La huerta de La Paloma. Eduardo Valencia Hernán

La huerta de La Paloma - Eduardo Valencia Hernán


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bloquee las plazas sublevadas de Ceuta, Larache y Melilla, bombardeándolas si es necesario, para intimidar a los sublevados.

      —Hum…, no creo que eso sea suficiente, Sebastián, pero, en fin, algo es algo. Este ministro me da mala espina y creo que no va a dar la talla.

      —No seas pesimista y verás cómo pronto se aclara el asunto. Y tú qué, ¿has hablado con tus subalternos?

      —Todos los jefes de cuerpo me han reafirmado su lealtad al orden establecido. No creo que se subleven.

      —¿Estás seguro?

      —Bueno, no pondría la mano por todos, pero creo que la mayoría son leales y a otros los tengo bajo una discreta vigilancia.

      —Bien, si hay alguna novedad, me llamarás, ¿verdad?

      —Cuenta con ello y lo mismo digo.

      —Por cierto, Paco ¿te ha informado tu servicio de inteligencia sobre la reunión celebrada en el cuartel de la Guardia Civil en la calle Ausias March?

      —Algo me han comentado. Allí estaban presentes los coroneles Escobar y Brotons, pero yo pensaba que ya estabas al corriente.

      —Sí, lo estoy, pero no sé nada del resultado. No les pierdas ojo.

      —Estaré atento, aunque tanto Brotons como Escobar son gente de orden y sería una sorpresa que cometieran alguna locura. Te mantendré informado, adiós.

      En el cuartel de los Docks, situado por detrás de la estación de Francia y el parque de la Ciudadela, se encuentra ubicado el regimiento de artillería de Montaña n. º 1, muy cerca del barrio portuario de la plaza de Palacio. También se halla la Conselleria de Gobernación y el barrio tradicional de los pescadores, la Barceloneta. Dentro del establecimiento militar, la mayoría de la oficialidad se halla acuartelada desde hace horas gestando, algunos de ellos, los preparativos de la sublevación que tendrá lugar en pocas horas. Los cabecillas están con ánimo para el combate que se avecina. Uno de ellos, el capitán Luis López Varela de la 5.ª Batería y secretario en Barcelona de la UME (Unión Militar Española), asociación militar de carácter conservador, está dando las últimas instrucciones en el cuarto de banderas del regimiento. Todos están al corriente de los hechos tras la última reunión conspiratoria celebrada en una finca del Barón de Viver en Argentona, en la comarca del Maresme al norte de Barcelona; allí, la mayoría de ellos ya se habían conjurado contra el orden establecido.

      —¡Señores!, les ruego su atención —pide la atención uno de los oficiales—. El día tan esperado ha llegado. Se acaba de dar la orden del alzamiento y todos debemos estar dispuestos a ello. El Ejército de África ya está con nosotros y Canarias también. «Mañana recibirá cinco resmas de papel». Recuerden, ahora nos toca llevar la iniciativa a nosotros por el bien de España. Ténganlo todo preparado. Cada uno sabe perfectamente cuál es su cometido y tengan mucha precaución en sus compañías. Es importante… ¡Muy importante! Que la tropa no sospeche nada hasta el último momento, haciéndoles entender que su labor irá en defensa de la República y del orden establecido. Así que, mañana domingo nos pondremos en marcha a las cinco horas. Teniente, por favor, ¿alguna novedad sobre el coronel Serra Castells?

      —No, mi capitán —responde el teniente Fernández Unzué—. Nada nuevo. Da la sensación de que el coronel está a la expectativa y lo mejor será pasar de él.

      —Bien —contesta el capitán López Varela—; no obstante, es imprescindible mantenerlo vigilado. Lo dejo en sus manos. Repito, es importante que la tropa no presienta lo que está ocurriendo. A ver, ¡Fernández!, usted se encargará de transmitir al comandante Mut y a Lizcano de la Rosa las últimas novedades que serán trasmitidas al general Goded, y de ponerse en contacto con el comandante Recás de la Guardia Civil para que le informe de lo que han decidido después de la reunión.

