Mover el pensamiento, sentir el movimiento. Maria del Mar Cegarra Cervantes
proteger a las víctimas de abuso y maltrato que implica enseñar a las mujeres a defenderse a través del aprendizaje de las artes marciales. Estas enseñanzas les han permitido crecer a nivel físico y psicológico y se ha comprobado que cuando vuelven a entrar en contacto con los agresores, saben que pueden defenderse.
Como resultado de esta situación, se ha observado un fenómeno muy poderoso: en el setenta y cinco por ciento de los casos, los maridos no asistieron a los juicios, es decir, se distanciaron de las víctimas. Aquí podemos verificar que energéticamente hubo un cambio y la víctima dejó de ser una «presa fácil», por lo tanto, los agresores dejaron de perseguirla.
Para hablar de miedo, no podemos hablar solo de biología, hormonas o emociones básicas, sino que tenemos que ampliar mucho más nuestro marco de referencia porque nuestra condición como seres humanos es solo eso, una esfera superior a la meramente biológica.
Otro buen ejemplo es el bullying, que se realiza principalmente en niños inseguros y frágiles. El acoso siempre se ejerce contra los más débiles. Este niño o joven es probable que no se sienta seguro si cree no tener un refuerzo positivo en casa y si no se le han dado estrategias de defensa efectivas. Por lo tanto, se vuelve más susceptible al abuso físico o psicológico.
Pero la buena noticia es que esta situación no tiene por qué perpetuarse en el tiempo. Hay casos de niños que se sienten maltratados en un colegio y luego sucede algo diferente en sus vidas que les hace ganar confianza. Por ejemplo, si durante las vacaciones asisten a un campamento de verano con otros niños en el que refuerzan su autoestima, se sienten bien o se hacen populares porque un monitor los apoyó o les reveló alguna habilidad que fue reconocida por el grupo, cuando regresan a la escuela, se vuelven más fuertes y ya no son un blanco fácil. También puede suceder si cambian de escuela, pues es posible que empiecen de cero y ellos mismos entren con una postura diferente y dejen de ser víctimas, Básicamente se les ocurre otra estructura que influye en la receptividad del entorno que los rodea. Una postura corporal segura permite contarle al mundo sin tener que hablar que se puede o que sabe hacer algo, y esto le da a la persona la autoridad interna para imponerse, ser respetada y defenderse.
Como las artes marciales, la seguridad interna ayuda a las personas a defenderse bien, a vivir en armonía y con fuerza. Y es muy importante vivir en paz con nosotros mismos, con los demás y con la naturaleza. Cuando se crea el miedo neurótico, eso es lo que se pierde: la consonancia con el flujo natural de la vida.
En la naturaleza humana existe y siempre ha existido el miedo, pero tiene que ser saludable y la forma en que se utiliza debe ser adecuada a la situación, al peligro real. Cuando no lo es, puede conducir a la enfermedad, a la locura o al miedo relacional.
Los miedos pueden ser tantos que ni siquiera tenemos espacio aquí para puntuarlos todos.
¿Los miedos pueden ser genéticos o heredados de miembros de la familia?
Epigenéticamente se sabe que sí, son los que llamamos «arquetipos» o «inconsciente colectivo». Si una pareja vivió en un campo de concentración en el que había un prado con flores cerca por el que pasaba la gente cuando iban a las cámaras de gas, esas personas podrían asociar de forma inconsciente el olor de esas flores con el peligro. Los sentidos asocian olores o sonidos con recuerdos. Más tarde, si, por ejemplo, los hijos de esta pareja fueran engendrados después de esta experiencia (si fueran engendrados antes, esto no ocurriría), la carga epigenética cambiaría.
De hecho, la carga epigenética puede cambiar en un ciclo ultradiano, es decir, en un período menor a un día, pero con, al menos, ciento veinte minutos de diferencia. Algunos procesos como la metilación y la desmetilación —que son los que «desactivan» y «activan» respectivamente los genes, entre otros— nos ayudan a entender estos cambios en la expresión génica y, por tanto, a comprender mejor cómo se expresa la vida.
Si en los padres se activó el indicador de que ciertas sensaciones provocan miedo, los hijos lo utilizarán para sobrevivir. Los niños, aunque no hayan tenido ningún contacto con el campo de concentración donde estaban sus padres, un día, cuando huelen las flores antes mencionadas, podrán tener una urticaria o un ataque de pánico. Eso sucederá de forma automática, por lo que racionalmente no podrán explicar por qué les pasa, pero su organismo sabe o tiene asociado que el olor puede conducir al peligro.
