El debate fundacional: los orígenes de la historiografía chilena. Iván Jaksić
ningún punto de vista cambian el sentido de una frase o de una idea, puesto que junto con abogar por la fluidez de la lectura se quiso conservar el lenguaje —y el clima— de la época en el que se desarrolló el primer debate historiográfico de nuestra república.
Introducción
Iván Jaksić
El surgimiento de la historiografía en Chile obedece a una necesidad que tarde o temprano enfrentan las naciones: cómo comprender y asimilar su pasado, sobre todo en un contexto de quiebre imperial y guerra civil. Esto no ocurriría, o por lo menos no sería tan urgente, de no ser por posiciones que suelen ser encontradas con respecto al significado, por ejemplo, de la Independencia, o del carácter de las instituciones republicanas que se pretenden instalar. Chile no es una excepción, y por lo mismo es importante identificar los momentos clave en que se manifiesta un interés por la historia, como asimismo a quienes impulsan su cultivo.
En general se acepta que existe un debate fundacional: la famosa polémica historiográfica que protagonizaron Andrés Bello y José Victorino Lastarria, que tuvo lugar entre 1844 y 1848.1 El presente estudio destaca la importancia de tal debate, pero también busca contextualizarlo, puesto que existen manifestaciones más tempranas de interés por la historia, además de una compleja imbricación sin la cual es difícil comprender lo que está en juego en la polémica.
En este sentido, resulta indispensable referirse a la obra de Claudio Gay, Historia física y política de Chile. Este trabajo, que Rafael Sagredo denomina “la primera narración del pasado chileno elaborada en el período republicano”, fue publicado en 30 tomos entre los años 1844 y 1871.2 Por contrato celebrado el 14 de septiembre de 1830, y autorizado por el ministro Diego Portales, Gay se comprometía a recorrer el territorio de la república, “con el objeto de investigar la historia natural de Chile, su geografía, geología, estadística y todo aquello que contribuyera a dar a conocer los productos naturales del país, su industria, comercio y administración”.3 En la realización de esta obra Gay incluyó 8 tomos de una historia civil y política, que abarcaba desde los comienzos de la Conquista española hasta fines de la década de 1820. A pesar de no ser parte de su plan original, Gay redactó esta historia a instancias del gobierno de Joaquín Prieto, a través de su ministro Mariano Egaña, en 1838. Estos tomos revelaron de forma sistemática y documentada el pasado colonial de Chile y los primeros pasos de su vida independiente.4 En el prospecto, publicado el 29 de enero de 1841, Gay explicó que, “no obstante los atractivos que ofrece esta historia [la de Chile], los chilenos no pueden todavía lisonjearse de poseerla, porque las de [Alonso de] Ovalle y [Juan Ignacio] Molina y aun la del padre [José Javier] Guzmán no pueden de ningún modo satisfacer las necesidades de la época y a la ilustración del país: la primera es de sobrado antigua; la segunda compendia demasiado los hechos y no llega verdaderamente más que hasta el año 1665; y la tercera, aunque más moderna y más completa, solo puede servir para la instrucción de la juventud, que fue el único objeto que se propuso su digno y venerable autor al publicarla. Esta gran laguna nos ha sugerido la idea de añadir a nuestras publicaciones de Historia Natural y Geografía, una Historia Civil y Política de Chile”.5
Si bien se trataba de una obra encargada y financiada por el gobierno chileno, y de la cual se esperaba una orientación triunfalista, Gay logró introducir procedimientos metodológicos de las ciencias naturales, que dieron un carácter de rigor e imparcialidad a su narrativa histórica.6 Sin embargo, la recepción de los primeros capítulos del primer tomo, que llegó a Chile en agosto de 1844, no fue particularmente halagadora. Domingo Faustino Sarmiento, el intelectual argentino radicado por entonces en Chile, comentaría casi de inmediato que “en América necesitamos, menos que la compilación de los hechos, la explicación de causas y efectos”.7 Impactado por este y otros comentarios, Gay le diría a Manuel Montt:
Algunos diarios me reprochan el escribir más bien una crónica que una verdadera historia, añadiendo que no conozco bastante la filosofía de esta ciencia [la historia], para ser capaz de publicar una buena obra acerca de este tema. Sin duda, me gustan mucho como a ellos esas brillantes teorías engendradas por la escuela moderna, y con el ejemplo de esos prosélitos yo querría entrar en esas seductoras combinaciones espirituales que dan a los autores de esas obras la actitud de filósofos o grandes pensadores. Pero antes de ahondar en esta clase de materias, los señores periodistas debieran preguntarse si la bibliografía americana, y en particular la de Chile, ha avanzado bastante para suministrar los materiales necesarios para este gran cuadro de conjunto y de crítica… Siendo particularmente la historia una ciencia de hechos, vale mucho más, según mi opinión, contar concienzudamente esos hechos, tal como han ocurrido, y dejar al lector en completa libertad para sacar él mismo las conclusiones. No es aún ni útil para los países bien conocidos, y es de toda necesidad para los que como Chile están por conocerse.8
En otras palabras, las bases del debate estarían establecidas por la obra de Gay y su recepción en Chile, que giraría en torno a la interpretación del pasado, sus fuentes y sus fines.9 La Universidad de Chile, fundada en 1842 e inaugurada un año después, jugaría un papel central en la implementación de un modelo académico para este y otros campos del conocimiento.
