La isla misteriosa. Julio Verne

La isla misteriosa - Julio Verne


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Pencroff, puesto que lo han bautizado ustedes así.

      —Bueno, en cuanto al resto, no será difícil darles nombres —continuó el marino, que estaba en vena—. Empleemos los mismos que Robinson, cuya historia me sé de memoria: la “Bahía de la Providencia”, la “Punta de los Cachalotes”, el “Cabo de la Esperanza fallida”...

      —O bien los nombres de Smith, Spilett, Nab... —dijo Harbert.

      —¡No, no! —interrumpió Nab, dejando ver sus dientes de brillante blancura. —¿Por qué no? —replicó Pencroff—. El “puerto Nab” suena muy bien. ¿Y el “cabo Gedeón”?

      —Yo preferiría nombres tomados de nuestro país —dijo el corresponsal—y que nos recordasen nuestra América.

      —Sí —repuso Smith—, para los principales, las bahías o los mares, me adhiero a esa proposición. Así, por ejemplo, a la bahía del este podríamos llamarla “bahía de la Unión”; a esta ancha escotadura del sur, “bahía de Washington”; al monte en que nos hallamos en este momento, “monte Franklin”; al lago que se extiende ante nuestra vista, “lago Grant”; me parece esto lo mejor, amigos míos. Estos nombres nos recordarían nuestra patria y los ciudadanos que más la han honrado; mas para los ríos, golfos, cabos y promontorios que vemos desde lo alto de esta montaña, debemos buscar nombres que se avengan con su configuración particular, pues se nos grabarán más fácilmente en la memoria y serán al mismo tiempo más prácticos. La forma de la isla es demasiado extraña y nos podemos imaginar nombres que den una idea aproximada de su figura. En cuanto a las corrientes de agua que aún no conocemos, a las diversas partes de bosques que más adelante exploraremos y a las ensenadas que vayamos descubriendo, les pondremos nombres a medida que se vayan presentando. ¿Qué les parece a ustedes, amigos míos?

      La proposición del ingeniero fue aprobada por unanimidad. La isla se presentaba a su vista como un mapa desplegado y no había más que poner un nombre a todos los ángulos entrantes y salientes y a todos los relieves. Spilett los anotaría a su tiempo y en lugar correspondiente y la nomenclatura geográfica de la isla sería definitivamente adoptada.

      Desde luego se dieron los nombres de “bahía de la Unión” y “bahía de Washington” y monte Franklin” a los puntos designados por el ingeniero.

      —Ahora —dijo el corresponsal—, propongo que a esa península que se proyecta al sudoeste de la isla se la denomine “península Serpentina”, y “promontorio del Reptil” a la cola encorvada que la termina, porque es verdaderamente una cola de reptil.

      —Aprobado —dijo el ingeniero.

      —Ahora —dijo Harbert-, a ese otro extremo de la isla, ese golfo que se parece tan singularmente a una mandíbula abierta, le llamaremos el “golfo del Tiburón”.

      —¡Bien dicho! —exclamó Pencroff—, y completaremos la imagen denominando “cabo de Mandíbula” a las dos partes que forman la boca.

      —Pero hay dos cabos —observó el corresponsal.

      —¡Es igual! —contestó Pencroff—, tendremos el cabo Mandíbula al norte y el cabo Mandíbula al sur.

      —Ya están inscritos —respondió Gedeón Spilett.

      —Falta dar nombre a la punta sudeste de la isla —dijo Pencroff.

      —Es decir, al extremo de la bahía de la Unión —respondió Harbert.

      —Cabo de la Garra —exclamó Nab—, que quería también, por su parte, ser padrino de algún sitio de sus dominios.

      Y, en verdad, Nab había encontrado una denominación excelente, porque aquel cabo representaba la poderosa garra del animal fantástico que figuraba aquella isla tan singularmente dibujada.

