Triannual II. Sara Téllez
desde la Tierra, mientras no me cuenten una razón fundamentada para defender su utilidad, sigo esperando que se volatilicen aunque ni eso, ni lo contrario, está en mis manos. Además de que, si una eventual colisión sucediera, son varios los mensajes viajeros que van en distintas direcciones, y seguramente también se emiten otras llamadas por radiofrecuencias, de las que no sabemos nada.
Así que confío en que no existan ovnis zumbadores en la cercanía, ni entidades vitales viviendo en exoplanetas expansivos con capacidad para viajar por el espacio profundo y espero que no encuentren los mensajes, al menos mientras exista vida propia en el planeta Tierra.
Y, claro, deseando que algún meteoro indiferente y macizo no aparezca para estamparse por aquí, en algún momento imprevisto. ¿O alguien tiene otra cosa que contarnos?
Octavo comentario:
¿Todos contentos con la energía?
Varios meses después de haber tratado sobre Chernobil en el comentario segundo de este libro, me he enfrentado de nuevo al suceso catastrófico que visioné cierta noche de finales de enero, ahora en una posterior reposición. En los documentales de entonces ya percibí las consecuencias —a través del área audiovisual— del mayor cataclismo nuclear habido en el mundo, superior en varias veces al mucho más reciente de Fukushima. A diferencia de otras catástrofes naturales de gravísima magnitud inmediata, pero que admiten recuperación a cierto plazo, la del reactor no solo ha producido secuelas de gran alcance en el entorno, la población y la sociedad, en este caso europea, sino que —específicamente— se ha convertido en una amenaza potente, latente, imborrable, presente y futura, posiblemente a nivel mundial. Esto es, Chernobil.
De nuevo ha sido tratado en la televisión el accidente nuclear, con los documentales informativos a los que me referí en el pasado enero del año actual (comentario segundo de este texto), pero ahora coincidiendo con la conmemoración —mejor diría yo, recordatorio— de los treinta y dos años transcurridos desde la explosión, sucedida el 26 de abril de 1986. Los documentos audiovisuales citados se han ofrecido en la programación presentada entre la noche del día 25 y la madrugada del día 26 de abril, de forma aproximada con el mismo horario en el que se produjo el suceso nefasto en su momento, de madrugada.
Sin embargo, esta vez han dado cuatro documentales, aunque quizá la vez anterior también eran cuatro, pero entonces solo vi tres. Así, en esta nueva ocasión me despistó encontrarme, de entrada, con una filmación que no coincidía con las que yo había visto antes. Fue solo después de terminar la emisión, ya entrada la madrugada y bajo el impacto de lo visionado, cuando puse un orden teórico por el que realmente, para mí, el que dieron en primer lugar en esta programación actualizada debió de ser realizado en algún momento posterior a los otros, según su contenido.
La diferencia, según deduje, provenía de que la enorme cubierta moderna, en acero y cemento, a la que me referí en el comentario segundo, en aquellas filmaciones de enero pasado aparecía en construcción (con una valoración económica, ahora confirmada, de nada menos que de dos mil millones de euros), mientras que en el documental ofrecido ahora en primer lugar aparecía, al fondo de algunos fotogramas, perfectamente encajada ya sobre el monolito agrietado que fue el primitivo sistema de contención, indistinguible ahora bajo la cubierta nueva e imponente. La cual, según información actualizada, fue situada en su lugar definitivo a finales del año 2016, cosa que no había aclarado previamente.
Como cada documental era autónomo, no importaba el orden en sí mismo, así que paso a comentar ahora este documento filmado que no conocía de antes: se trata de un ingeniero americano, no sé si científico, documentalista, divulgador o aventurero o mezcla de todo ello, que acude —y al parecer ha ido allí en otras ocasiones— a visitar los restos y el contaminado entorno. El acceso solo se autoriza al personal técnico y científico, y se refiere a la zona de exclusión, esto es, la arrasada y permanentemente radiactiva región prohibida, vigilada y aislada, que abarca una distancia de treinta kilómetros de terreno en todas direcciones en torno al reactor reventado y que incluye distintos depósitos de vehículos y material radioactivo, además de restos de todas clases.
