Un abismo sin música ni luz. Juan Ignacio Colil Abricot

Un abismo sin música ni luz - Juan Ignacio Colil Abricot


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      –Encantado, hoy en la noche tengo tiempo.

      –Me parece, yo lo paso a buscar. ¿Está en uno de los hoteles?

      –Vengo llegando, aún no veo esa parte.

      –Entonces véngase a mi casa. Ahí puede estar tranquilo.

      –No, preferiría un hotel, así no molesto a nadie y tengo…

      –No me diga más. Usted no molesta, pero si quiere estar solo no hay problema, la noche ahora es mucho más movida que antes.

      –Resulta que no tenía muchas intenciones de pasar a la unidad, tú sabes que me fui en un mal momento para mí. Pero pasé por esa casa de dos pisos.

      –¿Cuál casa?

      –Esa casa azul donde ocurrió el crimen de la Kempes, ¿recuerdas?

      –Claro que sí. Fue el último caso grande que vimos antes que… perdón, jefe.

      –Antes de que me pasaran a retiro. No te preocupes, lo tengo muy asumido. ¿Supiste si pasó algo con ese caso?

      –Nada, quedó tal cual usted lo dejó. Al poco tiempo lo cerraron.

      –Siempre me quedó dando vueltas. Nunca entendí esa llamada que hubo avisando del suceso. Me pareció como si hubiese alguien detrás moviendo los hilos y viendo nuestros movimientos. ¿Tienes el expediente aún?

      –Jefe, usted sabe que no puedo pasarle ningún documento oficial. Ese caso se cerró, no hubo ni siquiera sospechosos. Después que usted se fue llegó Andrade, ¿lo ubica? Él terminó de investigar y a los pocos meses le pusieron la lápida. Yo no supe mucho, ya que en esos meses me enviaron a hacer un curso. Cuando regresé Andrade ya no estaba y el caso estaba sepultado.

      –Por eso mismo me gustaría darle un vistazo, no creo que alguien esté interesado en este asunto. Me gustaría ver si pasamos algo de largo, si no vimos algo que estaba frente a nuestros ojos. Es sólo curiosidad de un viejo rati.

      –Jefe, no insista. Usted sabe que las reglas son estrictas. Lo espero en mi casa a eso de las ocho. Vivo en la misma casa, sólo que ahora la arreglé un poco. ¿Usted se va a quedar frente a la plaza?

      –Sí, creo que es el mejor lugar. Tú sabes que no soy muy exigente.

      Salieron de la unidad en silencio y caminaron en dirección a la plaza. Después Sánchez comenzó a contarle algunas de las últimas novedades y la suerte de algunos conocidos. Trevor lo escuchaba, sabía que no debía insistir con el expediente, pero también sabía que esa era su oportunidad y que si la dejaba pasar cerraría él mismo la puerta. Se despidieron en la esquina cerca de la plaza. Sánchez recordó la invitación para las ocho. Luego le dio un abrazo y partió a paso rápido en dirección contraria.

      Durante la tarde, Trevor recorrió Caldera. Fue a consultar el precio de los ostiones, hizo presupuestos. Se hizo ver en los lugares adecuados. Conversó con gente ligada al negocio. Repartió su tarjeta. Entró a un bar y se quedó un largo rato mirando sus apuntes. Sabía que Sánchez chequearía sus movimientos uno a uno. Luego se fue a su hotel y se quedó un largo rato pensando en Iris. El sueño lo venció.

      A eso de las ocho y treinta llegó a la casa de Sánchez. Fue presentado a la esposa, una muchacha de aspecto frágil. Durante la comida Sánchez no dejó de hablar, narrando una a una cada anécdota que recordaba de su antiguo jefe. Le contaba a su esposa que Trevor era conocido en la institución por haber descubierto varios culpables en crímenes extraños. Sánchez hablaba y hablaba y a Trevor le pareció que Sánchez había estado leyendo acerca de él. La joven esposa sonreía y preguntaba de vez en cuando. Trevor sólo sonreía incómodo. A eso de las doce de la noche, Trevor se despidió. Sánchez se ofreció para acompañarlo hasta el hotel. Después de un inútil tira y afloja, Trevor aceptó.

      La noche estaba fresca. No había mucho movimiento. En realidad las calles estaban desiertas. Era un día miércoles.

