.
Así, Isabel encuentra que la finca tradicional afrocaucana es el anuncio, el manifiesto, de ese otro mundo. No porque lo sea ya, sino porque lo contiene como una posibilidad cierta. En el artículo mencionado, dice la autora que esta finca es
una forma político-económica y sociocultural fundamentada en conocimientos, populares y campesinos; es una iniciativa territorial que envuelve prácticas de relación con la tierra, condiciones organizativas, nociones jurídico-normativas, educativas, artísticas, de salud; es un sistema de vida y una potencia que resiste al capitalismo neoliberal.
Por ello, para Isabel, “la finca afrocaucana como política de vida pretende transformar las condiciones de injusticia que se están agenciando, cuando en diversas situaciones es el mercado el que establece las reglas de relacionamiento desigual entre las personas”. De esta manera, la finca tradicional afrocaucana se puede entender como “otra economía, en la medida en que construye relaciones en el aprovechamiento y distribución de alimentos producidos en pequeñas parcelas que operan en redes solidarias de proximidad y sin pretensiones de acumulación”. Por esta razón, concluye Isabel, “estas prácticas de vida campesina resultan una forma de resistencia frente a los esquemas homogeneizantes del capitalismo neoliberal”.
Para entender y explicar la finca tradicional afrocaucana, se vale Isabel en su libro de una narrativa que en once capas da cuenta tanto de las particularidades de este sujeto, la finca, como del modo de acercarse a ella desde la epistemología/geografía del sur, para aprehenderla desde la verdad sentipensante. Las primeras capas se refieren al territorio, a quien lo habita y a una memoria, el tiempo, que emana de esa imbricación entre sujeto y espacio. Las siguientes capas narrativas se centran en la finca propiamente dicha, pero la exploran aclarando los alcances de su naturaleza como dinámica tradicional, como espacio de esperanza, e insistiendo en la memoria, que se piensa como patrimonio. Finalmente, las restantes capas narrativas hablan de hibridaciones, mestizajes y descolonizaciones. En síntesis, como dice Isabel en el epílogo del libro,
el planteamiento de otro mundo es posible, defendido por movimientos y organizaciones sociales a nivel mundial ante la opresión, la desigualdad, la explotación y la injusticia, hace que la esperanza reverdezca y florezca imperfecta a través de formas organizativas construidas desde abajo, en donde la herencia se funde y se confunde con las tradiciones. De tal forma que las tradiciones se posicionan como principios organizativos que orientan acciones y estrategias. Con ello, las formas organizativas emancipatorias dotan de otros significados a los acontecimientos y a las prácticas cotidianas.
No sobra advertir que este libro fue originalmente una tesis doctoral, aunque ya lo he señalado en párrafos anteriores. Y debo mencionarlo nuevamente, pues no es un asunto menor. Me explico: decía al comenzar que Isabel corrió un riesgo no solo al estudiar la finca tradicional afrocaucana en su tesis, sino, y este es el punto, al proponerla como el manifiesto que permite afirmar que otro mundo es posible. La tesis fue presentada como requisito para optar al título de doctora en Ciencias Sociales y Humanas de la Pontificia Universidad Javeriana. Y menciono esto porque, sin duda, este marco hizo posible que el riesgo no estuviera en la propuesta, sino en la elaboración del texto, si se tiene en cuenta que la calidad de la tesis debía entenderse desde la distancia expresa que tomó la autora de los conceptos y métodos propios de las ciencias sociales acreditadas por amplias comunidades académicas. Al distanciarse de estas comunidades científicas, el Doctorado acepta el diálogo de saberes, las hibridaciones entre ellos y su construcción conjunta con las comunidades, de manera que estas no son entendidas como sujetos de observación, sino como copartícipes en el entendimiento del mundo y en la crítica del presente. Por eso, se puede afirmar que, para que la crítica sea posible, la libertad es la condición de posibilidad de un pensamiento que logra avanzar entre los intersticios de la ciencia moderna. Por todo esto, desde este lugar fue posible elaborar el estudio que realizó Isabel y que ahora entrega el Doctorado en forma de libro.
GERMÁN RODRIGO MEJÍA PAVONY
Profesor titular
Facultad de Ciencias Sociales
Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá
A la hora de compartir los resultados de un proceso formativo e investigativo tan profundo y conmovedor, es momento de agradecer a todas las personas que han hecho posible esta investigación y este libro. En primer lugar, debo agradecer a todas las personas de Villa Rica, en especial a los amigos que con generosidad me recibieron y compartieron sus experiencias de vida frente a mis ojos curiosos. A don Luis Mina (q. e. p. d.), un líder que con su sencillez y sabiduría era capaz de hacer obras extraordinarias en bien de su comunidad; a don Herberto Balanta y su familia; a Charly Ararat y su familia; a doña María Leonila Díaz; a los jóvenes del colectivo Soporte Klan; a don Juan Quintero, Arie Aragón, Deyanira Rodallega, Robertino Díaz, Roller Escobar, Andrés Angulo; a los miembros de la Unidad de Organizaciones Afrocaucanas (UOAFROC), que me abrieron sus espacios de trabajo y me compartieron el mundo de la finca tradicional afrocaucana (FTA). A todos ellos, mi eterno agradecimiento con el compromiso de seguir luchando a su lado por un mundo más justo.
En la Universidad Javeriana, quiero agradecer a mi maestro de vida, Germán Mejía, porque sin su acompañamiento paciente y cuidadoso no hubiera logrado culminar esta obra; también, al padre Gerardo Remolina, quien ha sido un apoyo incondicional durante este proceso; a Claudia Pineda, por su diligente ternura; a mis profesores Guillermo Hoyos (q. e. p. d.), Juliana Flórez, Ricardo Delgado, Jefferson Jaramillo, Álvaro Oviedo, Rafael Díaz y al taita Santos Jamioi. A los decanos de la Facultad de Arquitectura y Diseño: Álvaro Botero, Octavio Moreno y Giovanni Ferroni, así como a los directores del Departamento de Arquitectura: David Burbano y Luz Mery Rodelo, quienes respaldaron mi proceso de formación doctoral.
En el Centro de Estudios Sociales (CES) de la Universidad de Coimbra, quiero expresar mis más sinceros agradecimientos a Antoni Aguiló y al profesor Boaventura de Sousa Santos por ampliar las fronteras del conocimiento y por animar e inspirar a tantos jóvenes académicos y activistas sociales a la lucha por y a través de las ideas. También agradezco a Alexandra Pereira, Maria José Carvalho y Acacio Machado, quienes me apoyaron durante mi estancia doctoral en Portugal.
Agradezco a Lía Zóttola por sus provocaciones emancipatorias. También a mis compañeros y amigos: Efrén Piña, Natalie Rodríguez, Carlos Torres, Martha Ospina y Olga Elena Jaramillo por compartir sus ideas, puntos de vista, sentimientos y emociones. Mi gratitud especial a Martha Lucía Márquez, quien hizo la lectura generosa de una versión preliminar de lo que hoy es este libro.
A mi familia colombiana, mi más profundo agradecimiento, por haber soportado durante cinco largos años las contrariedades provocadas al pretender descolonizar nuestra historia vallecaucana. Y a mi familia portuguesa, un reconocimiento especial por su entrañable aceptación y generosidad durante este proceso. A todos, gracias. Seguiremos haciendo caminos al andar.
El hombre más sabio que conocí en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer. Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la provincia del Ribatejo. Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a su