Marginales y marginados. Gastón Soublette
departamento de la avenida Víctor Hugo. También dimos algunos recitales en diversos escenarios. Los de más alto nivel se realizaron, a saber: el primero en la Salle Pleyel, que incluyó a Chaterelle y a una cantante argentina discípula suya —y miembro de la comunidad de El Arca— llamada Clara Cortázar; y el segundo en el gran auditorio de la Radiotelevisión Francesa (ORTF), que incorporó a un tenor francés de nombre Bernard Lamy —experto en música medieval— y a un ejecutante de viola de gamba. Para esa ocasión hice instalar un positive organ en el escenario, tras el cual se colocó —a pedido mío— un tapiz auténtico del siglo XV, que representaba un concierto de música en la corte de los duques de Borgoña. A este recital asistieron cerca de cuatrocientas personas.
La parte final del programa incluía la Danza del pavo y la tonada La Malaheña, de Chiloé. En el público, en primera fila estaba el embajador Enrique Bernstein y su esposa, y cuando canté esas canciones antiguas del folclore chileno noté que don Enrique se emocionó hasta las lágrimas en un acceso de patriotismo.
La invitación a la ORTF fue posible por la grabación que hicimos de dos discos que tuvieron muy buena acogida. En el primero, incluimos música de trovadores y troveros franceses y provenzales, también minnesingers y meistersinger alemanes. Este disco fue nominado para el gran premio del disco —Grand Prix du Disque— del año 1967, lo cual significa que fue clasificado entre los diez mejores elepés grabados en Francia. En el segundo disco, canciones de amor del siglo XV. Y pese a que este no fue nominado para tan alto galardón, fue el que más se transmitió por radio. Para ambos discos, la composición de carátula se hizo con una reproducción en color de miniaturas medievales, pintadas por maestros flamencos en preciosos libros incunables que posee la Biblioteca Municipal de París. Libros que nadie puede hojear libremente, sino leer o revisar hoja por hoja bajo la vigilancia de un funcionario. Solo recuerdo por su nombre la miniatura escogida para el segundo disco, la cual representaba una boda principesca de 1430 o 1440 que lleva el título de Le Mariage de Clarice, y que pertenece a una obra en dos tomos incunables que un monje flamenco hizo para el duque Juan de Borgoña, apodado el bueno.
Con esos dos discos lanzados al mercado discográfico francés nos hicimos famosos en el ambiente musical de París, al punto que la ORTF nos invitó para el recital masivo antes mencionado, con toda la solemnidad de un acontecimiento musical de excepción.
El sello discográfico que grabó los discos se llamaba Boite a Musique, y su dueño y director artístico era un señor judío de nombre Albert Levy-Alvares, cuyo padre —lo supe después— había conocido a un tío mío venezolano llamado Isaac Pardo, en cuya casa mi pariente conoció al compositor francés, judío también, Reynaldo Hahn.
Albert Levy fue un buen amigo nuestro y visitó varias veces mi casa para escuchar nuestros conciertos íntimos, pues él también era aficionado a este tipo de música.
Aunque todo lo narrado acerca de mi vida como diplomático, cultor de la música del medioevo y participante de la vida musical de París, por una parte y por otra, como discípulo de Lanza del Vasto, con cuyos seguidores solía reunirme periódicamente en casas particulares y en un piso subterráneo de la Iglesia de Saint Severin, aunque todo eso, digo, parecía ser aquello que se suele llamar una doble vida (y en cierta medida lo era) siempre estuvo presente en mí la convicción de que la parte mundana de mi existencia no valía nada frente a mis convicciones acerca del destino transcendente del hombre y la necesidad de que la sociedad evolucionara desde esta forma artificial y vana de vivir, hacia otras formas de comunidad en el sentido que Lanza del Vasto lo había entendido y realizado en su comunidad El Arca.
En ese tiempo, estaba convencido de que mi destino —justamente— era vivir en esa comunidad con mi familia, para lo cual creía tener una preparación suficiente para enfrentar esa ruda vida de campesino.
Por su parte, mi esposa Bernadette, aunque admiraba a Lanza del Vasto y a su esposa Chanterelle, no creía en absoluto que ese fuera su destino, ni el de nuestros hijos. Esa posición de ella frente a este problema era clara y firme, de manera que con el correr del tiempo tuve que acostumbrarme a la idea de que, lo que creía era una oportunidad que la vida nos ofrecía para realizar el ansiado proyecto de independizarme de este modelo de civilización, era finalmente un problema exclusivamente mío, en el que no tenía derecho a involucrar a mi familia.
