Un abismo sin música ni luz. Juan Ignacio Colil Abricot
abierta. Comprendió que algo sucedía. Recordó la llamada y miró a las casas vecinas, pensando que la mujer que hizo la llamada estaría observándolo desde alguna ventana. Quizás en ese mismo momento estaría viéndolo y quizás desde esa ventana recobraría un poco de su dignidad y dejaría de ser un simple inspector solucionando problemas menores. Ingresó a la casa y vio en el suelo de la cocina las manchas de sangre. ¡Cresta! Se dijo y se maldijo por no traer a Sánchez. Sacó su pistola y avanzó como no lo había hecho en años. Pensó en encontrarse frente a frente con cualquier clase de criminal, pero a medida que avanzaba y sus oídos se acostumbraban al silencio, entendió que estaba cayendo. Otra vez estaba siendo arrastrado, pero sólo fue una sensación que le revolvió el estómago y luego desapareció para que sus ojos se pudieran llenar con la imagen de la mujer tirada sobre la alfombra, mientras la sangre que había manado de su cabeza formaba un pequeño lago que reflejaba la ventana y el cielo despejado.
Luego de algunas horas todo había pasado. Los peritos habían viajado desde Copiapó con todo su equipo y hecho su trabajo como si se tratara de una exposición. Trevor los miraba con un poco de desilusión. Le parecía que estaban montando una obra de teatro. Se tuvo que dedicar con Sánchez a entrevistar a los vecinos. Nadie sabía nada, nadie vio nada. Sólo los niños que jugaban le dijeron que habían visto a un tipo saliendo de la casa. Se sentó juntó a los niños y les hizo muchas preguntas. Iba anotando las respuestas en su libreta. Los niños lo miraban como si nunca hubiesen visto escribir a alguien. Según los niños el sujeto era más bien flaco, ni muy chico ni muy grande, pelo castaño no muy corto, pero tampoco largo. No les pareció extraño porque no parecía un tipo extraño. Eso lo dijeron tal cual.
–¿Vieron algo más?
–Nada.
–¿No vieron a nadie salir más temprano?
–No, tampoco nadie entró.
–¿Alguien debía entrar?
–No sabemos.
Dejó a los niños y volvió a la casa. Sánchez no tuvo mejores resultados.
El cuerpo presentaba un severo golpe en el cráneo que fue lo que le causó la muerte. No había puertas ni ventanas forzadas. Nada de huellas. Nadie tomó nada de la casa, ya que a veces algunos roban alguna cosa para que parezca un asunto de ladrones, pero acá el mensaje era claro para todos los interesados. A Trevor le pareció que el mensaje era: podemos hacer esto y nada nos pasará. Revisó personalmente toda la casa y no encontró nada que les pudiera servir. Quizás los tipos se habían llevado alguna otra cosa, no lo típico que buscan los monreros de poca monta. Habría que investigar si la mujer poseía algún computador u otros objetos de valor.
Recién a medianoche pudo volver a la unidad.
Con el paso de los días, el asunto por una parte se aclaró y por otro lado se enfrió.
La víctima se llamaba Iris Kempes, el mismo apellido del futbolista argentino.
Se había hecho conocida. Se dedicaba a luchar por el agua, el aire y todo lo que pareciera ecológico. No tenía familia, es decir, ni hijos ni pareja. Llevaba algún tiempo en el pueblo. El mismo Trevor había recibido una denuncia contra la víctima hacía unos días, era un lío de vecinos. Nada especial. El apellido se le quedó grabado.
El caso se investigó durante algunas semanas. Lamentablemente no hubo mucho avance. Trevor entrevistó a docenas de sus conocidos. Todos decían que era una mujer sin igual. Muy creativa, muy luchadora, muy lúcida. A ratos le parecía que estaba frente al retrato de una santa. No tenía enemigos. La gente que alguna vez se había peleado con ella reconocía que Iris estaba en lo correcto y que sólo eran diferencias de opiniones. Por supuesto todos pensaban que detrás del crimen estaban los peces gordos de la región. Fundamentalmente los intereses mineros que eran los que estaban moviendo todos sus hilos, que no eran pocos, para quedarse con el agua. Tenían sus métodos y especialmente todos los amigos que el dinero fresco puede comprar. Los peritos no encontraron huellas en la casa. Ni de Iris, ni de nadie. Alguien se había preocupado de dejar todo muy limpio.
