Ideas en educación III. Ignacio Sánchez D.
y redes de apoyo y mayor protección de los niños y las niñas.
Para finalizar, nos plantearemos algunos importantes desafíos en respuesta a este escenario señalando algunas acciones que como universidad estamos desarrollando, de manera de responder al compromiso público que nos caracteriza.
1. Las familias y el confinamiento
La vida cotidiana se ha visto trastocada por un confinamiento que ha durado meses, exigiendo a las familias adecuar los espacios del hogar para el trabajo de algunos o el estudio de otros. Entonces la primera reflexión que emerge es acerca de cómo las familias han salvaguardado el mundo privado, que en algunos casos era un refugio de seguridad, descanso y desconexión de las exigencias del mundo público y el cual fue traspasado por la tecnología, mostrando en algunos casos la fragilidad del espacio hogareño y, en otros, evidenciando las dificultades afectivo-emocionales entre sus integrantes y complejas situaciones económicas y sociales. Esto, independientemente de las consecuencias que el covid-19 tuviera entre los miembros cercanos del entorno familiar.
En el estudio desarrollado por el equipo del Centro de Justicia Educacional (CJE) acerca del cuidado y bienestar de las familias en pandemia, una de las preguntas formuladas tenía que ver con qué era lo más difícil que, como familia, las personas han vivido. En las respuestas aparece con mayor frecuencia la palabra “encierro” denotando un malestar que va más allá de las sabidas consecuencias de adquirir la enfermedad. Al mismo tiempo, el 68,3% ha visto reducidos sus ingresos, y en una muestra de 985 familias encuestadas el 20,5% ha tenido algún miembro del grupo familiar que contrajo o manifestó síntomas que hacen sospechar que tuvo coronavirus. Esto permite vislumbrar algunas de las necesidades de apoyo socioemocional que tanto las familias como los niños y las niñas requerirán durante todo este proceso y, posteriormente, al regresar a la presencialidad laboral y escolar.
En esta misma línea, estudios como el de Yoshikawa et al. (2020) señalan el riesgo para la salud infantil de las precarias condiciones en que viven muchos niños y niñas, por falta de atención primaria en salud, pero fundamentalmente por estar sometidos durante períodos prolongados a ambientes con un alto índice de estresores provocados por las condiciones económicas y de salud socioemocional de las familias, en una etapa fundamental de desarrollo de su arquitectura cerebral y de sus sistemas biológicos (endocrino, cardiovascular, inmune, metabólico) de respuesta al estrés (Shonkoff, Boyce, Levitt, Martínez, Mc Ewen, 2021). Ambos estudios son coincidentes en la necesidad de apoyo a las familias, en especial aquellas que han debido migrar, proporcionándoles ayudas en alimentación y subsidios económicos sostenibles, al mismo tiempo que acompañándolos con estrategias de potenciación de sus habilidades parentales.
La mediación y redes de apoyo hacia las familias deberán orientarse hacia un trabajo conjunto que permita brindar a los niños y niñas pequeños cuidados cariñosos y entornos estimulantes para sus aprendizajes, apoyando sus esfuerzos por explorar y aprender en las diversas áreas de desarrollo del lenguaje y pensamiento matemático, al tiempo que compartiendo el goce y apreciación estética del mundo. Los padres deberían ser orientados, además, en las formas de promover la curiosidad y alentar los procesos de indagación de sus hijos en actividades de la vida cotidiana y en contacto con la naturaleza, así como en la interacción social con otras personas de su familia, en la medida que las condiciones sanitarias lo permitan, de manera de establecer paralelamente redes de apoyo entre las comunidades.
El desarrollo de actividades de juego vinculadas a la crianza (Calmels, 2005) permiten la diversión compartida entre adultos y niños, junto a las actividades de cuidado, y llevan a asimilar de mejor modo la incertidumbre que se ha ido paulatinamente intalando en las vidas de las familias. En palabras de Humberto Maturana (2003), es a través de las interacciones mediadas entre el bebé y el adulto que se instalaría la matriz relacional inicial, otorgando a los seres humanos la capacidad de establecer el fundamento del pensamiento reflexivo en un convivir en la biología de un amar entramado en la corporalidad y el movimiento. Asimismo, es esta condición biológica-existencial primaria la que otorgará a los seres humanos una especial sensibilidad hacia las señales que le da otro, vivenciándose como ser corpóreo a través de contactos visuales, miradas, gestualidad y matices de voz, movimientos y desplazamientos, acompañados o no de lenguaje oral, constituyéndose en un espacio y tiempo relacional y dinámico vivenciado a través del actuar en libertad y del juego espontáneo. Algunos de estos juegos iniciales hacen referencia al sostén, es decir, a actividades que van desde jugar a ser mecido en los brazos y posteriormente en el columpio, jugar a ocultarse detrás de la sabanita o de un árbol y jugar a atrapar, desde el pillarse a los más tradicionales de persecución.
