Mover el pensamiento, sentir el movimiento. Maria del Mar Cegarra Cervantes

Mover el pensamiento,  sentir el movimiento - Maria del Mar Cegarra Cervantes


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tenerse en cuenta en los temas sobre los que reflexiona.

      Ser dueño de certezas o querer tener razón en psicoterapia, en una relación de poder desigual, en contacto con el otro —que es frágil—, es un acto de egoísmo y una gran frivolidad. Todos cometemos errores, todos tenemos momentos de visión borrosa o lucidez reducida, extender esto a otro ser humano es una gran irresponsabilidad.

      Por contra, tener la humildad de dudar de uno mismo, de las propias interpretaciones, y, por tanto, buscar siempre saber más e ir más allá es un don. El don de la humildad es el camino a la sabiduría. El ego puede engañarnos, pero la duda nos pone en la senda del estudio y el descubrimiento, y nos conduce, de manera inevitable, a las respuestas.

      Este ha sido el camino de esta escuela y de su mentora, que se ha creado, que se ha reinventado tantas veces como ha sido necesario. Y ahora lo sigue siempre con mayor profundidad y sabiduría con un bien mayor en mente: ¡la felicidad humana!

      Susana Gaião Mota

      Lisboa, 16 de noviembre de 2020

      Tema 1

      MiEDO

      «Una de las cosas que a las personas les cuesta más aceptar es hablar sobre la causa del miedo, pero la verdad es que cuando se niegan a hablar sobre el tema se sienten enojados, lo rehuyen. Se abstienen de hablar de sí mismos porque el contacto con la tristeza es muy difícil.»

      A nivel clínico, en psicología, el miedo se clasifica como una emoción primaria o básica. Además, también forman parte de este conjunto la alegría, la tristeza, el enfado, la sorpresa y la rabia.

      El miedo no es necesariamente una emoción mala. De hecho, no debe verse como algo negativo, sino como algo vital, porque sirve como una advertencia de lo que puede ser potencialmente peligroso en nuestras vidas.

      El miedo nos ayuda a activar el sistema de alerta psicológico y biológico a través de la activación del eje hipotálamo-pituitario-renal. Y biología significa lógica de la vida.

      Digamos que el hipotálamo es la antena que recibe todas las señales del mundo exterior, de los sentidos. Luego las envía a la hipófisis (o pituitaria), que es la glándula maestra que decide qué hormonas liberar y qué neurotransmisores usar. Cuando tenemos miedo es porque la glándula suprarrenal libera cortisol que nos hace sentirlo, es una emoción física. Podemos congelarnos, tener temblores, sudoración. Todo depende del grado de miedo, porque tiene una forma orgánica de expresión que determina si lo que tenemos frente a nosotros es peligroso o no.

      Un factor importante a tener en cuenta es que las personas y los animales lo sienten de manera diferente. Los animales suelen estar aterrados de las cosas reales y concretas: una gacela le teme a un león, un ratón le teme a un gato. El miedo en la naturaleza, en los animales —ya sean más primitivos o más desarrollados, como los mamíferos que comparten con nosotros el sistema límbico (que regula las emociones)—, es natural y necesario para la supervivencia.

      En los humanos, por contra, el miedo es más complejo porque desarrollamos muchos temores que no son reales o que hoy están fuera de lugar (porque han fallecido), pero sofisticamos nuestro pensamiento y los mantenemos en el cuerpo bajo otra «máscara».

      Debido a esto, a veces desarrollamos miedo a determinada gente o ciertas situaciones sin razón aparente. Por ejemplo, hay personas que no son peligrosas, pero la reacción que desencadenan en nuestro cuerpo es como si tuviéramos un león frente a nosotros. Es una reacción exagerada a la situación en sí y conduce a que desarrollemos ansiedad, neurosis, ansiedad y miedo.

      Cuando nuestro miedo es desproporcionado, puede perpetuarse en el tiempo y activarse en situaciones similares o que identificamos como tal. Y así se crea un terror aún mayor en el organismo y un cansancio que genera una sensación de inseguridad. A nivel corporal, mental y relacional, la sensación de seguridad en estados de alta ansiedad se reduce enormemente. Entonces, es en estos casos en los que nos encontramos con personas con mucho miedo, aunque sea uno irreal, podemos hablar de miedo neurótico. Este no proviene de algo concreto, sino de lo imaginario, de lo que la mente ha construido, de una historia que la persona se cuenta a sí misma y que toma como real aunque no sea verdad. Algo muy importante que tenemos que recordar es que ¡la mente miente!