Un detalle fue su teléfono, el cual estaba en uno de sus bolsillos. Trevor revisó las llamadas realizadas y las recibidas antes de entregar el aparato a los peritos. Sólo había una en la que no pudo localizar al dueño del número. Se trataba de un teléfono de prepago que nunca más tuvo movimiento. Fue la única pista, pero también era extraña, ya que a la hora en que la llamada fue realizada, la tal Kempes ya llevaba un par de horas muerta.
El caso siguió abierto, pero fue apenas un decir. Los papeles sólo acumularon polvo y aunque al principio hubo cierto revuelo, el tiempo hizo lo suyo. Trevor intentó hacer algunas gestiones, pero el fiscal a cargo del caso nunca le dio mucha relevancia. Dijo que no podían gastar recursos de la Fiscalía en un caso que no iba hacia ninguna parte. Según el fiscal, lo mejor era esperar que apareciera por alguna parte algún objeto robado de la víctima para tener una pista concreta y comenzar entonces una investigación de verdad. Trevor recordó a los niños y solicitó permiso para citarlos a declarar, pero nuevamente encontró negativas y evasivas.
Trevor le dedicó algunas horas extras, pero a la larga las puertas se fueron cerrando.
Pasados dos meses, Trevor recibió una carta de la Jefatura en la que le comunicaban que sólo seguiría en funciones hasta finales del próximo mes. Se quedó sentado un largo rato con la carta en la mano, mirando por la pequeña ventana hacia la playa.
2
–Es todo lo que tenemos.
–¿Seguro que no se le escapa algo?
–Seguro, señor. Todo ha sido tratado con el máximo de rigurosidad, entendiendo que los medios de que disponemos acá en la unidad son escasos. No es por excusarme que se lo digo. Usted sabe cómo funcionan las cosas. En el informe está todo, traté de ser muy detallista.
–¿Hay algo que deba saber y que usted olvidó poner en su informe?
–¿Que yo sepa? Todo está ahí. No hay mucho más.
–Dígame todo ahora, ya que su informe recién llegará mañana. ¿Esta joven tenía algún antecedente?
–¿A qué se refiere?
–Quiero que me ilustre sobre el tema. La prensa puede comenzar a hablar. No quiero sorpresas y no quiero enterarme por el diario de algo que usted debía haberme dicho.
–Aparentemente era una muchacha tranquila. Salió de su casa para dirigirse a un evento, al cual nunca llegó. El sábado apareció su cuerpo en el río. Muestra muchas contusiones. Murió por un golpe en la cabeza. Eso es lo que le puedo decir después de haber visto el cuerpo en el río. No pude ver mucho.
–¿Nada más?
–Nada más por ahora.
–¿Por qué me dice eso?
–Usted me pidió que le informara de todos las situaciones extrañas. Se me ocurrió que podía tratarse de algo así, quizás sea mejor prevenir que lamentar.
–No piense tanto, Gutiérrez. Mantenga los ojos abiertos. ¿La familia de la mujer?
–Está deshecha.
–No le pregunto eso. Quiero saber si tienen alguna relación con algún movimiento subversivo.
–Nada. Son personas tranquilas. Nada extraño en ellos. En todo caso creo que si tuvieran alguna relación no me lo dirían.
–¿Alguien la vio salir de su casa?
–Sólo su hermana. Nunca llegó adonde se dirigía.
–¿De qué lugar se trata?
–Iba al regimiento.
–¿Está seguro?, ¿qué tienen que ver los milicos con este asunto?
–La fiesta era ahí. Usted sabe cómo son los milicos, invitan a las muchachas del lugar. Son como todos. Ella nunca llegó. Nadie la echó de menos, había suficientes mujeres.