1. Tierra devastada
El ingeniero deambula por el territorio del suceso de un modo muy independiente, aunque es de suponer que no le habrán dejado moverse a su aire sin vigilancia, sin asistencia o, pura y simplemente, sin control. Sin embargo, la presentación de sus andanzas sigue pareciendo personal, voluntaria e intensa. Al principio recorre las oficinas técnicas actualmente en funcionamiento, que controlan y administran la zona del suceso (donde había además otros tres reactores nucleares funcionando, aunque creo haber leído en alguna información que ya no están en uso) y se entrevista con el personal científico que controla la zona.
Además se somete a controles físicos para tenerlos de referencia para los posteriores a los que se someterá cuando ya habrá acumulado radiación en el cuerpo, y recibe la información protocolizada sobre uso de trajes, máscaras, límites máximos de exposición personal, el manejo constante del contador de emisiones, que no es ya el famoso Geiger, aparatoso y chillón, sino que se trata de aparatos manuales digitalizados parecidos a un teléfono móvil de tamaño pequeño.
Luego visita la sala de mando antigua, abandonada, oxidada, despintada y desordenada, donde se produjo el desfase técnico que reventó el reactor número cuatro de la central y que no es más que una lamentable ruina de lo que fue cuando estaba en uso, como se comprueba en referencias retrospectivas también ofrecidas por los documentales. En ellas se nos presenta en momentos anteriores al desastre y todavía funcional, aunque con un aspecto estético a la soviética, esto es, sin ninguna estética. Ya sé que son años de por medio pero todo ello contrasta con la limpieza, el brillo, la pulcritud y el orden que se puede ver en otras filmaciones sobre el episodio destructivo sucedido en Fukushima en tiempos más recientes, y sobre la contención de los efectos del reactor afectado, las reordenaciones y previsiones de la manipulación, y eso sin detallar la retirada de restos, reposición de entornos, recuperación de ciudades y población, bien definida y estructurada en la ciudad japonesa que fue la más afectada por el accidente nuclear ocurrido en Japón, en su día.
Volviendo a Chernobil, en las referencias retrospectivas de la época me he fijado, por ejemplo, en la ropa oficial de los técnicos de la central, con el diseño soviético —igualitario a la baja— de las batas blancas de los empleados en activo en los años ochenta, que parecen prendas demasiado básicas para actuar en el corazón de un establecimiento nuclear. No es, por mi parte, una falta de respeto a una época pasada y mucho menos hacia las personas que los vestían y que se enfrentaron en primera línea a los acontecimientos, dado que su ropa de trabajo, sin duda, no la eligieron ellos ni en principio afectaría a la calidad de su labor. Además de ser un simple comentario superficial, de lo visto en esa filmación no se distinguía ningún elemento de seguridad individual visible, tal vez porque no se habrían planteado que ocurriera un suceso tan destructivo. Por supuesto, me estoy refiriendo a imágenes de un suceso muy anterior en el tiempo y una situación social geográfica y también territorialmente lejana.
Pero volviendo al periplo del ingeniero visitante, el mismo nos plantea durante su «paseo» determinadas dudas (antes no precisadas) sobre la causa del suceso: no nos explica cuáles sean sobre cómo pudo ocurrir un fallo de tal categoría destructiva consiguiente, si fue un eventual fallo de manipulación, o incluso el resultado de eventuales defectos funcionales en el protocolo técnico de construcción de la central, ya fueran referidos al diseño del tablero de comando o bien por la propia formulación del horno nuclear.
2. Víctimas
Mientras especula acerca de la causa del suceso, alcanza los sótanos inundados en las cercanías del reactor, siempre midiendo la radiactividad que constantemente produce avisos y, al aumentar, se enfunda un traje de faena liviano. Explica que el nivel de radiactividad puede transmitirse directamente a los pulmones y llegar a causar la muerte, en ocasiones incluso con poca exposición. Ahí se requiere el elemento protector que es la máscara y que, en estos momentos más actuales, presenta un aspecto profesional muy diferente de las rígidas de faena que ni siquiera se ajustan bien al rostro. Que eran las que llevaban, según las antiguas filmaciones, los trabajadores,