Espacios y emociones. Lorena Verzero
percibir y habitar el mundo (Massey, 2005; Lefebvre, 2013).
En el marco del proyecto grupal “Espacios e interacciones culturales: proyecciones latinoamericanas de la Geocrítica”,1 hacia septiembre de 2019 nos propusimos organizar un Coloquio que reuniera a estudiosos y estudiosas provenientes de distintos campos disciplinares que aportan a la reflexión en torno a los espacios humanos, las emociones y el rol que juegan las ficciones y las prácticas culturales en las sociedades latinoamericanas. Las invitaciones fueron enviadas y la elaboración del Coloquio estaba en marcha hasta que, a comienzos de 2020, la pandemia mundial de COVID 19 vino a cambiar los escenarios. Los repentinos cierres de frontera y las medidas relativas al aislamiento social que se fueron imponiendo en todos los países profundizaron las preguntas y las reflexiones en torno a la afectividad de los espacios, es decir, al componente emotivo de los mismos que da cuenta de la capacidad de los sujetos de afectar y ser afectados. El giro de los acontecimientos condujo a que, finalmente, el Coloquio Internacional ESPACIOS Y EMOCIONES: tránsitos, territorializaciones y fronteras en América Latina pudiera realizarse de forma virtual los días 21 y 22 de octubre de 2020, con el auspicio del Centro de Estudios de Literatura Comparada “M. T. Maiorana”, dependiente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Católica Argentina. La cita fue planteada en el horario de Buenos Aires, pero a la misma pudieron acudir los/as quince expositores/as –a través de Zoom– desde sus domicilios fijos o temporarios en Argentina, Chile, Estados Unidos, Italia y Alemania. Este libro da cuenta de las contribuciones de entonces, aunque solo en parte puede reproducir la riqueza de los debates suscitados en el intercambio con un público entusiasta compuesto por docentes, estudiantes e investigadores/as de diversos orígenes y comunidades académicas.
En el ámbito de los Estudios Literarios y de Semiótica, la revisión del espacio como categoría ficcional y signo cultural tiene como antecedentes medulares las nociones de cronotopo, de Mijaíl Bajtín y de semiosfera, de Iuri Lotman. En la estela amplia del “giro espacial” que caracteriza las lógicas globales del capitalismo tardío (Jameson, 2003), desde el comienzo del siglo XXI asistimos al auge de la Ecocrítica, que indaga acerca de los vínculos entre literatura y medio ambiente, la Geocrítica, que tiene por objeto de estudio la interacción entre los espacios ficcionales y los reales, y los Estudios Transárea y Transatlánticos, que exigen entender el espacio como estructura dinámica, siempre cambiante y en relación con diversos puntos de vista y perspectivas. Estas nuevas prácticas críticas asumen que el referente espacial y su representación son interdependientes e interactivos, pues todo espacio, desde que es representado, transita por el imaginario. Se trata de reconocer, en palabras de Bertrand Westphal, que “el espacio humano es emergencia constante” y está sometido a “un movimiento perpetuo de reterritorialización” (2015: 42).
Por su parte, el llamado “giro afectivo” ha puesto el acento en el rol que juegan las emociones en la vida pública y en los modos de abordar el pasado (Macón, 2013). La afectividad se presenta como un campo de emergencia del inconsciente, situado en una zona de indeterminación que precede y acompaña la expresión lingüística (Massumi, 2015). Revalorizados por su potencial emancipatorio, los afectos se asocian a cierta idea de autenticidad y juegan un rol fundamental en la vida política. Por otro lado, un enfoque crítico advierte que, en tanto prácticas sociales y culturales, las emociones pueden colaborar en lógicas opresivas y perversas que conducen, por ejemplo, a la discriminación y la falta de agencia en el plano político (Berlant, 2011; Ahmed, 2015). Vivimos en “sociedades afectivas” fuertemente influenciadas por los medios de comunicación masiva e internet, donde se evidencia un privilegio narcisista del yo y los géneros autobiográficos (Arfuch, 2018). En este contexto, el estudio de las emociones invita a repensar el rol de la corporalidad, los espacios y la materialidad de los objetos en las distintas expresiones de la vida social.
