Triannual II. Sara Téllez

Triannual II - Sara Téllez


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que les estarían dando como compensación… ¿algo más de diez euros/vehículo por cada hora agónica pasada? ¿Lo que resultaría a dos o tres euros/hora por persona afectada viajando en el vehículo? Ni en mucha mayor cantidad, ni siendo la «indemnización» por persona en lugar de por coche sería, en modo alguno, compensación de lo sucedido para los que sufrieron semejante abandono, así que, de haberla, habrá resultado miserable.

      Por todo eso, como he comentado en otras ocasiones anteriores, me sigue quedando la impresión de que se nos considera… mercancía muy barata.

      Mercancía barata, culpables sin culpa, rostros anónimos, población ignorada, ciudadanos para recaudar, votantes a ciegas, electores sin rumbo, consumidores para mantener la economía empresarial… cargados con las secuelas y los perjuicios de no haber sido dignamente instruidos, concienciados, bien tratados, alentados, tutelados.

      Pues, eso sí, mejor ignorantes que exigentes para… seguir pagando y pagando. Por obligación, que no por razón.

      Séptimo comentario: La llegada

      He visionado, ya entrando en la primavera de este 2018, la difícil y densa película titulada La llegada (Arrival, dirigida en 2016 por el canadiense Denis Villeneuve, quien por este film fue nominado a mejor director y que dirigió en 2017 Blade Runner 2049). El film me ha resultado de gran interés por varias razones aunque creo que, sin desdeñar en absoluto cuestiones como la realización o la interpretación, lo que me atrae es la idea anticipadora, el contenido creativo, el desarrollo de sus efectos y las sugerencias que aporta la historia, positivas y negativas, en la misma línea imaginativa y de anticipación que apunté en Triannual I (comentarios: 3, págs. 34 y 35; 18, págs. 183 y ss. y 32, págs. 335 y ss.).

      En distintas ocasiones, me he planteado en profundidad la situación y consecuencias derivadas de un eventual y sorpresivo primer contacto real con entes espaciales, por improbable que el mismo pueda parecer a unos o amenazador a otros. Sobre todo, teniendo en cuenta que las opiniones civilizadas —en uno u otro sentido— son libres y respetables, especialmente en un caso como este, que es una anticipación con los fundamentos de probabilidad —o no— que cada uno prefiera según su criterio, pero sin pretensiones de veracidad absoluta, en cualquier caso.

      Además considero difícil este film por el entrecruzamiento, con la narración principal, de episodios que parecerían ser flashbacks (y no digo que lo sean exactamente). También porque presenta el desarrollo minucioso de una larga y compleja sugerencia sobre cómo podría transcurrir y desembocar un primer contacto, plagado de dudas e indecisiones, frente a una contingencia inesperada y repentina en la que el problema —incluso cuando el encuentro parece pacífico— reside en que el entendimiento mutuo es algo casi imposible de conseguir entre dos grupos de entes (los recién llegados y los humanos) que no tienen en común el planeta, la fisiología, el tamaño, la cultura, el desarrollo científico ni, especialmente, el lenguaje o el sistema de comunicación. Por lo tanto, no comparten líneas de razonamiento y aún menos de entendimiento, con la incógnita añadida de tener lugar tal encuentro precisamente en la Tierra, por su aparición simultánea en varios territorios del planeta.

      Desarrolla el film una narración densa que presenta las dos exigentes razones de la acción indisolublemente unidas: el hecho trascendental y repentino de un primer contacto en suelo propio (por tanto, sugerente de una invasión) y la aplastante dificultad de encontrar la forma de entenderse. Aunque los recién llegados no parecen hostiles, siempre planea la amenaza de que pudieran acabar siéndolo, por causa de los equívocos y las diferencias entre unos y otros, con la probable influencia de la impaciencia humana. Y también tiene en cuenta el constante entremetimiento de la política en la espera, pues los oficialismos militares no aceptarán mantenerse por mucho tiempo inactivos, dado que los extraterrestres «han llegado» sorpresivamente y su disponibilidad tecnológica y su reacción serían inmensas en caso de un eventual conflicto, al menos si se tiene en cuenta el enorme tamaño de sus naves, situadas sobre lugares estratégicos de la Tierra.