      ¡La mente miente y el cuerpo habla!

      La mayoría de las veces que la mente nos miente, el cuerpo, que es sabio, no la cree. Es decir, el cuerpo sabe que no está en peligro y, por lo tanto, no se defiende; de lo contrario, también puede estar en peligro, si no se da cuenta de por qué la mente lo engaña.

      Por ejemplo, sucede cuando conocemos a alguien que no está en sintonía con nosotros y sentimos que esa relación no tiene futuro, pero nuestra mente piensa que es la relación ideal porque cumple con ciertos estándares que apreciamos, o porque sabemos que la familia lo hará. A veces, simplemente, ocurre porque queremos una relación y esa persona dice lo que queremos escuchar, sin embargo, nuestro cuerpo o instintos nos dicen que no sigamos adelante con esa idea.

      Luego, si sale mal, después de un tiempo concluimos: «Pensé que algo no estaba bien, pero insistí porque quería que saliera bien y seguí lo que decía mi mente».

      Entonces, cuando hay una falta de sintonía entre el cuerpo y la mente, generalmente sigue la frustración, la tristeza e incluso la enfermedad.

      ¿La gente valora más lo que piensa o lo que siente?

      Depende de las personas. Si son más mentales, valoran más lo que piensan; si son más emocionales, prefieren seguir lo que les transmiten sus emociones e impulsividad. Si, por el contrario, hablamos de personas más «de acción», el impulso de actuar prima sobre lo que piensan y sienten.

      El pasado o la historia de cada uno es un gran indicador de lo que buscamos, de lo que necesitamos llenar. Alguien puede llegar a tratarme mal, pero puedo elegir estar con esa persona porque ese sentimiento me es familiar. En ese sentido, aunque me abro a esa experiencia, el cuerpo me grita que huya bien lejos.

      En un caso como este, en el que hablamos de miedo neurótico, este no me protege ni me ayuda a ser feliz. Aquí, el terror construye una historia que me cuento varias veces. Luego, de tanto repetirla, se hace realidad. Así se convierte en angustia, porque a veces ya no diferencio lo que es verdad de lo que es mentira. No es congruente.

      Además, al cerebro no le interesa la verdad, que es algo conceptual, sino la supervivencia física y el placer, que son ideas más corporales. Por eso, si alguien me dice que algo me va a ir mejor, lo acepto, niego mi poder de pensar y decidir por mí misma, y le entrego la autoridad interna a esa persona. Son los casos como estos los que pueden llevarnos a cometer grandes errores. Por ejemplo, unirse a una secta, hacer todo por ella, y luego descubrir que es una farsa y sentir una gran desilusión.

      En un proceso de decisión es importante que todo fluya, que nuestros pensamientos estén alineados con lo que sentimos y hacemos. Porque cuando estamos conectados con la intuición, la intervención de la racionalidad queda relegada a un segundo plano. Es esa sensación de hacer algo sin necesidad de pensar, y lo hacemos de esta manera porque estamos seguros de que así es. Este sentimiento de pacificación no viene de la mente, sino de un lugar mucho más profundo: va más allá del arquetipo, de las creencias y de las convenciones. Se trata de hacer algo sin dudas y sin esfuerzo, y así se potencia nuestra energía vital. Entonces, no tenemos miedo, porque cada parte de nosotros está segura de lo que queremos. Cuando estamos tranquilos, lo sentimos en el vientre, en las entrañas. Y de ese lugar surge un poder. Así se da explicación a los seres humanos que hacen cosas increíbles: se despiden de un trabajo sin tener alternativa, por ejemplo, pero con la convicción de que vencerán.

      Otro buen ejemplo es la película Color Purple en la que el personaje interpretado por la actriz Woopi Goldberg, quien estaba esclavizada, un día decide irse de casa y se ve a sí misma avanzando sin que su marido le haga ningún daño.

      ¡El miedo termina donde comienza la seguridad!

      Durante unos años trabajé con mujeres maltratadas. De ellas aprendí que mientras se sienten víctimas es cuando tienen más miedo. En el momento en que son capaces


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