Marginales y marginados. Gastón Soublette

Marginales y marginados - Gastón Soublette


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florecidos a los que se refirió como su “tesoro”, por el color dorado intenso de sus innumerables pequeñas flores, mientras su penetrante aroma impregnaba toda la atmósfera del valle, momentos como ese son instantes estelares en la historia de la conciencia humana y su secreta nostalgia del paraíso, aunque provengan de un ejemplar de esa especie malogrado en todos los aspectos de su ser.

      Y hasta se me ocurre que dicho por un ser así, cuya estampa contrastaba tan fuertemente con la esplendorosa belleza del paisaje, eso mismo que involucra una contradicción acentúa la elevación del hecho, y cubre al CEJA de una cierta aura espiritual.

      El paso de un tema a otro por bruscas interrupciones y cortes del discurso, algunos de los cuales he omitido en esta transcripción, llegó a su punto culminante cuando nos dijo: “todos los males del mundo proceden de la letra ‘E’”. Y como ejemplo de esa declaración mencionó los Ferrocarriles del Estado. Si en esa peregrina declaración se escondía algún simbolismo, el descubrirlo fue tarea para más tarde. En ese sentido, lo más probable que quisiera decirnos es que su aversión a esa letra se debe a que es la inicial de la palabra esquizofrenia. Y no es imposible que el CEJA, como hombre de un buen decir y cierta cultura básica, haya escuchado a algún médico u otra persona mencionar a esa enfermedad como el mal que él padece y que lo inhabilita para vivir como el común de los hombres, aunque a juzgar por el ejemplo de los Ferrocarriles del Estado, podría estar sugiriendo que para sus peregrinaciones rectilíneas por la Ruta 5, él siempre tenía que cruzar la línea férrea que separa el límite del poblado con la ruta pavimentada, y es probable que —en más de una ocasión— haya visto venírsele encima al tren de carga que suele pasar frente a Rungue, aldea donde ocupaba una pieza en una casa abandonada.

      Cuando hizo esta declaración como el ejemplo de los FF.CC., le pregunté por qué asociaba la letra ‘E’ a los ferrocarriles, a lo que respondió preguntándome: "cuál es la sigla de los Ferrocarriles del Estado”. Le dije que esa sigla “FF.CC.” no contenía ninguna ‘E’. Él sonrió entonces invitándome a pronunciarla de nuevo. Lo hice, después de lo cual me hizo notar que al decir Efe-Efe-Ce-Ce, yo había pronunciado seis letras e…

      Así, nuestra interpretación de su aversión por la quinta letra del alfabeto quedó entre esas dos posibilidades. Aunque en lo que respecta a la segunda interpretación, él pudo incurrir en una contradicción al afirmar que “yo creé los Ferrocarriles del Estado; también creé la fábrica de monedas y las fuerzas armadas… Pero me quedaron un poco mal hechas…”. Cabe observar que este último comentario, no exento de ironía, lo libera de toda responsabilidad y contradicción.

      Porque parece claro que esa fina ironía de su parte lo dejó en evidencia también como un hombre que está consciente de ser quien es, y sabe engatusar a los curiosos que se le acercan. En ese sentido se entendía bien que, en esas palabras veladas, se burlaba del gobierno militar, con lo cual él esperaba tal vez congraciarse con sus interlocutores.

      En una revisión a distancia de todo lo dicho por el CEJA en esa conversación, resulta coherente con lo anterior el hecho de que, acto seguido, se hubiese referido a la “fábrica de monedas”. A este respecto explicó que las monedas de cobre de cien pesos se fabrican cortándolas con una sierra de un chuzo de cobre. Digo que este tema es coherente con el anterior porque si quiso congraciarse con sus interlocutores, burlándose del régimen militar, ese acto fue la preparación para introducir astutamente en la conversación el tema del dinero, con la esperanza de que estos señores que se habían cruzado en su camino pagaran con un aporte en efectivo el privilegio de poder conversar con un iluminado.

      La conversación terminó con dos graciosas salidas. La primera fue motivada por una demostración de habilidad musical que hizo uno de mis acompañantes, tocando una quena al estilo de la música andina. Cuando la música cesó, y al preguntarle qué le parecía el toque de mi amigo, él respondió “música típica de un país imaginario”.

