Historia trágico-marítima. Bernardo Gomes de Brito
palabra, la enterró, y a su hijo con ella. Acabando esto, volvió a tomar el camino que hacía cuando iba a buscar las frutas, sin decirles nada a las esclavas, y se metió por el campo y nunca más lo vieron. Parece que, andando por esos campos, no hay duda sino de que se lo habrían comido tigres y leones. Así acabaron su vida mujer y marido; hacía seis meses que caminaban por tierras de cafres con tantos trabajos.
Los hombres de toda esta compañía que escaparon, tanto de los que se quedaron con Manuel de Sousa cuando fue robado, como de los noventa que iban delante de él caminando, serían hasta ocho portugueses y catorce esclavos, y tres esclavas de las que estaban con D. Leonor cuando falleció. Entre ellos estaban Pantaleão de Sá y Tristão de Sousa, y el piloto André Vaz y Baltasar de Sequeira y Manuel de Castro y este Álvaro Fernandes. Y andando estos ya en la tierra sin esperanza de poder venir a tierra de cristianos, llegó a aquel río un navío en que iba un pariente de Diogo Mesquita a tomar marfil, donde hallando nuevas de que había portugueses perdidos en esa tierra, los mandó buscar y los rescató a cambio de cuentas; y cada persona costaría dos vintenas de cuentas, que entre los negros es cosa que ellos más estiman; y si en este tiempo hubiera estado vivo Manuel de Sousa, también lo habrían rescatado. Pero parece que fue así mejor para su alma, pues Nuestro Señor fue servido. Y estos llegaron a Mozambique el 25 de mayo de 1553.30
Pantaleão de Sá, andando errante mucho tiempo por las tierras de los cafres, llegó al palacio casi consumido, con hambre, desnudez y trabajo de tan dilatado camino; y llegándose a la puerta del palacio, les pidió a los cortesanos le alcanzaran del rey algún subsidio. Se rehusaron ellos a pedirle tal cosa, disculpándose con una gran enfermedad que el rey hacía tiempos padecía; y preguntándoles el ilustre portugués qué enfermedad era, le respondieron que una llaga en una pierna, tan pertinaz y corrupta que todos los instantes le esperaba la muerte. Oyó él con atención y pidió que le hicieran sabedor al rey de su venida, afirmando que era médico y que podría tal vez restituirle la salud. Entran de inmediato muy alegres, le dan noticias del caso; pide vehementemente el rey que lo lleven dentro; y después de que Pantaleão de Sá vio la llaga, dijo: “Tenga mucha confianza que fácilmente recibirá salud”. Y saliendo, se puso a considerar la empresa en que se había metido, de donde no podría escapar con vida, pues no conocía cosa alguna que pudiera aplicarle, como quien había aprendido más a quitar vidas que a curar achaques para conservarlas. En esta consideración, como quien ya no hacía más caso de la suya, y apeteciendo antes morir una sola vez que muchas, orina en la tierra y, hecho un poco de lodo, entró a ponérselo en la casi incurable llaga. Pasó, pues, aquel día; y al siguiente, cuando el ilustre Sá esperaba más la sentencia de su muerte que remedio alguno para la vida, tanto suya como del rey, salen los palacianos con notable alborozo y, como lo querían llevar en brazos, les preguntó la causa de tan súbita alegría. Le respondieron que la llaga, con el medicamento que se le había aplicado, había consumido todo lo podrido, y aparecía solo la carne, que era sana y buena. Entró el fingido médico y, viendo que era como ellos afirmaban, mandó continuar con el remedio, con lo cual en pocos días cobró entera salud; lo que visto, además de otras honras, pusieron a Pantaleão de Sá en un altar y, venerándolo como divinidad, le pidió el rey que se quedara en su palacio, ofreciéndole la mitad de su reino, y si no, le haría todo lo que pidiera. Rehusó Pantaleão de Sá el ofrecimiento, afirmando que le era preciso volver con los suyos. Y mandando el rey traer gran cuantía de oro y pedrería, lo premió grandemente, mandando juntamente a los suyos que lo acompañaran hasta Mozambique.
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