Un abismo sin música ni luz. Juan Ignacio Colil Abricot

Un abismo sin música ni luz - Juan Ignacio Colil Abricot


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de perderse, una forma de olvidarse de ella y de los demás. No supo cuánto rato anduvieron arriba del auto.

      Fueron hasta el lugar que llamaban el museo del viento. Se bajaron y miraron las extrañas formas que las rocas proyectaban. Sólo ahí se dio cuenta de lo lejos que estaba de su casa. Se asustó un poco, pero le gustó sentirse lejos y sin nadie que la estuviera controlando. Caminaron un poco y ahí, entre ese paisaje marciano, comenzaron a besarse. Él solo le dio unos besos un poco desabridos; ella simplemente le ofreció su boca sin mucho entusiasmo. Ni siquiera lo abrazó. Abel continuó besándola y a los segundos le metió la mano bajo su falda. Luego la tomó en brazos y la llevó bajo una de las grandes rocas de forma extraña. Ella volvió a asustarse un poco, pero también tenía ganas de besar a un hombre, de perderse bajo su cuerpo. Las manos gruesas de Abel se metieron entre sus calzones y entonces ella lo empujó hacia atrás con toda su fuerza. Abel se golpeó con la roca en la cabeza. Fue sólo un segundo. La cara de Abel cambió, se vino sobre ella y le apretó el cuello. Ella lo quiso empujar, pero no tenía fuerza, sus brazos se agitaban en el aire, mientras él le sostenía la cabeza contra el suelo. Escuchó el ruido del cierre del pantalón de Abel y luego algo gordo y blando que le acercaba a la cara.

      –¡Chupa! –le gritó y después sintió unos golpes en la cabeza y la presión sobre su rostro y otra vez ¡chupa!, hasta que las luces de un auto asustaron a Abel. Hubiese querido gritar, llorar, salir corriendo, pero en vez de eso se quedó al lado de Abel. Más miedo le dio que algún conocido la hubiese visto. El auto se acercó donde Abel había dejado estacionado el suyo. Eran los pacos. Abel se arregló el pantalón y fue donde ellos, ella lo siguió asustada. Los pacos se habían bajado de su furgón y caminaban con precaución hacia el auto de Abel. Fue en ese momento que Abel habló.

      –Hola mi cabo, es mi auto.

      –Hola Abel, nos llamó la atención que estuviera solo el auto acá, pensamos que a lo mejor alguien te lo había robado.

      –Andaba por acá con una amiga.

      –Mire el picarón, tengan cuidado, de repente por acá andan algunos giles mirones, no son peligrosos, aunque nunca se sabe. Tengan cuidado.

      –Prefiero devolverme –dijo ella, aprovechando el momento–, me esperan en la casa

      –Es mejor que se vayan –aconsejo uno de los pacos–, a veces acá es un poco inseguro.

      Pensó que nunca más volvería a salir con Abel. No le gustaba su olor, ni que siempre estuviera sudado, ni que fuera tan caliente. Tampoco le gustaba que fuera violento, así no le gusta a nadie, además que ni se le paraba. Nunca más iba a salir con él. Aunque tuviera auto, no valía la pena enredarse con un tipo así. Esos hombres son sólo problemas.

       7

      –¿Supongo que tiene algo importante que decirme?

      –Tenía razón: los milicos algo saben.

      –¿Qué averiguó?

      –No mucho, por lo mismo creo que deberíamos seguir esa línea.

      –Hable claro. No tengo ánimo para adivinanzas.

      –Como suponíamos, a los milicos nadie los saca de su silencio. Dicen que nunca llegó esta joven a la fiesta. Las personas invitadas a la fiesta dicen lo mismo, pero se nota que saben más. No hablan mucho, en realidad no dicen nada. Sólo he logrado establecer que hubo una fiesta y, según ellos, la víctima nunca estuvo con ellos.

      –¿Qué cresta está pasando?

      –Puede que sea el peor escenario.

      –¿Me llamó sólo para decirme una posibilidad?

