El debate fundacional: los orígenes de la historiografía chilena. Iván Jaksić
historiográfica:
Si la exactitud y la diligencia son las prendas más esenciales de la historia, no podemos negar a la presente un mérito distinguido entre las que se han dado a luz en nuestro país, sea que consideremos el juicio con que el autor ha hecho uso de sus materiales, que a la verdad no eran escasos, o el celo con que se ha procurado documentos, al paso que raros y nuevos, preciosos por su auténtica originalidad. Con este auxilio, vemos ya rectificados o desmentidos algunos hechos, que pasaban por ciertos, y se nos dan pormenores desconocidos, pintorescos a veces, y siempre interesantes; porque apenas pueden dejar de serlo los relativos al nacimiento, a la historia, a los primeros pasos de la sociedad a que pertenecemos.15
A los términos “exactitud” y “diligencia” habría que agregar otros atributos que Bello señaló en el mismo artículo y que consideraba inherentes tanto a la historia como a la obra de Gay: “imparcialidad” y “verdad”; todos ellos constituían un polo opuesto a la “filosofía de la historia”.
Gay da cuenta del estrecho vínculo que tenía con Bello cuando se refiere a “las juiciosas insinuaciones del Araucano” (tal era la forma en que los contemporáneos se referían a la autoría de Bello) en el prólogo al primer tomo de Documentos anexos a la Historia, fechado el 1 de septiembre de 1846 y publicado el mismo año. Allí exhorta a la juventud chilena a concentrarse en la búsqueda de “documentos antiguos y auténticos”, insistiendo en que “solo por medio de esta especie de trabajos, perfectamente meditados y discutidos, se puede remontar a las altas ideas sociales y entrar con ventaja en la noble escuela filosófica, que conduce directamente a la historia de la humanidad”. También manifiesta una clara concordancia con las ideas de Bello cuando convoca al futuro historiador a que “se limite a referir con la sencillez de una sólida verdad los hechos tal como sucedieron, absteniéndose en cuanto le sea posible de todo comentario o explicación teórica, dejando casi que cada uno los interprete según su propia opinión”.16
Los comentarios de Bello apoyando la obra de Gay tienen un marco temporal preciso: la presentación de la primera memoria histórica en septiembre de 1844, tarea que Bello a título de rector le encomendó a su discípulo José Victorino Lastarria. Conviene, por lo tanto, identificar los primeros pronunciamientos de este último sobre la historia como disciplina. Según Lastarria, la primera manifestación pública del interés por la literatura nacional (que incluía la historia) se encontraba en la fundación de la Sociedad Literaria, el 5 de marzo de 1842, de la que fue su primer director. Este evento fue en verdad significativo, puesto que era expresión tanto del interés de los jóvenes por las letras como del clima político más distendido del primer período del gobierno de Manuel Bulnes (1841-1846). La prensa celebró la creación de la Sociedad, señalando que entre sus principales objetivos se encontraba “la composición y el estudio filosófico de la historia”.17
El discurso que pronunció Lastarria en la ocasión de su elección como director de la Sociedad, el 3 de mayo de 1842, fue descrito, también por él mismo décadas después (en su Recuerdos literarios), como la contrapartida intelectual del discurso inaugural de Bello en la Universidad de Chile. Allí se vislumbra su concepción de la historia:
La democracia, que es la libertad, no se legitima, no es útil, ni bienhechora sino cuando el pueblo ha llegado a su edad madura, y nosotros [no] somos todavía adultos. La fuerza que deberíamos haber empleado en llegar a la madurez, que es la ilustración, estuvo sometida tres siglos a satisfacer la codicia de una metrópoli atrasada y más tarde ocupada en destrozar cadenas, y en constituir un gobierno independiente. A nosotros toca volver atrás para llenar el vacío que dejaron nuestros padres y hacer más consistente su obra, para no dejar enemigos por vencer, y seguir con planta firme la senda que nos traza el siglo.18
Comentando este discurso, el exiliado argentino Vicente Fidel López no vaciló en señalar lo allí involucrado: “Se le ve [a Lastarria] poseído de la idea de que es una novedad fecunda… y que esta novedad es un resultado de la ley del progreso social, que ha hecho resaltar en la historia de la humanidad la ciencia nueva: esa ciencia, propiedad de nuestro siglo que se llama filosofía de la historia, y que consiste en ligar lo que es con lo que será”.19