Pronto tuve motivos para darme cuenta de que este sueño mío de la comunidad de marginales gandhianos no era más que eso. Prueba de ello fue mi rápida evolución desde ese ideal al de un académico. Ser docente e investigador —enseñando a innumerables jóvenes en la Pontificia Universidad Católica de Chile— se impuso como el destino más adecuado a mi personalidad y a mis posibilidades.
EL CORDERO DE DIOS
Después de tantos años transcurridos desde aquel París de los años sesenta, me veo sentado en la cátedra universitaria dictando un curso sobre Sabiduría chilena de tradición oral. Y al abordar el tema del destino, el cual se vincula también con el de la condición de ricos y pobres que se da en todo tipo de sociedad, relaté a mis alumnos una experiencia que viví con la extrema pobreza. Hablé de esos seres que carecen de todo y en su desvalimiento absoluto algunos llegan a parecer algo así como la escoria humana. Viven en situación de calle, como se suele decir, o botados en terrenos baldíos, o en medio de los desechos de un botadero, nombre con que el pueblo se refiere a los basurales.
Pero antes de relatar esa experiencia dirigí a mis alumnos la pregunta de por qué creían ellos que existe esa clase de seres en todos los países del mundo, y ninguno fue capaz de aventurar una respuesta. Yo tampoco di una y preferí dirigir la pregunta a personas con más autoridad sobre estas arduas cuestiones. Entonces dije a mis alumnos, “imaginen que tenemos aquí a dos maestros conocidos y venerados por todo el mundo desde la antigüedad: Buda y Jesús”.
Respecto del primero, dije que no es difícil saber con certeza lo que habría respondido. Y junto con afirmar eso, un alumno levantó la mano dando a entender que él sabía lo que ese maestro habría respondido: “Es por el karma que existen esos seres”. Lo que en la jerga de la filosofía budista significa que es el peso de las acciones ejecutadas en vidas pasadas lo que determina nuestra condición actual. En el caso de estos seres desprovistos de todo, se trataría de personas que en sus encarnaciones anteriores vivieron mal, muy mal, por eso están ahora pagando su mal vivir en esas condiciones desmedradas. De manera que, visto de esta forma el problema, no es mucho lo que se puede hacer por mejorar su condición, la cual se ha vuelto una fatalidad por sus malos antecedentes kármicos. Lo que sí se puede hacer por ellos es ayudarlos en sus necesidades y exhortarlos mediante la enseñanza, aunque en ciertos textos budistas hay expresiones bastante despiadadas sobre los que arrastran un karma de miseria.
Enseguida pregunté a mis alumnos qué creían ellos que habría respondido Jesús a esa misma pregunta. Y nadie levantó la mano, aunque los exhorté a que intentaran imaginar una respuesta, dado lo que ya todos sabemos sobre el carpintero de Nazaret. Pero nadie se aventuró. Entonces, me atreví a decirles que lo más probable es que Jesús habría dicho que esos seres son víctimas del poder…, y que no tienen culpa alguna. Lo dije basándome en la parábola del pobre Lázaro y el rico epulón, y a la tendencia que se advierte en las palabras de Jesús al dar por entendido que la acumulación de riqueza en manos de unos pocos siempre trae como consecuencia el desequilibrio que provoca la pobreza en otros muchos. Y para afianzar lo dicho cité el refrán popular chileno que dice que “no es raro que a uno le falte lo que a otro le sobra”.
Los alumnos escucharon estas palabras en silencio, sin agregar ningún comentario, por lo que deduje que en su mayor parte estaban de acuerdo que esa podría haber sido la respuesta de Jesús.
Lo conversado en esos términos fue una introducción necesaria para la plena comprensión de lo ocurrido en mi experiencia con la miseria extrema que relataré enseguida, episodio de mi vida que destaco entre los más significativos que he vivido.
Hasta el día en que ocurrió lo que voy a relatar, había recorrido frecuentemente los cerros de Valparaíso tomando fotografías, lo que con el correr del tiempo me permitió relacionarme con gente que vive regularmente en esos lugares, y que, por tratarse de Valparaíso, y la magia de