El debate fundacional: los orígenes de la historiografía chilena. Iván Jaksić
una última palabra en el artículo titulado “Constituciones”, que apareció en febrero de 1848.48 Allí revela que un aspecto importante del debate iba más allá de la metodología histórica, es decir, giraba en torno al papel de las Constituciones en el establecimiento del orden político. Lastarria había argumentado en el Bosquejo que los primeros intentos de organización nacional no podían sino ser defectuosos, dado que los chilenos no habían logrado destruir los legados del pasado colonial. Como esto no había ocurrido hasta la fecha (la década de 1840), el mismo criterio podía aplicarse a la vigente Constitución de 1833, cuya reforma pedía Lastarria en el Congreso en 1849.49 Para Bello, la conclusión que por su parte extraía Chacón de la obra de Lastarria era errónea, en cuanto a que las Constituciones reflejaban fielmente el estado de avance cultural y político de una sociedad. Para el venezolano, las Constituciones eran más bien diseños mutables que podían, bien o mal, responder a los cambios inevitables de una sociedad. Además, para Bello, el cambio constitucional era menos urgente que la redacción de una nueva legislación civil, en cuya tarea se encontraba concentrado precisamente en ese momento, y que culminaría en el Código Civil aprobado por el Congreso en 1855.
Las discusiones en torno a la historia continuarían por muchos años más. Es obvio que Lastarria y Chacón seguían una tradición historiográfica arraigada en los escritos de Voltaire, Mably y Raynal, que transmitían el propósito de la Ilustración de destruir la ignorancia y la superstición para instaurar la razón.50 La historia tenía una tarea que cumplir, y en el contexto de Chile, esta tarea consistía en la eliminación del legado colonial español. Bello, por su parte, conocía bien esta tradición filosófica y además estaba familiarizado con la escuela romántica francesa desde su estadía en Europa. Si bien esta última también tenía un sesgo y se basaba en supuestos filosóficos, ella se preocupaba de la búsqueda de claves para el desarrollo de las tradiciones nacionales y, por lo tanto, se interesaba más centralmente en la validez de las fuentes históricas.51 Como señaló Ricardo Krebs, Bello pudo también estar al tanto de la polémica entre Leopold von Ranke y Heinrich Leo en torno a la historia filosófica y documental. Lo cierto es que conocía a Ranke y estaba muy familiarizado con el problema metodológico central de la historiografía europea decimonónica.52
El legado
Los historiadores chilenos que se formaron al calor del debate, y los posteriores, demostraron que la disciplina podía recibir una fuerte influencia de escuelas filosóficas e incluso de intereses políticos. Sin embargo, se inclinaban cada vez más por privilegiar el uso de la evidencia documental, quizás en paralelo con la tradición legal escrita establecida a mediados de siglo. Un sector considerable de la intelectualidad chilena provenía del ámbito del derecho. Para ellos, el lenguaje de los hechos “tal como ocurrieron”, y los procedimientos para determinarlos, era bastante familiar. La evolución misma del derecho nacional transitaba entonces hacia una legislación civil republicana. Es decir, se eliminaban del derecho civil los elementos estamentarios y propios de la monarquía imperial, sin por ello abandonar el análisis de la tradición histórica con bases en el derecho romano. Así, confluyen en el Chile de la época del debate tanto el positivismo jurídico como el énfasis metodológico histórico en torno a la determinación de los hechos. Quedaba lugar para la interpretación, pero esta debía basarse en documentos susceptibles de escrutinio histórico crítico.
Andrés Bello, quien trabajaba simultáneamente en la redacción del Código civil, logró establecer la identificación y ponderación de los hechos como el objeto central de la historia. Dos de sus discípulos, Miguel Luis Amunátegui y Diego Barros Arana, continuaron sus ideas por el resto del siglo, y aun más allá, como también lo hicieron Crescente Errázuriz y José Toribio Medina.53 Bello logró también que la Universidad de Chile se constituyera en un centro de investigación y difusión histórica. La institución había sido establecida para supervisar todos los ramos de la educación, formar profesionales en varios campos del saber y crear un sentido de identidad nacional a través del cultivo de una investigación histórica imparcial. Bello estaba convencido de que una institución estatal podía y debía trascender los intereses políticos sectarios.
