El debate fundacional: los orígenes de la historiografía chilena. Iván Jaksić

El debate fundacional: los orígenes de la historiografía chilena - Iván Jaksić


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a toda ciencia. La historia pues es la ciencia de las leyes que rigen los destinos de la humanidad y por esto es que recoge los hechos humanos y se apoya en ellos; por esto es que en su dominio entran todos los hechos que son propios del pensamiento del hombre. Esto es lo que importa no olvidar porque de otro modo, la historia es un amontonamiento de hechos casuales, siendo así que la historia, que no es otra cosa que el sistema con que se desarrolla la civilización, lejos de ser casual tiene sus leyes infalibles: leyes por cuya virtud es sistema o ciencia que es lo mismo. He aquí el carácter científico de la historia; desprovista de él, para nada sirve porque los hechos por sí nada explican; para ver lo que importan, es preciso arrimarlos a la luz de la inducción; y ligarlos, haciendo pasar del uno al otro el vínculo de la deducción. He aquí por qué es que la filosofía aplicada a los hechos humanos, produce una ciencia: la filosofía de la historia, o la Historia propiamente dicha. Vico la llamó con mucho acierto la Ciencia Nueva porque efectivamente es la última que ha debido aparecer entre todas las demás. Era necesario para que ella se levantara, que se hubiera producido la porción de hechos que constituyen todas las otras; que estas hubieran establecido los datos necesarios para comprender la cadena y la unidad de la civilización; para crear sobre esa unidad la ciencia histórica. He aquí por qué es nueva. Cualquiera otro modo con que se entre a estudiar los hechos humanos será un modo equivocado y que no dará los resultados a que es necesario aspirar en el siglo en que vivimos.

      Para nosotros es de toda importancia, que antes de proceder, se penetre el gobierno del espíritu con que debe estudiarse la historia. Este espíritu, a nuestro modo de ver, consiste en que los hechos no sean considerados sino como un texto que se trata de interpretar por los consejos de la filosofía para deducir las leyes y las tendencias de la humanidad. La historia tiene una unidad científica que corresponde a la unidad personal de la humanidad. La humanidad es homogénea, las épocas de su vida están engastadas unas en otras, los individuos que son los miembros que la constituyen están engastados en esas épocas; luego hay cierto vínculo central que liga todas estas partes y las somete a la influencia de su código. Lo hay; ese vínculo es la ley eterna del progreso; ese código es la civilización y la ciencia que lo interpreta y lo enseña, es la historia propiamente tal o la filosofía de la historia.

      Desgraciadamente (según se nos ha informado) el plan que el gobierno se propone seguir para adjudicar el premio proyectado de historia, es el más incapaz de hacer que este estudio tome el alto carácter, que según lo anterior, tiene; y dé los resultados de que antes hemos hablado. Se piensa en hacer un programa que contenga solución a los hechos, es decir, que determine únicamente lo sucedido sin pasar a investigar la ley que rigió. La historia quedará reducida así a la biografía y a la crónica. Si se tratara de iniciar en este estudio a niños, nada más acertado, pues que es preciso empezar para ponerlos al cabo de los datos con que cuenta la ciencia que se va a enseñar. Mas, cuando se trata de premiar capacidades, es un absurdo despojar a la ciencia, a cuyo premio aspiran, de aquello cabalmente que pueda establecer diferencia entre los candidatos; es decir, de la mayor o menor sagacidad para comprender las abstracciones que resultan de los hechos; y que son las leyes estables que los dirigen y que los relacionan con la vida actual. La biografía y la crónica no son más que una nómina de hombres y de hechos, simplemente, y lo que importa saber es la ley universal de la humanidad y las ramificaciones de esa ley que pesan como la atmósfera sobre la cabeza de todos los pueblos.

