Nada Sobra, Carlos Ingham. Red de alimentos
era sencillo y terminó siendo una odisea, como cruzar el desierto.
Fueron muchos años de contactar y golpear puertas para explicar la necesidad e importancia de concretar una iniciativa como esta. No fue fácil, sobre todo tratar de entender lo inentendible, porque ver a miles de personas sufriendo hambre y malnutrición mientras se destruían y desperdiciaban miles de toneladas de alimentos, no tenía ningún sentido.
Pero el problema era mayor, porque esta práctica estaba entreverada en la reglamentación tributaria. Por eso fueron años y años de conversaciones y tratativas para dar el primer paso: lograr que el Servicio de Impuestos Internos acogiera la idea de que los alimentos por destruir se entregaran a organizaciones sociales sin fines de lucro, sin que eso fuese considerado gasto rechazado. Este importante paso demoró casi siete años.
Recién entonces pudimos crear la Red de Alimentos, una corporación sin fines de lucro, con un horizonte claro: ser la alternativa sostenible a la destrucción de bienes que pueden ser usados o consumidos por personas que los necesitan. En eso hemos trabajado los últimos diez años con mucho esfuerzo y dedicación, desarrollando un modelo sostenible de triple impacto: social, medioambiental y económico.
Hoy me llena de orgullo mirar lo logrado en esta década: hemos rescatado más de cuarenta millones de kilos de alimentos y más de cuatro millones de unidades de artículos de higiene personal, de aseo y pañales, beneficiando a cientos de miles de personas. Asimismo, contribuimos a la lucha contra el cambio climático evitando la emisión de más de 90.000 toneladas de CO2.
Nada de esto sería posible sin la convicción, el apoyo y el compromiso de centenares de personas y empresas que han hecho su aporte para construir esta gran red de solidaridad. Por eso, con este libro queremos hacer memoria y recordar el camino recorrido desde el primer día.
Quiero agradecer a todos quienes me han acompañado en esta odisea. A quienes confiaron en este proyecto desde el comienzo, a los que se fueron sumando en el camino, a los que ayudaron de forma desinteresada, sin esperar nada a cambio, a los que nos dieron una palabra de aliento en los momentos más difíciles, a los que nos impulsaron a crecer y a tantos otros que han sido partícipes de esta maravillosa historia.
Gracias también a todos quienes aportan a que la Red siga funcionando día a día y enfrentando los nuevos desafíos: gracias a los trabajadores por su dedicada labor diaria; gracias a las 245 empresas socias y contribuyentes por su valioso aporte y por creer en nuestra causa; gracias a las organizaciones sociales por permitirnos llegar de forma directa a miles de personas desde Arica a Punta Arenas; gracias a las autoridades –de diversos colores e ideologías– que han ayudado a impulsar políticas públicas y regulaciones para combatir el desperdicio de alimentos y productos de primera necesidad; y gracias a todas las personas que, de forma anónima, aportan su granito de arena a nuestra institución.
A todos, simplemente ¡gracias!
Carlos Ingham
Fundador y presidente Red de Alimentos
Santiago, septiembre de 2020
Prólogo
En la historia de la humanidad, hombres y mujeres han realizado grandes obras que han trascendido hasta el día de hoy. Sin embargo, para que este legado lo recordemos en la actualidad, tuvieron que pasar numerosas etapas antes de que pudieran concretar y ver los frutos de sus iniciativas. Lo primero fue encontrar una causa que los hiciera soñar y que de ella surgiera una idea a desarrollar. Muchas de estas causas nacieron del dolor ante un sufrimiento que parecía difícil de superar.
Esta etapa inicial a veces queda en un simple sueño y no se logra dar el primer paso para embarcarse en un nuevo proyecto. Los capaces de sortear esta primera valla son pocos y después deben enfrentarse a diversos obstáculos: negativas, cierre de puertas, falta de apoyo, frustraciones, entre otros factores. Eso hace que finalmente muchos desistan de sus sueños en el camino. A su vez, también hay personas que persisten y, generalmente, lo hacen junto a otras que comparten el mismo ideal y están dispuestas a sumarse al desafío. Caen y se desaniman, pero se vuelven a levantar con más fuerza para seguir intentándolo y así lograr su cometido. Esto se realiza de manera colectiva, y cada integrante del grupo asume las tareas que corresponden a sus capacidades particulares. Así es como se forjan los legados y este libro es el fiel reflejo de ello.