Espacios y emociones confluyen en los relatos culturales de la literatura, el cine, el teatro, la música, las artes visuales y el periodismo, que configuran verdaderas “geografías emocionales” (Davidson, Bondi y Smith, 2007) y ponen en escena desplazamientos, reterritorializaciones y pasajes por constantes fronteras físicas, políticas y simbólicas. Los mundos ficcionales tienen la capacidad de acercar al lector/espectador la experiencia de los otros y, de ese modo, contribuir a la superación de prejuicios y la descolonización de la mirada (Gnisci, 1998; Compagnon, 2012). Ahora bien, en un mundo saturado de ficciones, ¿tiene sentido seguir preguntándose acerca de lo real? (Costa, 2019). ¿Cómo articular en el análisis las esferas de lo social, lo corporal y lo discursivo? (Arfuch, 2015) ¿Cómo sería posible, en términos de Ana Peluffo, “convertir la invisibilidad cultural de las emociones en un espacio crítico de reflexión”? (2016: 14).
Las hipótesis y los interrogantes enunciados en las páginas que siguen trazan puentes entre la Literatura Comparada y la Semiótica, la Historia Cultural, la Filosofía, la Sociología y el Psicoanálisis, estableciendo asimismo lazos con nuevas áreas del saber como los Estudios de Animales, del Antropoceno, las Humanidades Digitales y la Plant Theory. Las dos primeras partes del libro incluyen trabajos que aportan a la consideración de los marcos epistemológicos desde donde es posible pensar los cruces entre espacios y emociones. La primera parte, “Derroteros teóricos: atmósfera, milieu, fronteras”, se inicia con la contribución de Laura Gherlone focalizada en el concepto de atmósfera, en torno al cual se advierte un campo de investigación vislumbrado por la semiótica de Lotman que hoy, a partir de desarrollos como los de Walter Mignolo, resulta un instrumento heurístico privilegiado para la reflexión sobre la llamada “opción decolonial”. En segundo lugar, el artículo de Patrick Eser pone en relación la noción de atmósfera con la de “milieu”, destacada por Erich Auerbach en Mímesis, para examinar la confluencia de ambas en la configuración del universo afectivo que presenta la novela El aire (1992), del argentino Sergio Chejfec. Cierra esta primera parte el texto de la conferencia dictada por Massimo Leone, estructurada en torno al rol que juegan hoy los rostros en tanto fronteras biológicas y culturales regidas por los algoritmos de la razón tecnológica, por un lado, y la realidad del rostro individual como lugar semiótico donde se manifiestan y operan las fronteras de edad, estados de salud, género, clase social y pertenencia política y religiosa, por otro.
La segunda parte del libro, titulada “Espacio, ficción y campos disciplinares”, nuclea tres trabajos que apelan, respectivamente, a los saberes y las prácticas del Psicoanálisis, la Filosofía y la Sociología. El artículo de Juan Manuel Rubio propone un recorrido que va de la escena típica del analizante escuchándose hablar frente al analista, en el ámbito del consultorio, y pasa luego por la hipótesis de lo inconsciente freudiano para arribar al espacio imaginario y la topología de las dit-mensions en el marco de la propuesta lacaniana. Por su parte, la contribución de Ivana Costa examina cuatro modelos de “realidad” que ejemplifican las ficciones literarias, muchas veces anticipándose al discurso filosófico. Para concluir esta parte, el trabajo de Rossana Scaricabarozzi analiza el espacio carismático como un fenómeno sociocultural e histórico complejo, que en Latinoamérica permite comprender el funcionamiento de liderazgos tan fuertes como los de Juan Domingo Perón o Ernesto “Che” Guevara.
La tercera parte reúne cinco trabajos que presentan, comparan e interpretan diversas “Cartografías emocionales de la literatura”. El primero de ellos es el texto de la conferencia dictada por Ana Peluffo, que hace relación a la “infancia robada” de los niños indígenas en el Perú del siglo XIX, tal como esto se manifiesta y problematiza en un cuento de Lastenia Larriva de Llona y otros escritos de la época. El segundo trabajo, de Maira Scordamaglia, aborda los relatos de viaje con destino latinoamericano de Antonio Tabucchi, donde se narra el encuentro con la otredad por parte de un sujeto europeo dispuesto a no caer en estereotipos a la hora de contemplar la arquitectura brasileña y degustar los sabores mexicanos, sin negar el poder traslaticio que ejerce sobre él la lectura apasionada de Borges. En el tercer artículo de esta parte, María José Punte confronta los textos fragmentarios, a caballo entre la crónica y el ensayo, escritos por la argentina María Negroni y las chilenas Cynthia Rimsky y Nona Fernández. En estas prosas autoficcionales advierte cómo la capacidad mnemónica de la escritura se potencia en el diálogo con las imágenes incluidas en ellas. A continuación, el trabajo de mi autoría explora los lazos conflictivos que se establecen entre la lengua natal y la representación del espacio en sendos libros de Edgardo Dobry y Lila Zemborain,