      —A la orden, mi capitán.

      En efecto, en Barcelona varios grupos afines a la UME están coordinados por Juan Aguasca Codina, miembro de la entidad España Club, integrada básicamente por militares retirados. Otro de los cabecillas rebeldes es Josep Mª Cunill Postius, jefe de la asociación derechista paramilitar asociada al carlismo de Requetés, que aporta su apoyo con cinco mil hombres más, según él, pero que finalmente no llegarán a ser doscientos. Las consignas comunicadas a la oficialidad rebelde desde el primer momento son claras y escuetas: convocar una Junta Suprema y nombrar jefe del Estado al general José Sanjurjo Sacanell; crear unos tribunales de Honor por regiones; expulsar a los judíos, desterrando y confinando a los masones y miembros de sectas; y disolver partidos y sindicatos.

      * * *

      Madrid, atardecer del sábado 18…

      En el Ministerio de la Guerra todavía se aferran a una leve esperanza de que todo se calme conforme trascurra el día, aunque no todos están confiados en tan ingenua solución. Ellos son los militares de la UMRA (Unión Militar Republicana Antifascista), contraria a la UME y de carácter republicano. Desde su sede central se van poniendo en contacto con todos sus asociados disponibles en las diferentes regiones militares. Los informes no pueden ser más negativos. El general Queipo de Llano se ha sublevado en Sevilla; también Mola en Pamplona, Aranda en Asturias y Cabanellas en Zaragoza. Por el contrario, Batet, fiel a la República, ha sido detenido y encarcelado en Burgos, temiendo por su vida. Ya solo se aferran a la conducta que adoptarán los guardias de asalto o la Guardia Civil en las diferentes provincias. Nadie sabe ciertamente si se pondrán a las órdenes de los gobernadores civiles o apoyarán el golpe.

      Madrid sigue en calma; sin embargo, todas las sospechas se van centrando en el Cuartel de la Montaña. Es curioso que en él se tenga la llave de entregar o no a la población los cincuenta mil cerrojos de fusil necesarios para su funcionamiento.

      El nerviosismo va en aumento, todos son bulos, dimes y diretes. Tan solo el diario Claridad, órgano de los socialistas de Largo Caballero se atreve a pronosticar un movimiento militar insensato y vergonzoso. El otro diario, La Libertad, está influido por el gobierno republicano y es mucho más cauto. Nada es cierto y comprobado, aunque todos piensan que el Gobierno de Casares pasa por su peor momento y no tardará en ser reemplazado por Azaña. La rumorología indica que el diputado Martínez Barrio está en la lista de los elegidos para sustituir al dimisionario.

      Por fin, una voz esperanzadora irrumpe en la radio de los madrileños. Es la dirigente del Partido Comunista Dolores Ibárruri, La Pasionaria, que arenga al pueblo a luchar en estos momentos tan cruciales: «Pueblo de Cataluña, Vasconia, Galicia, españoles todos: a defender la república democrática; a consolidar la victoria lograda por el pueblo el 16 de febrero».

      Van pasando las horas y, entre la impresión y el desconcierto, va calando la idea de que el Gobierno ha dejado de existir. La impotencia se va apoderando en los órganos de dirección. Se sospecha que las horas de Casares Quiroga al frente del gabinete están tocando a su fin y comienzan a llegar rumores ya confirmados de que el diputado sevillano Diego Martínez Barrio, jefe del partido de la Unión Republicana, presidente de las Cortes y Gran Oriente de la masonería, ha aceptado de manos de Azaña formar un Gobierno con el fin de enderezar la situación.

      Azaña se pone en contacto con el diputado Maura, uno de los jefes de la oposición conservadora, para pedir opinión sobre el nuevo Gobierno adelantándole que Largo Caballero, líder de los socialistas más exaltados y secretario general de la UGT no está por la labor de formar parte de este. Maura le comenta al presidente que sin Largo no hay nada que hacer, deseándole suerte en las futuras negociaciones. Mientras tanto, en la sede de Unión Republicana en Madrid, su líder, el diputado Diego Martínez, es despertado bruscamente


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