La Universidad de Chile
La inauguración de la Universidad de Chile, en septiembre de 1843, representa un hito fundamental en el surgimiento de la historiografía chilena. Es con su instalación que se establecen los lineamientos, estatutos y propósitos que definirán el cultivo profesional del campo histórico en Chile. En el discurso inaugural de la Universidad, el rector Andrés Bello indicó al respecto:
Respetando como respeto las opiniones ajenas, y reservándome solo el derecho de discutirlas, confieso que tan poco propio me parecería para alimentar el entendimiento, para educarle y acostumbrarle a pensar por sí, el atenernos a las conclusiones morales y políticas de Herder, por ejemplo, sin el estudio de la historia antigua y moderna, como el adoptar los teoremas de Euclides sin el previo trabajo intelectual de la demostración. Yo miro, señores, a Herder como uno de los escritores que han servido más útilmente a la humanidad: él ha dado toda su dignidad a la historia, desenvolviendo en ella los designios de la Providencia y los destinos a que es llamada la especie humana sobre la Tierra. Pero el mismo Herder no se propuso suplantar el conocimiento de los hechos, sino ilustrarlos, explicarlos; ni se puede apreciar su doctrina, sino por medio de previos estudios históricos.10
La referencia a Herder es significativa. Sugiere, entre otras cosas, que Bello estaba al tanto de la creciente popularidad, entre los jóvenes, de la “filosofía de la historia”. La obra del pensador alemán, Ideen zur Philosophie der Geschichte der Menschheit (1784-91) [Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad], representa un hito en el desarrollo de la filosofía de la historia en Europa entre fines del siglo xviii y comienzos del xix.11 El libro era conocido en Chile a través de la traducción de Edgar Quinet, Idées sur la philosophie de l’histoire de l’humanité, publicada en París en 1827. De hecho, esta versión fue discutida en la sesión del 4 de abril de 1842 en la Sociedad Literaria, fundada por un grupo de profesores y estudiantes del Instituto Nacional. Bello mismo poseía una edición francesa (1834) de este libro.12 Lo que hacía Bello en la ocasión del discurso de instalación de la Universidad, aparte de identificar la filosofía de la historia de Herder como un ejemplo de lo que se podría, pero que aun no debía hacerse en Chile, era enfatizar la necesidad de establecer los hechos en un sentido documental. Sin un trabajo previo de recopilación documental y análisis crítico, resultaba innecesario y quizás hasta dañino el hacer filosofía de la historia.13 Bello estaba muy consciente de que Herder privilegiaba un concepto de humanidad basado en la cultura y el lenguaje, antes que en la formación del Estado. De hecho, Herder consideraba las “maquinarias estatales” como “monstruosidades inertes”. Para Bello esta concepción atentaba contra los esfuerzos del gobierno chileno por construir Estado y nación después de la Independencia.
Es precisamente por esta convicción que Bello acogió favorablemente, un año después del discurso de instalación, en 1844, la primera entrega de la obra de Claudio Gay, Historia física y política de Chile. Allí señalaría que “el prurito de filosofar es una cosa que va perjudicando mucho a la severidad de la historia; porque en ciertas materias el que dice filosofía,