Siete Planetas. Massimo Longo

Siete Planetas - Massimo Longo


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zona denegado!

      —No hay recepción, señor —insistió el bonobiano y, seguidamente, se dirigió a sus compañeros de tripulación—: ¡Estamos dentro, muchachos! ¡Estamos atravesando la niebla del mar del Silencio!

      Oalif, piloto experimentado y gran conocedor de su planeta natal, era bonobiano, pero no se ajustaba a los cánones de sencillez y mansedumbre que normalmente se atribuyen a esta raza. La tribu a la que pertenecía nunca se había doblegado ante los anic y por ello había pagado un alto precio. Durante la última gran guerra, tras perder el control del planeta, se vieron obligados a exiliarse y, acogidos por los planetas de la Coalición, intentaban organizar la rebelión interna para reconquistar el planeta.

      El cuerpo de Oalif estaba cubierto de pelo negro, que dejaba entrever una piel blanca. El contorno de sus ojos verdes y de sus pómulos estaba desprovisto de pelo, tenía una espesa barba terminada en punta, que le llegaba al pecho, y el pelo, largo, recogido en una cola en la nuca.

      Oalif era perfecto para esta misión, pero desgraciadamente tendría que permanecer a bordo para no atraer miradas indiscretas. De hecho, se encontraba en busca y captura, su aspecto era ampliamente conocido y no podían saber con quién o con qué se encontraría el grupo.

      La pequeña nave aterrizó en un claro verde y soleado, atravesado por un gran río de aguas poco profundas y transparentes que permitían ver el fondo compuesto por una gran variedad de piedras de vivos colores, como si de un cuadro impresionista se tratara.

      —La mejor manera de ocultar algo es a la vista de todos. Oalif, en cuanto bajemos activa los paneles de mimetización y, gracias, has estado magnífico —le felicitó Ulica, la euménide.

      —Este lugar es increíble. La niebla que lo rodea, una vez dentro, se desvanece y los rayos de KIC 8462852 calientan como en pleno verano —señaló Zaira, la oriana, justo a la salida de la nave.

      —Vamos. Tenemos poco tiempo para encontrar un refugio antes de que anochezca. Mastigo no nos dará mucho tiempo para encontrar el monasterio —ordenó Xam, el cuarto miembro del grupo, originario del Sexto Planeta.

      —Caminemos a lo largo del río —sugirió Zaira—, el bosque que lo rodea nos cubrirá mientras calculamos la mejor ruta.

      Se adentraron en la vegetación. Xam y Zaira encabezaban la marcha mientras Ulica calculaba la dirección más adecuada para llegar a una aldea bonobiana donde contaban con refrescarse y conseguir información sobre el monasterio de Nativ, su objetivo.

      Xam, guerrero del Sexto Planeta, humano, se había distinguido por su valor y humanidad durante las últimas guerras.

      Era un joven alto, con un físico escultural, con la piel clara y el pelo, rizado y corto, tan negro como sus ojos y con unos labios carnosos ocultos bajo una espesa y rizada barba. En su ajustado pantalón corto llevaba un cinturón multiusos de alta tecnología diseñado por su pueblo para hacer frente a situaciones de defensa o de supervivencia. El resto de su cuerpo estaba cubierto por un gel utilizado por los sistianos para mantener una temperatura corporal estable en cualquier condición meteorológica.

      Zaira, de su misma edad, era originaria de Oria, el planeta con la atmósfera reducida, su cuerpo estaba cubierto por una coraza natural de color marrón empezando por la frente y extendiéndose a lo largo de toda la espalda hasta la cola. Este era el rasgo distintivo de su raza. Una corta y espesa cabellera blanca cubría el resto de su cuerpo a excepción del rostro, de rasgos humanos, en el que destacaban sus hermosos ojos de color gris verdoso. De la frente, a ambos lados de la coraza, le nacían dos larguísimos mechones de pelo blanco que se ataba detrás de la cabeza y que terminaban en una trenza que le llegaba a los hombros.