En los debates con Jacinto Chacón y José Victorino Lastarria, Bello defendió una historia políticamente neutral y fuertemente orientada hacia la investigación, y por eso reaccionó ante la idea de una disciplina que sirviera a propósitos políticos, por muy ilustrados que estos fuesen. Bello criticó en particular el que la historia se utilizara para justificar el quiebre con el pasado hispánico. Tal pasado podía analizarse e incluso condenarse, pero no sería historia sin el apoyo documental que los partidarios de la “filosofía de la historia” consideraban como de importancia secundaria. Su preocupación surgía del temor a que la falta de cuidado por la evidencia derivase en interpretaciones ideológicas, y sobre todo revolucionarias, que prolongaran el conflicto civil precipitado por la Independencia. La separación de la investigación y la política, pero aun más importante, el esfuerzo por evitar la politización del pasado, fue el propósito central de Bello al inaugurar la tradición histórica chilena.
Con todo, sería exagerado describir el resultado del debate en términos de ganadores y perdedores. Los historiadores chilenos siguieron una ruta que más bien combinaba la investigación empírica con la subjetividad personal o política, en lugar de separarlas tajantemente. El contenido de las memorias históricas (véase el listado en el Anexo), presentadas ante la Universidad de Chile, ilustra muy bien cómo hasta finales del siglo xix los historiadores siguieron utilizando la historia para una variedad de fines no necesariamente empíricos.54
Benjamín Vicuña Mackenna es un ejemplo emblemático del historiador decimonónico cuya obra obedecía a múltiples intereses, que en su caso incluían un fuerte rechazo a la concentración del poder, como también a la “barbarie” que veía como un gran obstáculo para la construcción de la nación. Sin embargo, al mismo tiempo hacía alarde de su investigación empírica. Como sostiene Manuel Vicuña, “Vicuña Mackenna ha resultado una víctima de sí mismo: ayudó a fijar los parámetros de evaluación del trabajo historiográfico en virtud de los cuales, poco a poco, se le iría expulsando de la ciudadela interior de la historiografía chilena, a la par que esta elevaba sus pretensiones de cientificidad y devaluaba, en el mercado de los productos académicos, las narraciones tributarias de un código estético romántico”.55 Su joven amigo Gonzalo Bulnes, de hecho, consideraba que la obra de Vicuña Mackenna, por extraordinaria que fuese, no era suficientemente rigurosa, dado que giraba en torno a “la visión de los hombres” y descansaba en particular en la correspondencia privada. Además, sus últimas obras “fueron escritas al correr de la pluma”. Bulnes, por su parte, escribió pocas obras, pero de una gran densidad documental. Como ha señalado Juan Luis Ossa Santa Cruz, su metodología empírica, “sobre los hechos y los hombres tales como fueron”, no excluía un fuerte énfasis patriótico y particularmente castrense. Su obra Historia de la campaña del Perú en 1838, en la que buscaba demostrar que Chile no tenía afanes de expansión territorial, lo llevarían a ser considerado como “uno de los exponentes más serios de la corriente historiográfica nacionalista”.56
El debate que surgió a partir de las perspectivas histórico-filosóficas de Bello y Lastarria, al que se sumó Jacinto Chacón, fue central para el desarrollo de la historiografía nacional. No obstante, es importante introducir algunas cualificaciones. Domingo Amunátegui Solar, en un sugerente título publicado en 1939, anunciaba que “Don Andrés Bello enseña a los chilenos a narrar la historia nacional”, significando con ello el triunfo del caraqueño en el debate fundacional.57 En esta línea, Guillermo Feliú Cruz sostuvo en 1965 que en materias históricas, “el pensamiento de Bello quedó imperando sin contrapeso y trazó el destino de la historiografía nacional”.58 En realidad, lo que hizo Bello fue instalar una serie de procedimientos de revisión, crítica e incentivos que, en su conjunto, generaron una sucesión de obras de carácter histórico. Sería quizás más adecuado llamar a este fenómeno una “profesionalización” del campo histórico. Pero se trata de una profesionalización incompleta, ya que los historiadores chilenos siguieron aplicando criterios de índole política —y a veces personal— tanto en la elección de temas, como en la redacción de sus obras.59 Lo que resultaba insoslayable, y que con el tiempo daría curso a una historia cada vez mejor documentada, es que con mayor o menor convicción, los