Mi trabajo ideal y cómo encontrarlo. Carole Viaene

Mi trabajo ideal y cómo encontrarlo - Carole Viaene


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cuando te digo, compadre, que no tienes que disculparte por nada».

      RICHARD YATES, Vía revolucionaria

      «[...] soñad con ambición, abrid camino con convicción y pensad en vosotros de una forma que quizá los demás no vean; no la ven porque nunca la han visto. Que sepáis que celebraremos cada paso que deis».

      KAMALA HARRIS, vicepresidenta de Estados Unidos

      CARTA AL LECTOR

Illustartion

      Apreciado lector:

      Gracias por leer mi libro. Lo escribí para ti y para cualquiera que tenga una mínima curiosidad o ambición laboral, para profesionales curtidos, para cualquiera que guste de explorar por el mero placer de explorar, para (futuros) emprendedores, para los que buscan trabajo, para (futuros) intraemprendedores, para cualquiera que quiera quebrar el statu quo, para aquellos con ambiciones y con el deseo de labrarse un éxito, para los que cambian de rumbo profesional, para cualquiera que se sienta culpable porque piensa que estos son problemas del primer mundo, para cualquiera que quiera ser útil y hacer el bien, para cualquiera que ansíe sentirse realizado, para los que son lo bastante valientes para marcar la diferencia e incluso para los que anheláis hacer realidad vuestros sueños más disparatados.

      Sea cual sea vuestra situación profesional, quiero que sepáis, sobre todo, que es normal.

      Todos afrontamos desafíos de una forma u otra. He aquí un secreto de una asesora profesional: la mayoría de nosotros no sabemos lo que hacemos. Solo nos subimos a un tren que casualmente pasa por delante, o hacemos lo que consideramos correcto, pero en el fondo aún tenemos muchos deseos y sueños por descubrir. O apenas ansiamos una vida más equilibrada, no necesariamente un trabajo diferente.

      Por lo general, no sabemos con certeza qué rumbo profesional queremos seguir.

      De pequeña, solía taparme con las sábanas y me quedaba leyendo con la linterna hasta las tantas, pero mi madre siempre me pillaba. Recuerdo cómo revoloteaban esos miles de palabras ante mí, y cuánto me gustaba transformarlas en películas en mi mente. Lo previsible habría sido que acabara siendo guionista o editora, por ejemplo. Pero no.

      Me sigue apasionando la literatura, los libros, la ficción, la no ficción, las revistas, los periódicos, los ensayos y la poesía. Soy una friqui de las palabras; hasta me hacen llorar. Me pueden dejar patidifusa. Soy capaz de leer frases diez veces una detrás de otra y cabrearme, casi, con el autor, al mismo tiempo que reboso de admiración por lo bien que ha descrito una situación o un sentimiento.

      La cuestión es que, en el entorno en que crecí, no había nadie que fuera autor. No conocía a nadie que se ganara la vida escribiendo. Nunca até cabos. No escribí nunca, aparte de algunos versos lamentables. No era consciente de que sabía escribir. Escribí alguna cosilla en el instituto, pero me daba bastante sofoco. Me llenaba de orgullo, pero también de vergüenza. Escribir no era guay, así que seguí un camino profesional repleto de vaivenes. Probé cosas, experimenté y divagué. Además, los libros no eran lo único que me gustaba. También me gustaban la historia, los idiomas, la psicología, la antropología, la ecología, la filosofía... y un largo etcétera.

      Estuve diez años subida a una montaña rusa profesional.

      Diez años. Eso significa que, desde que me gradué del instituto con diecisiete años, no he tenido nada claro mi futuro laboral. Me costó lo indecible encontrarme a mí misma profesionalmente. Creo que he probado más de quince trabajos... y vidas, en general. Estuve en un hotel haciendo camas, fui camarera, encargada de selección de personal, auxiliar de vuelo, periodista de investigación y profesora de instituto. ¡Nunca subestiméis el trabajo de una profesora, porque es lo más duro que he hecho jamás! Me fui a meditar en silencio durante diez días allí donde Jesús perdió la alpargata. Vendí coches y fui voluntaria en un geriátrico hospitalario durante un día. Dediqué un día entero a aprender cómo se elaboraba el queso de cabra en una granja. Durante una hora entera, y con veinticinco pestañas abiertas en internet, valoré seriamente la opción de convertirme en sumiller de té. Y en la línea de mi generación, jugueteé con la idea de ser una nómada digital, sí. ¿Instructora de yoga en Bali? Claro, ¿por qué no? Chef vegana en veleros. Una emprendedora en el sector tecnológico. Una modernilla de food truck. Una curadora de arte. Ya puedes decir cosas, que seguro que me las he planteado.