      –No, mi Prefecto. Hay algo más.

      –Hable claro.

      –Empadronamos el lugar del hallazgo del cuerpo. ¿Ubica Copiapó? En la ribera norte del río. No es difícil llegar hasta ahí.

      –Evítese los comentarios y vaya al grano.

      –Un vecino que vive a unos tres kilómetros del regimiento en dirección al río, vio pasar un auto a eso de las tres de la mañana de hace dos días.

      –¿Qué cosa le parece rara?

      –El vehículo pasó de vuelta quizás una media hora más tarde.

      –¿Y?

      –Hay un testimonio de una vecina del regimiento, que por esas cosas de la vida vio un vehículo oscuro salir del regimiento. La hora coincide.

      –¿Es muy especial el vehículo?

      –No, pero se ve raro.

      –Investigue y llámeme si tiene algo concreto. Voy a ver cómo lo puedo ayudar desde acá. Sea cuidadoso, no queremos que todo se vaya a la mierda. Y no se entusiasme porque hasta el momento no tiene nada. Una vieja que ve un auto en la noche no es gran cosa. ¿Qué hay de la fiesta de los milicos?

      –Nadie dice nada. Por lo que han expresados algunas invitadas, era una fiesta bastante fome y nadie recuerda haber visto a la víctima.

      –¿Usted qué cree?

      –Que están cagados de susto.

      –Mientras usted no se cague está todo bien.

      –¿Usted cree que sirva de algo?

      –Manténgame informado.

       8

      Trevor se bajó del taxi afuera de la unidad. Miró el nuevo edificio y no pudo evitar recordar el primer día que llegó destinado a ese lugar. También en esa ocasión se había quedado mirando el aspecto del edificio. En ese momento cuando llegó, diez años atrás, era sólo una casa mal tenida que mostraba la insignia de la institución afuera y él era un tipo acabado. En los dos años que estuvo en el lugar no se hizo ningún arreglo a la sede.

      Ahora sus negocios particulares lo habían traído de regreso. Muchas veces había pensado en ese momento y se había prometido no volver a cruzar las puertas. No le gustaba aparecer como el típico viejo que no tiene nada que hacer y va a molestar con su nostalgia y recuerdos, pero ahí estaba. Entró y se acercó a la puerta. En ese momento se cruzó con Sánchez, que venía saliendo.

      –¡Sánchez! ¿Eres tú?

      –Inspector, ¿qué hace por acá? –Sánchez lo saludó efusivamente.

      –Sólo andaba de paseo y pensé en pasar a saludar.

      –Qué gusto de verlo, supe que está dedicado a los negocios. Yo pensé que iba continuar en el rubro. Usted sabe, asesor en seguridad o privado. ¿Qué es de su vida?

      –Lo de los negocios resultó por casualidad y fíjate que me ha ido bien. Vendemos a restaurantes y hoteles. No me quejó y tú, ¿todavía por acá?

      –Sí, pero ahora soy yo el inspector y como usted ve, hoy tenemos más personal, bueno, también hay más crímenes.

      –Me gustaría hablar contigo unos minutos. ¿Tienes tiempo?

      –Para usted, jefe, siempre tengo tiempo.

      Entraron a la unidad y Sánchez lo condujo a una oficina que antes no existía. Trevor contó seis personas trabajando. Se sentaron frente a frente en el escritorio de Sánchez. Trevor se fijó en una foto en la que Sánchez aparecía abrazado junto a una mujer y a un niño de meses, con el mar atrás. No pudo evitar relacionarla con la foto de Iris y sus padres.

      –Veo que te casaste.

      –Ya era hora. Cuénteme qué lo trae por estos rincones tan apartados.

      –Sólo negocios. Esto de ser exportador de productos de mar me hace moverme por Chile. Recorro la costa, conozco gente y he aprendido cosas que nunca pensé que podrían interesarme. Tengo un cliente interesado por los ostiones. No es un gran pedido, pero pensé que era una buena excusa para venir a darme


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