Marginales y marginados. Gastón Soublette
de un modo inexplicable conforme a las leyes naturales. Lo que él llamaba milagros eran hechos concretos capaces de conmover al mundo entero por su trascendencia social, fruto del carisma personal de un hombre de gran espíritu y virtud. Entre esos milagros estaba la independencia de la India del dominio británico, lograda mediante una campaña no violenta de desobediencia civil y deserción, basada en la sola fuerza de la verdad, con respeto del adversario, sin agresividad ni odio, ni atentados contra la vida ni la propiedad de nadie.
Otro de los milagros era el hecho de haber evitado una guerra civil entre hindúes y musulmanes, lo cual hizo mediante un ayuno penitencial sujeto a la condición de ser mortal si el conflicto no llegaba a una solución pacífica.
En esa conferencia, Lanza del Vasto se presentó ante su público vestido con un traje formado por tres piezas, una especie de chaqueta o casulla corta sin botones, una camisa blanca de cuello ancho y un pantalón amplio, ambos tejidos a telar. De su cuello colgaba una cruz pequeña de madera y calzaba unas sandalias artesanales. Para andar por las calles ponía sobre sus hombros una capa o manto de lana blanca, con el cual cubría su cuerpo hasta más abajo de la cintura.
Era un hombre alto, de porte majestuoso e imponente, de una rara distinción que me atrevo a calificar de aristocrática. Más que un príncipe, un emperador.
En esa oportunidad, nos habló también de la comunidad que había fundado en un campo al sur de Francia y explicó que su atuendo era el hábito que todos sus miembros llevaban. Dijo que la comunidad se llamaba El Arca, y que su organización seguía el modelo laboral fundado por su maestro, el Mahatma Gandhi, que procuraba independizarse completamente del tipo de sociedad creado por la civilización imperante en el mundo. De modo que lo que se comía era lo que sus miembros cultivaban en su tierra, y lo que vestían era lo que ellos hilaban y tejían. Lo mismo dijo respecto de sus viviendas, diseñadas y construidas por los mismos compagnons.
Mi padre, que era muy aficionado a la historia, cuando lo vio me dijo de inmediato que este sujeto era un hombre de la alta nobleza europea y que sería interesante saber quiénes fueron sus antepasados. El anuncio periodístico de sus conferencias decía que descendía de una noble familia siciliana, y que entre sus parientes lejanos figuraba ese famoso doctor de la Iglesia llamado Tomás de Aquino.
Más tarde cuando logré conversar con él en la intimidad, le pregunté de quién descendía, de qué familia siciliana eran sus ancestros, a lo cual respondió que descendía del fundador de la mafia siciliana.
Al ver la expresión de estupor con que recibí su respuesta, sonrió y me dijo que yo ignoraba quién era esa persona, la cual estaba lejos de ser ese tal Corleone, miembro tardío de esa cofradía de malhechores. Entonces me aclaró que la mafia siciliana fue fundada por un emperador germánico de la dinastía de los Hohenstaufen en el siglo XIII, porque los soberanos de ese linaje imperial se pelearon con el Papa por los nombramientos de los obispos que los emperadores alemanes sostenían debían ser designados por ellos, no por el Papa. Y como esta querella tenía un evidente trasfondo político, se fue enconando hasta transformarse en un conflicto frontal entre el imperio y el papado, razón por la cual uno de esos emperadores —Federico II, quien además era rey de Sicilia—, formó un ejército para dominar Italia y sitiar Roma avanzando desde el sur y conquistando gradualmente ciudades y campos.
El Papa lo excomulgó, como había hecho con otros antecesores, y como tan grave sanción inhabilitaba a los soberanos para seguir reinando —y sus colaboradores y servidores le retiraban su adhesión—, este Federico II Hohenstaufen solo pudo conservar su reino de Sicilia. Al no poder contar con la lealtad de su gente, pactó con los islámicos y formó un temible ejército de moros dispuestos a todo. Como el papado de esos tiempos no era un modelo de moral cristiana, este conflicto dividió a la población de Italia en los así llamados güelfos y gibelinos, es decir, partidarios del Papa y del emperador Federico, respectivamente. Por eso, este pudo enrolar en sus huestes a muchos hombres de armas italianos quienes, dada la corrupción que el conflicto generó en la sociedad, fueron mercenarios tan temibles y eficientes como los famosos landkechts alemanes. Esos guerreros, por cuyas venas corría aún la sangre de las legiones romanas, fueron conocidos por el apelativo de condottieri. Expertos en las artes bélicas, capaces de ponerse al servicio de cualquier causa con tal que la paga fuera lo suficientemente beneficiosa según sus expectativas, esos son los antepasados de la mafia cuyo centro de operaciones más célebre siempre ha sido Sicilia.