      Durante un periodo sabático en 2010, la forma políticamente correcta de decir que andaba perdida tras una dolorosa ruptura y la enésima crisis existencial laboral, abracé mi lado más zen y cogí un avión, sola, hacia la India para «encontrarme a mí misma». Ahí encontré y aprendí muchas cosas, e India es un país que me encanta, en serio. Pero, por desgracia, no hallé la respuesta definitiva a lo que se suponía que debía hacer en la vida.

      Ahora sé que mi vida rebosa de problemas del primer mundo e incertidumbres millennials. La gente a mi alrededor me dice siempre que estoy como una cabra, pero no lo entienden. «Conténtate con lo que tienes, Carole» o «¿Cuándo sentarás la cabeza y buscarás un trabajo de verdad?». Probablemente fui la causa de muchas de las canas que le salieron a mi madre, al abandonar y retomar los estudios universitarios siempre que me picaba el gusanillo... ¡Lo siento, madre!

      Hay una escena en la película Vicky Cristina Barcelona, de Woody Allen, en que se representa la relación poliamorosa que tiene Scarlett Johansson con Penélope Cruz y Javier Bardem. De repente, Scarlett decide romper y Javier le pregunta qué quiere, a lo que ella responde: «No sé lo que quiero. Solo sé que esto no es lo que quiero». Penélope se lo toma muy a pecho y, con tristeza, le espeta a Scarlett que sufre de «insatisfacción crónica».

      Me parece una de las escenas más duras que he visto en una pantalla. Es cierto que hay atletas olímpicos y prodigios de Silicon Valley que han sabido siempre qué querían o quiénes querían ser, o gente que se despierta, ve amanecer y se dice: «esto es lo que quiero». Pero la mayoría de nosotros andamos a tientas y vamos aprendiendo sobre la marcha. Vivimos cosas, aprendemos y un día nos despertamos y nos damos cuenta poco a poco de que eso ya no es lo que queremos.

      Y obviamente, nada de esto habría sido posible de no ser por los privilegios (blancos) con los que crecí, y que no tengo reparos en admitir. Pasé por penurias, pero, en general, tuve una infancia afortunada, un entorno acogedor, mentores, acceso a una educación de calidad y referentes.

      Lo único que quería era un test de la personalidad simple y exhaustivo que me apaciguara. Un test con un resultado diáfano: esto es lo que deberías hacer. Esta es tu labor en la Tierra. O que alguien apareciera de la nada, me señalara y dijera: «Tú. Tu misión es ser granjera. Compra un terreno ya. Cambia el mundo de olivo en olivo». No saber lo que hacer con mi vida laboral me hacía sufrir mentalmente. Sé lo que es hastiarse del trabajo. Tuve una lumbalgia terrible durante largo tiempo, y busqué sin cesar algo que me satisficiera. Y en cuanto a la vergüenza que te asola al pensar que padeces de insatisfacción crónica y que tienes un problema del primer mundo, ¿qué hacemos? ¿Por qué no puedo ser normal y punto?

      Recuerdo que me preguntaba por qué era tan intrincado. ¿Por qué es tan complicado saber a qué te quieres dedicar? ¿Por qué tantos trabajos se sienten sin sentido o se vuelven aburridos rápidamente? Y encima era cabezona, porque no quería conformarme. Así pues, decidí tomarme en serio la cruzada. Gracias a un asesor profesional, descubrí lo que me llamaba. Al parecer, me interesaba muchísimo... ¡descubrir a qué te quieres dedicar! Como es natural, había investigado sobre las elecciones a nivel laboral, la psicología organizativa y la filosofía en el lugar de trabajo.

      Como coach y asesora profesional, encontré algo que me apasionaba de verdad. Había pasado por lo mismo que las personas a quienes ayudaba y, por extraño que parezca, al darles herramientas y guiarlos, encontré soluciones para mis propios problemas. Y cuando vi que crecían ante mí, sentí cómo me invadía esa cálida y confusa sensación. Me di cuenta de que tal vez mi obstáculo fuera el camino, y trepidaba de emoción. Una vez, un hombre sabio


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