Un abismo sin música ni luz. Juan Ignacio Colil Abricot

Un abismo sin música ni luz - Juan Ignacio Colil Abricot


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caro. El barman me comentó sobre las virtudes amatorias de la flaca del escenario. La miraba y volvía a tomar un trago. «Es como una poseída». me dijo con la lengua traposa. Vi cómo Cameron subía nuevamente al segundo piso, seguida por el viejo chico. Pasaron algunos minutos. Subió otra tipa a bailar. Ésta sí era una artista. Y tenía genio, ya que un sujeto intentó subir junto a ella, pero lo mandó abajo del escenario con dos simples movimientos. Luego Cameron volvió a mí, parecía un poco nerviosa. Ya no estaba igual que antes. Traté de continuar la conversación, pero sólo me respondía con monosílabos y movimientos de cabeza. Parece que estaba ida. Así nadie puede.

      –¿Qué hay de Iris?

      –¿Qué?

      –¿Supiste algo sobre ella?

      –Hace tiempo que no viene por acá. ¿Seguro que era Iris?

      –Seguro.

      –Lo mejor es que no preguntes más. Olvídate de ella –Cameron quería largarse. La tomé de un brazo y ella gritó.

      –Dime dónde la puedo encontrar –trató de soltarse y dio un pequeño grito.

      En ese momento comprendí que todo se estaba yendo al despeñadero. Lo que pintaba para una buena noche se había transformado en una mierda. Entendí que no le sacaría ni media palabra a Cameron. No sé si fue el viejo chico u otro cliente quien trato de agarrarle las tetas, pero de pronto me vi empujando a un tipo y eso que yo no soy violento. Los golpes no tardaron en aparecer. No podría asegurarlo, pero el viejo chico me amenazó con algo que llevaba bajo su chaqueta. Todo se complicó un poco más. Volaron los pocos vasos y las bailarinas salieron gritando al segundo piso. A los minutos me vi expulsado del local. Creo que escuché algunos insultos dirigidos a mí. Volví casi arrastrándome al hotel. Me dolía la cara y la espalda. Desperté a eso del mediodía. Tenía los labios hinchados, un ojo levemente morado y sobre la ceja izquierda un corte pequeño. Nada que unas horas de reposo, quizás unos días, no pudiesen arreglar.

       11

      –Como siempre tan devoto, Abel.

      –¡Mi comandante Carvacho! No esperaba que me sorprendiera acá.

      –Toda la gente viene a ver al Padre Negro. Supongo que vienes a pedirle algo o vienes a pagarle.

      –No haga bromas mi comandante, yo siempre vengo acá, me gusta este silencio y ver la imagen del padrecito me calma, me da tranquilidad.

      –¿Tranquilidad? ¿Encuentras tranquilidad viniendo a este lugar?

      –Un poco, usted sabe que la vida que lleva uno es algo desordenada y a veces me canso y busco este momento. ¿Usted también viene por lo mismo?

      –No, pasaba justo frente a la gruta y te vi entrar y quería comentarte un par de cosas y aproveché la oportunidad.

      –Lo escucho. Si se trata de negocios me vendría muy bien, porque las cosas no han andado de lo mejor.

      –No, esta vez no son negocios. Supe que hay una tipa dando vueltas hace rato por la ciudad y haciendo preguntas molestas. ¿Has sabido algo de ella?

      –Nada, no he oído nada parecido. ¿Preguntas? ¿Es de Investigaciones o una periodista? Esa gente siempre anda donde no le corresponde. Si quiere, puedo preguntar.

      –No sé, me parece que es periodista. Supe que ha estado con la gente del valle y le ha preguntado por el asunto del agua y la sequía.

      –Dicen que está muy seco el río, se comenta por todas partes. No sería extraño que la hubiesen enviado desde algún ministerio o quizás desde alguna de esas revistas de gente ecológica. Son raros, hay que tener cuidado con ellos.

      –Eso me preocupa, pero también he escuchado que ha preguntado por otras cosas que sucedieron hace mucho tiempo.

      –¿Qué cosas?

      –¿Tienes mala memoria?

      –Ah, se refiere a esas cosas... No creo que llegue a ninguna parte. Ha pasado mucho tiempo. ¿Cómo sabe que ha preguntado por ella?

      –Es sólo una sospecha. No tengo ninguna certeza, pero quería advertirte para que te muevas con cuidado. Me han dicho que la han visto recorriendo lugares que no tienen mucho que ver con el asunto del agua, pero no hay nada concreto. Cualquiera podría caminar por una calle y recorrer ciertos lugares que no tienen mayor atractivo ni ninguna relación con lo que dice que está investigando.

      –¿Por qué me cuenta estas cosas a mí? Usted sabe que yo soy un hombre de palabra.

      –¿Un hombre de palabra? Por lo menos tienes una buena imagen de lo que eres. Yo creo que eres un simple oportunista y que has logrado hacerte de un espacio a costa de lo que sabes. No nos engañemos. Y si te cuento esto ahora es porque en una de esas esta mujer puede llegar a ti y sin querer puedes decir algo sobre lo que ocurrió esa noche y los días que siguieron.

      –No tiene por qué preocuparse por mí, mi comandante Carvacho … yo siempre he sido muy leal a usted, aunque usted no lo crea. Reconozco que no soy un ejemplo, pero siempre he estado al lado suyo.

      –Han pasado tantos años y ahora viene a aparecer. Es extraño.

      –¿Quiere que la ubique y conversemos con ella?

      –No. Quédate tranquilo. Sólo quería advertirte para que estés con los ojos bien abiertos y ojalá no te dejes llevar. Oye Abel, me han dicho que ahora tienes una nueva polola.

      –Cómo corren los rumores.

      –¿También trabaja en tu local?

      –Lleva unas semanas. Se llama Cameron.

      –Buen nombre, podrías llevarla una noche.

      –Le aviso. Yo creo que el próximo viernes o el sábado.

      –Me parece. Pensé que te estabas volviendo un gordo egoísta.

      –Nunca con usted, mi comandante. Usted sabe que yo soy muy agradecido.

      –Tienes razón, Abel. En este lugar uno se tranquiliza. Quizás este Padre Negro realmente tiene poderes.

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