Hace diecisiete años surgió la idea de crear el primer banco de alimentos en Chile. Esta iniciativa se fundamenta en una causa potente: rescatar alimentos para distribuirlos entre los más vulnerables del país. Más específicamente aún, la idea era contribuir al combate contra el hambre y la malnutrición que afectaba –y sigue afectando– a miles de personas día a día. Por más que hoy parezca un proyecto muy loable, trascendente y de gran impacto social, en su momento parecía imposible de concretar por diversos motivos. Fue un largo camino con muchos obstáculos, pero también con importantes aliados que le fueron dando cuerpo y realidad. Algunos no lo veían plausible por el sistema y el marco regulatorio, mientras que otros mostraban su incredulidad frente a la causa: “¿Hay hambre en Chile?”, preguntaban. Sin embargo, la perseverancia y el contacto con la realidad de la pobreza más extrema no dejaron de motivar y movilizar a quienes se involucraron en este sueño.
Para 2003, Chile llevaba trece años desde que había recuperado la democracia. La década del noventa había sido el decenio más exitoso de la historia del país. Esto lo demuestran todos los indicadores económicos, como el aumento del ingreso per cápita y la disminución de la pobreza. Así fue como nos autodenominamos “los jaguares de América Latina”. La vanidad es siempre una mala consejera, ya que impide ver la realidad en su integridad y solo se centra en fragmentos de ella.
Este apodo surgió de la elite empresarial que veía con gran optimismo el boom económico y lo comparaba con el de los cuatro tigres asiáticos –Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur–, los que se encontraban en una etapa de gran crecimiento e industrialización. Embriagados por el éxito de las macrocifras y los promedios, las prioridades eran otras y así surgían este tipo de comparaciones que nos ilusionaban en transformarnos en un país desarrollado, algo inédito en la historia sudamericana.
Efectivamente, habíamos pasado de tener un 38,6% de personas que vivían en situación de pobreza en 1990 a un 18,7% en 2003. Fue un tremendo avance que logramos entre todos como país y que fuimos mejorando año tras año. Pero cerca de un quinto de la población aún vivía bajo el umbral de la pobreza. Y quienes se encuentran en esta situación no solamente tienen un pequeño monto de dinero para vivir –o sobrevivir–, sino que también están expuestos al hambre, la malnutrición, a un acceso limitado a servicios básicos y a la falta de una vivienda digna, entre otros flagelos.
Ese “quinto de la población” no era un simple número, no era una mera estadística. Eran miles de personas, sus familias y sus comunidades, que sufrían y estaban a la espera de que este país pujante, este jaguar de América Latina, les diera una oportunidad para salir de la pobreza. Algunos lo lograron, pero muchos otros siguen aguardando. De la misma forma, hoy, persisten quienes creen que en Chile no hay hambre.
Por eso fue tan importante la perseverancia y el compromiso para concretar el sueño de crear el primer banco de alimentos en nuestro país. Un modelo que existe desde los años sesenta en Estados Unidos y que se fue extendiendo por todo el mundo, pero que en Chile recién comenzó a funcionar en 2010. Ha pasado una década y las siguientes páginas son el testimonio del gran trabajo y avance realizado por la Red de Alimentos.
El hambre y la malnutrición son problemas de los cuales tenemos que seguir haciéndonos cargo de forma sistemática. El contexto de la pandemia sirvió para visibilizar con mayor fuerza la realidad de las ollas comunes y comedores sociales, que empezaron a proliferar con la crisis sanitaria y económica que azota al país. No obstante, su existencia venía desde mucho tiempo atrás. Por lo mismo, la labor que cumple esta corporación es fundamental. Y no solo por la causa que la sostiene, sino también por su capacidad de tender amplias redes entre las comunidades, sus organizaciones sociales y las empresas privadas.
En este sentido, Chile hoy posee un importante músculo que ha desarrollado con los años. Se trata de