En el caso de los niños que ya han adquirido la marcha espontánea, es importante orientar a las familias para que dediquen espacio y tiempo que les posibilite a los pequeños jugar de manera autónoma desafiándose en sus desempeños motrices, a través del goce por el mantenimiento del equilibrio, así como del salto en pequeñas alturas o en distancias cortas. Estos juegos le permitirán la exploración del espacio y adquirir una mayor autonomía y sentido de agencia. A continuación, sus acciones lo llevarán a involucrarse con el espacio (Aucouturier, 2005; Toro & Sabogal, 2018), en una acción que implicará el despliegue de estrategias de planificación de materiales y tiempos, otorgando una variedad de oportunidades de apropiación temporal y espacial fundamental para el desarrollo del lenguaje matemático.
En definitiva, el jugar permite a los niños y las niñas sentirse seguros, ampliar la creatividad, la exploración y la resolución de tareas. Ello redundará en una mejor adaptación al mundo, desarrollando además la alfabetización temprana (Ralli & Payne, 2016; Skolnick Weisberg, Hirsh-Pasek, Michnick, Audrey Kittredge, & Klahr, 2016) e incrementando el desarrollo de las funciones ejecutivas (Fleer, Walker, White, Veresov, & Duhn, 2020), necesarias para los aprendizajes y la integración en el espacio social y escolar.
Por último y no menos importante, el jugar a representar actividades y personajes en juegos simbólicos permitirá la asimilación del mundo de la vida, en un espacio de reparación y de elaboración en donde no existe el error. De esta manera, es fundamental que los profesionales cuya tarea es el acompañamiento de las familias promuevan la importancia del jugar, valorando el juego como un derecho (Woodhead & Oates, 2013; Grau, Preiss, Strasser, Jadue, Müller, Lorca, 2018) y como factor de protección fundamental de la infancia y necesaria en este período de emergencia sanitaria (Ruiz de Velasco & Abad, 2016; Rupin et al., 2018; Play Scotland, 2020). Al mismo tiempo que será un indicador del estado afectivo-emocional que posibilitará a los padres y cuidadores tomar los resguardos o solicitar los apoyos necesarios frente a situaciones de temor o ansiedad de sus hijos reflejados en las actividades de juego.
2. ¿Quiénes son los niños y niñas de la Educación Parvularia?
El protagonismo de los niños y niñas al explorar y descubrir su medio es parte central en lo que se quiere comunicar en esta reflexión sobre la educación parvularia. Ellos, a partir de su motivación intrínseca por interactuar en el medio natural y sociocultural, van construyendo sistemáticamente el conocimiento del entorno y de sí mismos en forma dinámica y recursiva, como solo ellos y ellas son capaces de hacerlo.
Desde esta perspectiva, debe ponerse especial atención y cuidado en la educación en la primera infancia. Esta cumple un rol clave para resguardar y favorecer el desarrollo armónico y los aprendizajes necesarios para la vida, incluyendo todos los conocimientos, valores y actitudes que promuevan vínculos estables y positivos, sentimientos de autoeficacia y seguridad que permitan a niños y niñas desenvolverse en el mundo, desarrollando al máximo sus potencialidades. La visión de niño y niña y la relevancia de la afectividad para el desarrollo armónico e integral, así como para el logro de aprendizajes significativos, requiere de educadores/as de calidad, con conocimientos profundos y competencias relacionadas con el desarrollo socioafectivo de los párvulos, para poder instalar trayectorias educativas que respondan a los procesos identitarios y de pertenencia en cada uno de ellos y ellas. Según Scagliotti y Palacios (2013), esta capacidad comienza a desarrollarse muy tempranamente, en el seno familiar, a través de relaciones y vínculos que se dan en la intimidad del hogar. Es una dimensión del desarrollo humano que se refiere a un conjunto de emociones, estados de ánimo y sentimientos que permean los actos de las personas,