      Ulica, la más joven del grupo, científica y matemática de alto nivel, era originaria de Euménide. Estilizada y elegante, su cuerpo estaba cubierto por un velo natural, de color aguamarina, transparente como las alas de una mariposa.

      Cuando abría los brazos, desplegaba unas auténticas alas que le permitían planear. Unas finas lenguas de seda, enroscadas en el dorso de ambas manos, como si de un adorno se tratara, se estiraban a voluntad a modo de lazo o látigo.

      La búsqueda se prolongó más de lo previsto debido a un mal funcionamiento del detector de posición causado por los habituales efectos extraños que el mar del Silencio solía causar en los aparatos electrónicos. Este incidente los hizo alejarse del río, apartándolos del camino y provocando un retraso de varios días en su planificación.

      Finalmente, se dieron cuenta del problema y regresaron sobre sus pasos para continuar caminando a lo largo del río hasta que descubrieron un claro. Sus ojos divisaron una serie de pequeñas cabañas dispuestas en círculo con una especie de asador en el centro que utilizaban para cocinar la caza en comunidad. Las paredes estaban hechas de gigantescos troncos de bambú atados entre sí y revestidos de barro y hierba. Los techos, de hojas de palma entrelazadas, tenían un agujero en el centro con una cubierta cónica en la parte superior que hacía las veces de chimenea.

      Para su sorpresa, se dieron cuenta de que el pueblo se encontraba más cerca del lugar donde habían aterrizado de lo que imaginaban.

      Sus habitantes, al ver a los forasteros, corrieron a refugiarse metiéndose en sus casas; parecían bolas de billar golpeadas por la bola blanca al inicio de una partida.

      Se encontraban frente a una de las pocas tribus bonobianas que no se había doblegado a la voluntad de los anic, refugiándose en aquel lugar inaccesible.

      No habían pasado inadvertidos a la vigilancia de los centinelas; apenas pasados unos momentos, aparecieron ante ellos guerreros armados con lanzas.

      —Hemos venido en son de paz —se apresuró a decir Xam.

      —Nosotros también queremos la paz —dijo el más corpulento de los guerreros, probablemente el líder—, ¡por eso os exigimos que os marchéis!

      —No buscamos problemas, necesitamos vuestra ayuda. Oalif nos ha hablado de vuestro valor.

      —Oalif nos abandonó hace muchos años. ¿Qué habéis venido a hacer?

      —Buscamos el monasterio de Nativ.

      —¿Por qué?

      —Estamos aquí en una misión de paz que afecta a todos los pueblos.

      —Muchos invocan la paz, pero finalmente solo traen la guerra.

      —Pero nosotros, como puedes ver, no somos anic. Soy Xam, uno de los tetramir, puede que hayas oído hablar de nosotros...

      —¿Xam, del Sexto Planeta?

      Xam asintió.

      —Id a buscar al sabio —ordenó el guerrero corpulento.

      Xam no se esperaba ver salir de una de las cabañas a un compañero de tantas batallas. Lo llamó por su nombre:

      —¡Xeri! Así que aquí es donde te habías metido. Pensé que te habían hecho desaparecer.

      —¿Xam? ¿Qué haces aquí, amigo mío? Solo mi alma de combatiente ha muerto; he visto caer a demasiados amigos jóvenes.

      —Me alegro de verte —exclamó Xam abrazando a su viejo amigo.

      —Yo también, pero ¿qué te trae por aquí? ¿Dónde está Oalif?

      —Si hubiera sabido que estabas aquí, no habríamos podido mantenerlo en la nave. Buscamos el monasterio de Nativ.

      —Entonces, no os hará falta ir mucho más lejos, solo tenéis que alzar la vista; se encuentra en la isla flotante.

      El tetramir miró al cielo y vio que, justo por encima de sus cabezas, colgaba una enorme espada de piedra con árboles en la parte superior que ocultaban la vista del interior de la isla.

      —¿Cómo podemos alcanzarla?

      —No está tan cerca como parece, no te equivoques. Hasta el momento nadie ha sido capaz de llegar a ella. Muchos lo han intentado sin éxito —continuó Xeri—. La distancia que te separa de


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