Lanza del Vasto me dijo que ese emperador alemán era su abuelo, lo cual era notorio por su imponente porte. Su apellido, que es el de una noble familia de Sicilia, era el que llevaba una dama del siglo XIII que fue amante del emperador, y de quien tuvo un hijo que fue legitimado in articulo mortis con el título de príncipe. De modo que el verdadero apellido de este sabio peregrino era Hohenstaufen. Pero él se lo cambió, tomando el de la dama Lanza del Vasto, de Sicilia. Y lo hizo, según su propia confesión, porque ese tal Federico II era uno de los más grandes bandidos de la historia de Europa, a quien el propio Adolf Hitler consideraba el primer nazi de la historia.
Y curiosamente los nazis, al saber de la existencia de este hombre descendiente del emperador Federico II, lo invitaron a Alemania y fue recibido por altos miembros de la Wehrmacht (fuerzas armadas), todos vástagos de la aristocracia militar de ese país, con el objeto de convencerlo de sumarse a la causa de la Alemania nacional socialista. Entiendo que él concurrió a esa invitación más por curiosidad, porque ya había decidido sumarse a la causa de la liberación de la India, por el mensaje del Mahatma Gandhi.
Fue entonces que Lanza del Vasto decidió transformarse en un peregrino, y su primera hazaña como tal fue irse a la India a pie desde París, sin dinero, con un morral y un báculo, a la buena de Dios. Descendió hacia el sur, pasó por el norte de Italia a Croacia, de ahí a Turquía, y por el poniente entró en la India, por el territorio que corresponde al antiguo principado de Kutch. Me contó que en alguna parte había una guerra y él pasó por lugares en que se combatía hasta con artillería y tanques.
En los países islámicos fue bien recibido y albergado, entre otras razones, porque ahí se practica mucho la virtud de la hospitalidad. Además, cuando le preguntaban por qué se atrevía a peregrinar desprovisto de todo recurso material, él respondía, “Alá provee”, y esa respuesta los dejaba contentos y suscitaba admiración.
En la India fue recibido por el Mahatma Gandhi, de quien recibió grandes enseñanzas del ámbito de la espiritualidad, la sabiduría y la forma de vivir en comunidades autónomas que procuraban independizarse de ese modelo de civilización. Aunque no permaneció solamente en la comunidad gandhiana, porque el plan de viaje que se había propuesto realizar terminaba en el nacimiento del río Ganges.
Entre las enseñanzas que recibió de Gandhi hubo una que no olvidaría: le dijo al Mahatma que cuando volviera a Europa iba a fundar una comunidad semejante a la suya, a lo que este le respondió: “¿Acaso has sido llamado para hacerlo? Si esa decisión solo viene de ti, sin que te hayas preguntado antes si es o no la voluntad de Dios, tu obra no podrá llevarse a cabo”. Respuesta que lo confundió y avergonzó.
De vuelta en Europa, Lanza del Vasto se dio a conocer rápidamente por haberle pedido ayuda espiritual a Gandhi. Entonces oró y pidió a Dios que esta afluencia tan numerosa de gente hacia él fuese el signo favorable para realizar su proyecto de fundar una comunidad laboral con fundamento espiritual basado en el modelo del ashram de Gandhi. En esa época se dedicó también a dictar conferencias sobre sus temas favoritos, que empezaban con una fuerte crítica al modelo de civilización vigente y a la necesidad de comenzar a vivir según otros patrones de pensamiento y de conducta.
Otra de las enseñanzas que recibió de Gandhi se refiere al cultivo personal, lo que después él llamó un “voto de purificación”, el cual consistía en fundamentar la vida personal en tres principios: el conocimiento de sí mismo, el dominio de sí mismo y el don de sí mismo a los demás.
En lo que se refiere a la no violencia y la fuerza de la verdad, la enseñanza gandhiana recomendaba —partiendo de la base de que se vive en un mundo violento e injusto— contribuir a solucionar los conflictos que crean la violencia y la iniquidad, en el supuesto de que el explotador no es un enemigo, sino un hermano que se equivoca y que el deber de todo hombre