      Pencroff estaba encantado del giro que tomaban las cosas, y las imaginaciones, un poco sobreexcitadas, pronto encontraron las denominaciones siguientes:

      Al río que abastecía de agua potable a los colonos, y cerca del cual les había arrojado el globo, el nombre de “Merced”, verdadera acción de gracias a la Providencia.

      Al islote sobre el cual los náufragos habían tomado tierra primeramente, el nombre de islote de Salvación.

      A la meseta que coronaba la alta muralla de granito encima de las Chimeneas, y desde donde la mirada debía abrazar toda la vasta bahía, el nombre de meseta de Gran Vista.

      En fin, a toda aquella masa de impenetrables bosques que cubrían casi toda la isla Serpentina, el nombre de bosques del “Far-West”.

      La nomenclatura de las partes visibles y conocidas de la isla estaba casi terminada, y más tarde la completarían a medida que se hicieran nuevos descubrimientos.

      En cuanto a la orientación de la isla, el ingeniero la había determinado aproximadamente por la altura y la posición del sol, poniendo al este la bahía de la Unión y toda la meseta de la Gran Vista. Pero, al día siguiente, tomando la hora exacta de la salida y de la puesta del sol, y determinando su posición por el tiempo medio transcurrido entre su salida y su puesta, contaba fijar exactamente el norte de la isla, porque, a consecuencia de su situación en el hemisferio austral, el sol, en el momento preciso de su culminación, pasaba al norte, y no a mediodía, como, en un movimiento aparente, parece hacerlo en los lugares situados en el hemisferio boreal.

      Todo estaba terminado y los colonos se disponían a bajar del monte Franklin para volver a las Chimeneas, cuando Pencroff exclamó:

      —¡Somos unos aturdidos!

      —¿Por qué? —preguntó Gedeón Spilett, que había cerrado su cuaderno. —¿Y nuestra isla?

      —¡Nos hemos olvidado de bautizarla!

      Harbert iba a proponer darle el nombre del ingeniero y todos sus compañeros hubieran aplaudido la idea, cuando Ciro Smith dijo sencillamente:

      —Démosle el nombre de un gran ciudadano, amigos míos, del que lucha en estos momentos para defender la unidad de la República Americana. ¡Llamémosla Lincoln!

      Tres hurras fueron la respuesta de la proposición del ingeniero.

      Y aquella noche, antes de dormirse, los nuevos colonos hablaron de su país ausente; comentaban la terrible guerra que lo ensangrentaba y no dudaban que el Sur sería pronto sometido y que la causa del Norte, la causa de la justicia, triunfaría gracias a Grant, gracias a Lincoln.

      Esto pasaba el 30 de marzo y no podían adivinar que dieciséis días después se cometería en Washington un crimen horrible, y que el Viernes Santo Abraham Lincoln caería herido de muerte por la bala de un fanático.

      Exploración de la isla. Animales, vegetales, minerales.

      Los colonos de la isla Lincoln arrojaron una última mirada alrededor de ellos, dieron la vuelta al cráter por su estrecha arista y media hora después habían descendido a su campamento nocturno.

      Pencroff pensó que era hora de almorzar y con este motivo se intentó arreglar los dos relojes de Ciro Smith y del corresponsal.

      Al de Gedeón Spilett le había respetado el agua del mar, pues el periodista había sido arrojado sobre la arena, fuera del alcance de las olas. Era un instrumento excelente, un verdadero cronómetro de bolsillo, y Gedeón Spilett no había olvidado nunca darle cuerda cuidadosamente cada día.

      El reloj del ingeniero se había parado, mientras Ciro Smith había estado exánime en las dunas.

      El ingeniero le dio cuerda y, calculando por la altura del sol que aproximadamente debían ser las nueve de la mañana, puso su reloj en aquella hora.

      Gedeón Spilett lo iba a imitar, cuando el ingeniero le cogió de la mano, diciéndole:

      —No, no, querido Spilett, espere. Ha conservado usted la hora de Richmond, ¿no


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