Un abismo sin música ni luz. Juan Ignacio Colil Abricot
hablar mucho del tema. Lo habló conmigo cuando falleció su mamá. Eso ocurrió hace doce años atrás. Un día su papá nunca más llegó. Una noche se presentó un hombre a su casa y les dijo que su papá estaba en algo. Ella no entendió de lo que conversaban, sólo recordaba a su madre sentada mirando al hombre y después el llanto de su madre y toda la tristeza se le vino encima.
–¿De dónde salió eso de Kempes?
–Lo inventó ella hace muchos años. El plan de su madre era poder viajar hasta Europa. Alguien le había hecho contacto con un secretario de la embajada de Holanda, pero nunca llegó a concretarse. Finalmente se quedaron en Buenos Aires. Iris Kempes era su seudónimo para escribir. Su madre muchos años después se relacionó con un tipo al que le gustaba el fútbol y siempre hablaba de un tal Kempes.
–¿Mario Kempes?
–No sé. No entiendo de fútbol. Supongo que sí. Al parecer era alguien importante.
–¿Era escritora?
–Escribió algunas cosas. De ese tiempo le quedó lo de Kempes. Decía que para los hombres era sonoro porque era el apellido de un futbolista y además decía que con un apellido así los editores; en su mayoría hombres, se interesarían por ella.
–Mario Kempes. Seleccionado argentino, muy vistoso para jugar. Hizo un par de partidos por Fernández Vial al final de su carrera. Usaba el pelo largo ya en los setenta.
–Iris tenía razón, era un apellido que quedaba. Después nunca más se lo sacó de encima, quizás eso fue su perdición. Con ese apellido era difícil olvidarla.
–¿Qué edad tenía ella cuando ocurrió lo del papá?
–Cuando asesinaron al papá, ¿se refiero a eso?
–Sí, me refiero a eso.
–Creo que tenía siete u ocho años. Nunca hablaba mucho del tema.
–¿Cuál es su idea?
–Concluir lo que ella estaba investigando.
–Vaya a Investigaciones.
–No me trate como a una tonta. Sabemos que el caso se cerró y que al inspector Gutiérrez lo transformaron en un tipo vividor que se fue del país con una muchacha cabaretera. Esa fue finalmente la verdad oficial. Se impuso como muchas cosas, nadie se dio el trabajo de verificar la información –la mujer bebió de golpe el café que le quedaba y me tomó de un brazo–. Debe ayudarme.
–¿Por qué debería meterme en este asunto tan turbio?
–Sé que lo pasaron a retiro después del asesinato de Iris. ¿Qué le dijeron? ¿Que lo llevarían a relaciones públicas? Usted ya estaba perdido con ir a terminar su carrera en ese lugar, si prefirió investigar seriamente el asesinato de Iris supongo que habrá generado en alguna parte algún malestar que provocó que usted hoy esté fuera. Imagino y quiero imaginar, y sobre todo esto último, que usted desea investigar quién está detrás de todo esto.
–¿Y si estuviera equivocada?
–Es posible. Este país está lleno de gente de mierda –la mujer me quedó mirando–. Sé que ahora se dedica a los negocios. ¿Mariscos?
–Productos del mar en general.
–Sólo le pido que sacuda un poco el polvo. Usted sabe más de eso que yo. Es obvio que buscaba sobre su padre, a mí me lo negó durante mucho tiempo, pero no hay que ser psíquica para saber por qué fue hasta ese lugar. Iris no volvía a ese lugar desde esa época.
–¿Desde el asesinato de su padre?
–Sí. Yo sé que debe haber algo. Usted más que nadie entiende ese mundo. Sólo quiero saber que su muerte no fue en vano. Ella aprovechó la excusa del uso del agua para poder moverse más libremente. Averigüe hasta donde pueda y me cuenta. Le puedo pagar. No sé si todo de una vez, pero puedo hacer el intento.
–No sé. No estoy familiarizado con este tipo de investigaciones. Quizás le pueda recomendar a una persona. Hay tipos que se dedican a esto. Conozco a Ciro, quien podría ayudarla perfectamente.