      La película desarrolla un guion complejo, que puede parecer incluso enmarañado pero sin llegar a serlo, porque las derivas en el continuo de la acción (supuestos flashbacks) ofrecen datos comprensibles de inmediato por el espectador, total o parcialmente. Se trata de referencias y sentimientos propios de la vida ordinaria y que no dificultan el desarrollo de la premisa principal, que es la dificultad o imposibilidad de comunicación entre dos especies ajenas entre sí. Y esas introspecciones, en el transcurso de la acción, aclaran los sucesos posteriores e influyen de forma determinante en la comprensión de la historia filmada, en los momentos finales.

      Añado que con una maravillosa y exigente interpretación de la protagonista principal, la versátil Amy Adams (vista en Noche en el Museo 2, en La historia de Giselle o en El hombre de acero, entre muchas otras), que tiene en su historial bastantes premios como nominada o ganadora, en el epígrafe de «mejor actriz de reparto». Aquí, y en otros casos, es la protagonista absoluta y también fue candidata para distintos premios cinematográficos por este film. Es el coprotagonista Jeremy Renner, en un personaje a la vez principal y secundario, como «arropando» a Adams y cumpliendo con su papel con la eficacia y credibilidad que suele ser su tónica de actuación, salvo algunas excepciones.

      Por cierto, precisamente Amy Adams, Jeremy Renner y la protagonista de Passengers (film del que trataré en otro comentario, más adelante), Jennifer Lawrence, habían coincidido los tres como actores, entre otros, en una película anterior titulada American Hustle (La gran estafa americana, dirigida por David O. Russell en 2013), film que solo he visto de pasada, y que refleja el mundillo de fraude, engaño, corrupción y montaje económico que desemboca, de diversos modos, en el poder del dinero, la mentira y la ambición.

      Volviendo a La llegada, parece que el guion procede de alguien que se plantea, al elaborarlo y darle virtualidad, la importancia e incluso la trascendencia de lo que en la acción irá sucediendo, que es la repercusión de una aparición alienígena repentina y masiva en el planeta humano —aunque en este caso sea una anticipación creativa, situada en el plano de las adivinaciones— y cómo hacer para entenderse con ellos, como fórmula conciliadora.

      Cierto que esta posibilidad de contacto se ha tratado muchas veces: unas, la mayoría, centrándola en el peligro, la invasión, la dominación, la destrucción desatada por extraterrestres de distintos pelajes, formas y actitudes. Otras anhelando, si no defendiendo, el que su aparición sea lúcidamente respetuosa o salvadora del posible o probable resultado autodestructivo derivado de las incongruencias propias de la humanidad frente a sí misma y frente al planeta en el que vivimos. Incluso en ocasiones anticipando que «mejor que nos ayuden a evolucionar o sin comprender el universo y sus leyes, nos reventaremos a nosotros mismos o trataremos de reventar a otros», frase que es una simple cita propia.

      Cierto que, en este caso, estamos sumergidos en el área de la adivinación posibilista porque ninguno de los eventuales extraterrestres, ya sean invasores, amigos o salvadores, tiene eficacia real aquí y ahora. Porque no existen o porque no sabemos que existen, si fuera el caso. Quizá por eso, apostando en el vacío, se ha mantenido en áreas científicas el empecinamiento en despachar y repetir el envío de mensajes de efecto llamada por el espacio profundo, invitando a posibles «otros» a visitarnos, como si fuéramos huerfanitos buscando a una dulce y amorosa madre extraterrestre o a un complaciente y resolutivo padre alienígena. Aunque la posible y dudosa consecuencia de una visita así inducida no se verá hasta que se vea, si es que ocurre.

      Ya he dicho antes (en el primer Triannual, de 2018, comentario seis, págs. 53 y ss.) que no entiendo el que mentes poderosas, siguiendo la tendencia que inició Carl Sagan en el siglo pasado, hayan apostado por abrir voluntariamente el camino extraterrestre para la llegada de otros a nuestro mundo, solo por suponer que el resultado en un primer contacto será necesariamente favorable y amistoso porque nosotros nos mostremos encantadores en las misivas lanzadas al espacio profundo «en abierto», con todo tipo de información no clasificada y buscándolos empecinadamente. Aunque se diera el caso de que algún grupo de entes encontrara los mensajes y lograsen adivinar lo que difunden, si existen otros sistemas de vida en el universo podrían ser tan, tan distintos que no conseguirían aclarar


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