      Además de esto, un programa con indicaciones parciales a las cuales deben venir a sujetarse verbalmente los candidatos para el premio es un contrasentido. Porque, ¿qué es lo que se trata de alcanzar? ¿Introducir el amor de los estudios históricos? ¿Descubrir una capacidad digna de dirigirlos y prepararlos? Bien; pues entonces es necesario tomar otro camino. Es necesario, o que no haya programa, o que el programa abrace cuanto hay de importante en el estudio de la historia; semejante programa es imposible de trazar. En nuestro concepto el programa debería reducirse a dos palabras, como lo hacen las academias europeas. “Tal premio al que presente el mejor trabajo sobre tal cosa”. Escójase si se quiere una época dada, un país, un hecho, pero déjese en plena libertad para producir lo que se conciba. El método adoptado tiene una inmensa desventaja, a saber: que reduce a la mediocridad una prueba en que no debería premiarse sino a la originalidad y al saber. ¿Qué saber se prueba con responder a los puntos marcados de un programa? Ninguno. Mientras que explicando originalmente un problema, una época, una nación, se da una prueba inequívoca de capacidad, y una prueba digna de tomarse en consideración. Lo que se trata de premiar es una capacidad; pues es un error quitar a esa capacidad lo único que pueda constituirla tal, que es su originalidad y sus estudios propios; porque es preciso considerar que un programa como el que se proyecta quita toda la importancia y el mérito que debía tener la prueba pedida, pues somete de antemano a dar resultados vulgares al talento del candidato; es decir, le quita aquello cabalmente que lo constituye capacidad. Según esta teoría el premio no debería adjudicarse sino a los autores del programa, porque ellos son efectivamente los que en la materia y el momento dado han producido el trabajo de verdadero mérito, en cuanto a la meditación y al plan. Los demás trabajos van a ser solo un reflejo de aquel. ¿Qué importancia podrán tener? Y si de lo que se trata es de encontrar profesores; profesen ellos. Por este medio tampoco se consigue introducir un buen sistema para estudiar la historia; este buen sistema debe salir de la cabeza de un profesor y no de la emulación ocasionada por las ofertas de dar un premio.

      Claro es que el único medio que queda al gobierno de adjudicar con acierto su premio es dejar en plena libertad a las capacidades que aspiren a él y que no sea la prueba su examen verbal, sino un trabajo meditado profundo presentado a un tribunal competente por escrito; porque las formas del estilo son indispensables en un profesor de historia. La historia no se puede explicar de palabras, ni contestando a preguntas parciales; la historia es un sistema que para ser bien expuesta necesita de la meditación, del recogimiento y de independencia en la dialéctica que ha de ligar los hechos y les ha de dar el carácter de unidad científica que deben tener. El diálogo entre los examinadores y examinados rompe esta dialéctica. En las ciencias es imposible improvisar con acierto.

      Presentamos pues a la consideración del gobierno o personas encargadas por este, estas consideraciones, quizás mal desenvueltas y no presentadas con toda la evidencia que habríamos deseado darles, para que las sometan a un buen examen, seguros de que serán llevados a varios el plan proyectado, y a adoptar otro, que dejando más amplia libertad a la producción, dé algo digno del siglo en que estamos y de las luces que se hacen sentir por todas partes en la república.

      V. DISCURSO PRONUNCIADO EN LA INSTALACIÓN DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE62

      Andrés Bello

      17 de septiembre de 1843

      La universidad fomentará no solo el estudio de las lenguas, sino de las literaturas extranjeras. Pero no sé si me engaño. La opinión de aquellos que creen que debemos recibir los resultados sintéticos de la Ilustración europea, dispensándonos del examen de sus títulos, dispensándonos del proceder analítico, único medio de adquirir verdaderos conocimientos, no encontrará muchos sufragios en la universidad. Respetando, como respeto las opiniones ajenas, y reservándome solo el derecho de discutirlas, confieso que tan poco propio me parecería para alimentar el entendimiento, para educarle y acostumbrarle a pensar por sí, el atenernos a las conclusiones morales y políticas de [Johann Gottlieb] Herder, por ejemplo, sin el estudio de la historia antigua y moderna, como el adoptar los teoremas de Euclides sin el previo trabajo intelectual de la demostración. Yo miro, señores, a Herder como uno de los escritores que han servido más útilmente a la humanidad: él ha dado toda su dignidad a la historia, desenvolviendo en ella los designios de la Providencia y los destinos a que es llamada la especie humana sobre la Tierra. Pero el mismo Herder no se propuso suplantar el conocimiento de los hechos, sino ilustrarlos, explicarlos; ni se puede apreciar su doctrina, sino por medio de previos estudios históricos. Sustituir a ellos deducciones y fórmulas, sería presentar a la juventud un esqueleto en vez de un traslado vivo del hombre social; sería darle una colección de aforismos en vez de poner a su vista el panorama móvil, instructivo, pintoresco, de las instituciones, de las costumbres, de las revoluciones, de los grandes pueblos y de los grandes hombres; sería quitar al moralista y al político las convicciones profundas, que solo pueden nacer del conocimiento de los hechos;


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