–No. Quiero que sea usted. Usted ya conoce el caso. Estuvo allá, sabe por dónde comenzar. De seguro encontrará algo. Créame a Iris no la mataron por casualidad. Se estaba acercando, estoy segura. Ella era una mujer muy cuidadosa en lo que hacía. Muy ordenada. Algo debe haber dejado en alguna parte que nos sirva para seguir su camino. Estoy segura que ella pensó que era muy posible que terminara como terminó. Por lo mismo imagino que nos dejó algo. En alguna parte debe haber una señal –nos quedamos en silencio unos segundos. Ella había puesto todos sus argumentos sobre la mesa.
–No soy detective privado.
–No me interesa un detective privado. Esos tipos dilatan la investigación para conseguir más dinero y luego le dicen a una alguna vaguedad. Si lo deja más contento, ya lo intenté con uno. No llegó a ninguna parte y me dijo que lo más probable era que se tratara de un robo y que el tipo huyó antes de robar cualquier cosa porque seguramente escuchó algún ruido o algo así. Perdí tiempo y dinero con ese sujeto. Un charlatán. Por eso lo busqué a usted.
–Haremos una cosa. Iré para allá y pediré el expediente, veré qué puedo hacer. No le prometo nada, si encuentro algo que valga la pena le cuento, de lo contrario quedamos como estamos –la mujer buscó en su cartera, sacó un billete y pagó los cafés. Me extendió una tarjeta en la que aparecían sus datos: su nombre y abajo las palabras «Consultora Estratégica»
–¿Qué significa esto de consultora estratégica?
–Publicidad, relaciones públicas. De algo hay que vivir. Le paso esto para comenzar –la mujer volvió a abrir su cartera, sacó trescientos mil pesos y me los entregó–. Por favor recíbamelos. No es mucho, pero es suficiente para los pasajes y permanecer unos pocos días en un hotel. Lo puedo enviar algo más a su cuenta. ¿Cuánto cree que puede cobrarme por esto?
–No sé. No conozco este tipo de negocios. Con lo que me ha pasado es suficiente por ahora. Después vemos el resto. ¿Pudo conversar con ella durante el tiempo que ella estuvo en el norte?
–Conversamos sólo trivialidades. Nada memorable. No le gustaba hablar de su trabajo por teléfono. Yo le decía que era una paranoica, pero veo que tenía razón.
–¿Cuál era exactamente su relación con ella? Por lo que veo usted no se dedica a estos asuntos ecológicos.
–Veo que saca sus conclusiones muy rápido –la mujer me quedó mirando unos segundos–. Fuimos pareja durante algunos años. De eso han pasado varios años, pero siempre mantuvimos un vínculo. ¿Le molesta?
–No. ¿Por qué habría de molestarme?
–No sé. La policía nunca es muy abierta de mente.
–No soy policía. Ahora vendo mariscos.
–Lo sé. No lo quise ofender. Lo que le pido tiene que ver con esa deuda que tengo con Iris. Ella trató siempre de entender lo que había ocurrido con su padre. Nunca le gustó ver a su madre de esa forma. Nunca se pudo recuperar de ese daño. Apenas tuvo edad suficiente, comenzó a juntar información sobre el punto. Cuando habló conmigo me mostró una carpeta llena de recortes con lo poco que había logrado encontrar acerca de su padre. Lo que decía en el diario chocaba con la imagen que ella tenía de él. Iris lo recordaba como un hombre simpático, muy cariñoso con ella y con su madre, le leía cuentos en la noche. De pronto su padre desaparece y ponen frente a ella la imagen de un tipo que huye con una cabaretera. Una mujer muy joven, casi una niña y de paso se lleva unos cuantos miles de pesos. Claro, ella eso lo supo después. Su madre nunca se lo contó. Creo que ya se lo dije, se me ocurre que para ella todo fue un gran cataclismo. De a poco fue juntando antecedentes. Guardaba una carta, un informe forense sobre un asesinato ocurrido por los mismos días en que se le perdió la pista a su padre. Ese fue su punto de partida.
–¿Era un documento oficial?
–No sé. Me lo enseñó en una ocasión.