La dirección que tomaba el pensamiento histórico de la Sociedad Literaria, inspirada en Herder, sería después desarrollada con mayor detalle, como destacó Norberto Pinilla en 1943, tanto por Lastarria como por Jacinto Chacón.20 Es decir, se instalaba en la primera mitad de la década de 1840, además de las perspectivas de Gay y de Bello, una concepción de la historia que privilegiaba aquellos puntos de inflexión que señalaban un camino de progreso hacia el futuro. Con posterioridad, Lastarria acusó el impacto del discurso inaugural de Bello, en particular sus referencias a la historia:
El discurso inaugural de la Universidad de Chile nos abismó a todos los partidarios de la nueva escuela, a pesar de las insinuaciones lisonjeras con que su autor parecía aprobar nuestros ensayos y tomar parte en nuestro movimiento de emancipación intelectual. El ilustre rector proclamaba, a nombre de la Universidad, doctrinas que venían a contrariar enérgicamente el efecto natural de esta evolución, el cual consistía en que la sociedad se emancipara de las preocupaciones que, como dogmas, dominaban en la vieja civilización colonial. El representante de la sabiduría entre nosotros ponía al frente de las nuevas esperanzas las tablas de la antigua ley. Su magisterio en aquellos momentos era una potencia que tomaba bajo su protección todas las tradiciones añejas que encadenaban el espíritu humano, cuya independencia queríamos nosotros conquistar.21
Lastarria recurría a Herder para enfatizar lo que la historia debía revelar: que la humanidad contaba con suficiente autonomía y estaba libre de la intervención divina, para avanzar hacia grados mayores de perfección y libertad. En esta última interpretación, la mera narración de los hechos impedía un juicio orientador sobre el desenvolvimiento histórico conducente a la libertad. Bello, por su parte, insistía en que Herder mismo no aprobaría una historia que no estuviese basada en la investigación empírica. De esa forma, surgía la dicotomía fundamental que caracterizaría el desarrollo historiográfico en Chile, en el sentido de cuál debía ser el papel de los hechos: si ellos constituían la base indispensable para desarrollar una filosofía de la historia, o si solo podían establecerse a partir de una teoría que los identificase como significativos para el futuro. También, y muy relevante para el contexto político de la década de 1840, se planteaba la pregunta de si la historia debía o no ser un agente de cambio cultural, político y social. Es en este marco que se generaría el debate historiográfico, en un ambiente ya recargado por la polémica en torno al reconocimiento de la Independencia por parte de España entre Bello y José Miguel Infante y por el juicio de imprenta en contra de Francisco Bilbao a raíz de la publicación de su ensayo “Sociabilidad chilena”.
Las gestiones para obtener el reconocimiento de la Independencia por parte de España habían sido impugnadas por José Miguel Infante.22 Si bien la iniciativa partió desde Madrid en 1834, el gobierno de Prieto la acogió, como asimismo Andrés Bello, entonces a cargo de las relaciones internacionales del país. Para Infante esto significaba un intento por “monarquizar” a Chile, o devolverle el poder colonial a España. Bello argumentó que el reconocimiento de la Independencia era un bien, puesto que ayudaría a que otros países europeos, que aún no reconocían a Chile, siguieran el ejemplo de España.23 La polémica continuó por varios años, hasta que el reconocimiento se concretó en 1844. Pero las asperezas de la polémica crisparon el ambiente y polarizaron las posiciones políticas, reviviendo los desgarros de la Independencia.
La querella contra Francisco Bilbao (1823-1865), a su vez, tuvo lugar tan solo tres meses antes del discurso de Lastarria. En ese momento, junio de 1844, Santiago presenció el juicio contra Bilbao por su ensayo “Sociabilidad chilena”, publicado en el periódico El Crepúsculo, en el que atacó la influencia de la Iglesia Católica en la sociedad chilena. Bastante se ha dicho y concluido en la historiografía nacional y extranjera sobre los cargos contra Bilbao como provenientes de una mentalidad católica y conservadora, pero estos consistían en violaciones específicas de la ley de imprenta de 1828, que contemplaba castigos penales por “blasfemia”, “inmoralidad”, “injuria” y “sedición”. El tribunal declaró culpable a Bilbao de los dos primeros cargos, pero lo absolvió del último, que era el más grave, y lo multó