      La segunda salida —y última— fue darnos a conocer su nombre en respuesta a una pregunta mía. Pero no se limitó a darnos a conocer solo su nombre de pila, sino que nos recitó su doble nombre personal y su doble apellido familiar: “Me llamo Carlos Ernesto Jorquera Aceituno, C-E-J-A para servirlos”, a lo que luego agregó, “podría ser nombre de carabinero, ¿no les parece?”.

      Antes de que se retirara me adelanté a preguntarle si necesitaba “sencillo”, al mismo tiempo que le pasaba un puñado de monedas de cobre de cien pesos de esas que, según él, se fabrican cortándolas con sierra una por una, de un chuzo largo de cobre. Él recibió el dinero como distraídamente y sin mirar cuántas monedas eran, y explicó que necesitaba comprar un poco de té y azúcar (aunque entiendo que de su alimentación diaria algunas personas de Rungue, como la señora Trivelli, lo ayudaban). Así resguardó hábilmente su dignidad de marginal extremo, evitando pedir limosna como hacen otros menos iluminados que él.

      Entiendo que para la mayor parte de las personas no es posible tomar en serio los dichos de un hombre reducido a la extrema miseria, y menos aún imaginar que sus reflexiones sobre la vida y el conocimiento pudieran contener alguna verdad trascendente. La verdad es que contra ese prejuicio se alza toda la sabiduría tradicional del mundo, pues en las tradiciones orales de todos los pueblos está presente un refrán ultra conocido que dice, “los niños y los locos dicen las verdades”, aunque estas verdades del refrán citado por lo general no son muy transcendentes, dándole a este dicho, sin embargo, toda la magnitud posible de su significado. De esto puede resultar, al fin, que la sabiduría del loco se eleve hasta los orígenes remotos de nuestra memoria genética, como ha sido el caso de nuestro CEJA, sobre todo en lo que se refiere a su androginia autoatribuida y alardeada.

      En la película Fanny y Alexander, de Ingmar Bergman, hay un pasaje extraño en el cual entra en escena un ser andrógino llamado Ismael, que vive encerrado en un aposento especial de la casa de un comerciante judío. Su hermano Aron introduce al protagonista de la película, el niño Alexander Ekdahl, a la habitación de este Ismael para que viva con él una misteriosa experiencia de identidad. Ismael le pide a Alexander que escriba su nombre en un papel, y el niño lo hace en la seguridad absoluta de haber escrito Alexander Ekdahl, pero cuando Ismael le dice que relea lo escrito, Alexander, para su gran sorpresa, descubre que ha escrito Ismael Retzinsky.

      Enseguida el andrógino Ismael le explica a Alexander que, pese a que ambos son seres diferentes, en una parte de sí mismos ambos son la misma persona. Después le pide que se ponga en una postura especial con el objeto de leer por intuición los pensamientos e imágenes de su mente, entre los cuales Ismael descubre la preocupación principal del muchacho, esto es, la figura imponente y aborrecida de su padrastro —el obispo luterano Edward Vergérus—, a quien Alexander, mediante el poder mental de la androginia de Ismael, logra dar muerte a distancia, provocando un incendio en su casa.

      En esa larga secuencia de su película, Bergman expone en imágenes proyectadas la doctrina del andrógino según las teorías de la psicología analítica. El poder humano supremo surge de la unión equilibrada y completa del principio creativo paterno y del principio receptivo materno. Todos los grandes maestros espirituales del mundo deben su poder invisible a su androginia psíquica, la que ha sido simbolizada de diversas maneras, según las diferentes culturas, pero cuyo diseño remite siempre a la conciliación de los opuestos de una polaridad (unicornio, flor de lis, estrella de David).

      En lo que se refiere a la androginia autoimpuesta del CEJA, eso resulta coherente con lo que dijo en seguida sobre su poder, al punto de proclamarse dueño de todo lo que podía verse en el entorno natural y creador de instituciones e industrias.

      En el mismo orden, debemos interpretar su descalificación total de la inteligencia humana en el sentido de ser incapaz de alcanzar la verdad, la cual reside solamente en la dialéctica universal de lo creativo paterno y lo receptivo materno.

      Debo decir que por mis experiencias con la extrema miseria vividas en mi fugaz relación con el troglodita del botadero de Valparaíso y con el CEJA, llegué a la conclusión de que en situaciones límites, del desastre de una vida humana, se actualiza la verdad contenida en el refrán popular chileno, que dice “los extremos se tocan”. Tal es el eco folclórico de un axioma de la sabiduría china, que dice “cuando una cosa adquiere


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