      Sánchez se acercó a su auto.

      –Preferiría ir caminando, sólo son unas pocas cuadras –dijo Trevor.

      –No se preocupe, jefe –Sánchez sacó del auto una bolsa de supermercado–: esto es un regalo, mejor dicho un préstamo. Trevor miró la bolsa y supo de lo que trataba.

      –¿Seguro que esto no te causará problemas?

      –Supongo que no. Pero preferiría que no me lo devuelva en la oficina. Yo mañana enviaré a alguien a buscarlo.

      –Como quieras. Veo que eres un tipo precavido

      –Usted mejor que nadie sabe cómo es este trabajo.

      Una vez en su habitación, Trevor revisó el expediente. Era una carpeta delgada. Evidentemente, mucha de la información reunida en su momento había desaparecido. Estaba su informe, fotografías, informes de los peritos del laboratorio. Leyó una vez más todos los papeles. A medida que avanzaba fue recordando ese día y los siguientes. Los informes no estaban bien escritos.

      Se vio entrando por la puerta trasera de la casa. Vio una vez más el cadáver de la mujer. La mancha de sangre. Recordó las entrevistas que hizo a los vecinos. Nadie sabía nada, nadie dijo nada. Sólo unos niños afirmaron haber visto a un tipo salir de la casa momentos antes. Un tipo común y corriente. Ni chico ni grande, ni gordo ni flaco. Lo único especial era que llevaba lentes oscuros y aparentemente un moretón en la boca.

      Leyó el informe que él mismo había preparado sobre la víctima. No era muy completo. Le pareció que quedaban muchas cosas en el aire.

      Comprendió que había buscado en el lugar equivocado. El crimen siempre quiso parecer como el resultado de un robo, pero también estaba la llamada. Los niños que jugaban en la calle ese día dijeron que habían visto al tipo. En el informe nada había sobre eso. Pensó que sería bueno volver a conversar con los niños y también buscar en el lugar adecuado. Ocho años atrás no sabía lo que ahora conocía.

       9

      Había pasado todo el día pendiente de la puerta y del teléfono. No había querido llamar a la unidad para no aparecer como la esposa celosa. Es cierto que una noche y un día no era mucho tiempo de ausencia, pero conociéndolo a él, era más que suficiente. Él no la dejaría sola así como así. Ella sabía de otras mujeres cuyos maridos no llegaban durante días a la casa y cuando aparecían no aceptaban preguntas ni daban explicaciones. No había que escandalizarse por una noche que no estuviera en la casa. Quizás su marido sólo estaba en un asunto de trabajo. No había para qué pensar mal. La niña jugaba. De vez en cuando preguntaba por su padre y luego volvía a sus juegos. A ella le pareció que la casa estaba vacía y que comenzaba a habitar un mundo ajeno. Había intentando llenarse el día de pequeñas ocupaciones de forma de distraerse y olvidar la ausencia, pero ya no aguantaba más.

      Estaba acostando a la niña cuando sonó el timbre. Le gustaba quedarse con ella mientras se acostaba y conversaban un rato, pero esa noche ambas estaban en silencio. El timbre rompió esa espera. Tontamente pensó que era su marido. Ella sabía que su marido no tocaba el timbre, sino que usaba sus llaves. Bajó corriendo al primer piso. Se arregló el cabello en un gesto inconsciente. Al abrir la puerta se encontró con un hombre mayor. Quizás de sesenta años. Su expresión la asustó. Dos metros atrás un sujeto joven de corbata y manos en la espalda. Más atrás alcanzó a distinguir la sombra de un vehículo. «Soy el Prefecto Núñez» dijo el hombre. Lo hizo pasar comprendiendo que portaba malas noticias.

      Le ofreció un café, pero el tipo lo rechazó. A pesar de su fortaleza, se notaba nervioso. Tampoco quiso sentarse.

      –¿Qué le pasó a mi marido?

      –Por eso he venido. Me parece importante que usted tenga una explicación oficial. Aunque debo asegurarle desde el comienzo que esta no es una visita oficial. Conozco a su marido desde hace años. En realidad conocí a su padre cuando él ya era una leyenda en la Brigada de Homicidios. Estuve algunos años bajo su mando. Su marido es un muy buen policía y yo he querido cumplir con


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