Otro buen ejemplo son las personas que desarrollan tics similares a los de miembros de la familia a los que nunca han conocido. Parece extraño, pero a la luz de la genética, según Jean-Baptiste de Lamarck «la necesidad hace el órgano», y si un cuerpo sabe que una determinada información le sirve, le pasará esta información a sus descendientes.
Lo mismo sucedió con el hambre: durante las guerras, la gente tenía mucho miedo de pasar hambre y de no tener comida. Entonces, la capacidad de hacer mucho con poco comenzó a desarrollarse a nivel genético, es decir, el cuerpo aprendió a aprovechar mucho los alimentos que comía. Luego, genéticamente, este tipo de herencia metabólica pasó a los hijos, quienes, aunque ya vivían en una época de abundancia, heredaron los genes de sus padres y algunos se volvieron obesos porque su metabolismo era lento.
El miedo es un modulador y tiene la función de regularnos: ¿cómo debo actuar?, ¿adónde debo ir?, ¿me siento seguro o inseguro? Sirve en todas las áreas, tanto individuales como grupales, y nos dice qué hacer o no hacer para preservar nuestra integridad. Pero si no está bien regulado o no está en sintonía con la realidad y tenemos muchos miedos neuróticos, surge la confusión. Entonces entramos en un estado de ansiedad; ya no lo llamo «miedo», sino «ansiedad», que es la anticipación del dolor, es algo que tengo incluso antes de la situación misma, sea real o irreal.
La ansiedad es una sofisticación del miedo; el miedo es primario, la ansiedad es secundaria. La ansiedad, en un grado mayor, se convierte en ataques de pánico, una alteración e incluso el desarrollo del trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). Las personas con TOC desarrollan rituales de seguridad, fobias, etc., todas para evitar el miedo o incluso evitar tener miedo al miedo. Es muy limitante.
Todos los días tomamos decisiones pequeñas y grandes: qué ponernos, con quién hablar, si nos importa o no, si nos vamos o nos quedamos. Y en función de cuánto interfiera el miedo en nuestra vida, podremos tener un día enérgico y productivo o un día de total apatía en el que simplemente sobrevivimos.
Cuanto más inundadas de cortisol, menos creativas son las personas. Cuando una situación nos pone a la defensiva, en nuestro cerebro se activa el hipocampo, que es el responsable de mediar entre los inputs que nos llegan del exterior y la corteza cerebral. Esta, junto con la memoria, nos ayuda a la toma de decisión. El hipocampo aprende rápido (la corteza, en cambio, es una aprendiza lenta). El primero siempre está receptivo a todo lo que sucede. Y con cantidades razonables de miedo, un cortisol razonable se vuelve hiperactivo: hay ansiedad saludable —porque nos estimula a ver hasta dónde somos capaces de ir— sin llegar a ser un miedo neurótico, porque no me congela.
Cuando hay un miedo razonable, el hipocampo colabora con la creatividad, pero si sobrepasa cierto nivel, el hipocampo mengua y perdemos el acceso a la creatividad para enfocarnos solo en la supervivencia. Eso significa que trabajamos más con lo reptiliano o básico. Ante el terror, reaccionamos huyendo, luchando o congelándonos, las funciones más básicas, un proceso que podemos entender mejor si conocemos la teoría polivagal de S. Porges1. En esta situación no podemos crear nada, porque solo tratamos de sobrevivir.
El miedo bien utilizado en los seres humanos es un modulador entre el interior y el exterior. Pero cuando se vuelve neurótico es una interferencia.
¡La gente de hoy tiene más miedos!
Hoy en día hay muchos más estímulos. Antes, para comunicarnos, escribíamos una carta, ahora, en un segundo tenemos una respuesta. El nivel de estímulo (respuesta) está demasiado acelerado. Las personas oscilan entre el mundo virtual y el real muy rápido, y los momentos de transición complejos son importantes porque el sistema nervioso a nivel de recepción está obstruido y las personas crean más disfunciones como la ansiedad o el burnout (estar quemado, agotado). Hoy en día hay perturbaciones inherentes a nuestra cultura que en el pasado no existían.
Antes,