Siete Planetas. Massimo Longo
era originaria no era propensa al galanteo, ni tampoco a ocultar sus opiniones o emociones. Se reproducían, como las mariposas, a partir de una crisálida cuyo capullo indicaba el color de la criatura que iba a nacer. Las euménides podían adquirir varios colores, todos en tonos pastel.
Ulica formaba parte de una nueva generación creada genéticamente. En su planeta, un extraño suceso provocado por la última gran guerra, que aún estaba siendo estudiado por los más avezados geólogos, había provocado un ligero desplazamiento del eje, creando desequilibrios medioambientales y del campo magnético que habían tenido como consecuencia la eliminación de la población masculina.
Para evitar la extinción de la especie, las euménides habían recurrido a la multiplicación in vitro de los genes masculinos para poder utilizarlos en la inseminación artificial.
Solo creaban embriones femeninos para evitar el nacimiento de otros machos que habrían acabado abocados a una muerte segura. Nunca dispuestas a doblegarse ante la derrota, buscaban en su ADN el gen que les había permitido sobrevivir para implantarlo en el ADN masculino a fin de hacerlo invulnerable a las nuevas características medioambientales de Euménide.
—Todavía no me has dicho cómo sabes quiénes somos —le repitió Ulica al monje.
—Es porque veo muchas cosas. Llevo mucho tiempo esperando a que vengáis a hacerme estas preguntas.
—¿Qué preguntas? —interpeló Xam confundido mientras acariciaba su espesa y rizada barba negra.
—Sobre la Kirvir —se anticipó Ulica —. ¿A qué te referías hace un momento? —preguntó dirigiéndose al monje —¿Qué es lo que puedes ver?
—Puedo ver todo lo que sucede en cada planeta, pero, a menudo, la información se queda conmigo por poco tiempo.
—¿Cómo de poco?
—Depende de la información, a veces se queda para siempre, a veces no más de un día o unas horas.
—¿Qué puedes decirnos sobre la Kirvir? —preguntó Xam.
—La Kirvir lo es todo: nos rodea; nos une y nos divide; si se la estimula, se transforma; parecería que se puede controlar, pero en realidad es muy escurridiza; puede ser sabia o terriblemente peligrosa.
—No nos dices nada nuevo —comentó Ulica.
—Eso es porque no hay nada nuevo, todo está ya a nuestro alcance —respondió el monje—, solo hay que dejar que ella nos guíe en la dirección correcta.
—Si eres capaz de verlo todo, ya sabes cuál es nuestro propósito. Ayúdanos a controlarla, de ese modo podríamos restablecer el equilibrio —declaró Xam.
—Está claro que deseas ayudarnos —señaló Ulica—, de lo contrario no nos habrías traído hasta aquí. La pregunta es cómo.
—No tengas prisa, mi apreciada Ulica, he esperado tanto tiempo este momento; hace trescientos años que no hablo con nadie, no me quites el privilegio de la conversación. El tiempo es una dimensión de los vivos, no de la Kirvir. Después de todo, la decisión de traeros aquí ha sido largamente ponderada.
—Pero nosotros vivimos en nuestro tiempo y tenemos una responsabilidad sobre otros como nosotros. La guerra es inminente —afirmó Xam.
—Os quedaréis aquí cuanto haga falta si es que queréis respuestas a vuestras preguntas. No depende de mí, La Kirvir decidirá el tiempo necesario para mostraros el camino.
A los tetramir les había parecido que solo habían pasado unos minutos, cuando vieron a Zaira aparecer por un largo pasillo de luz.
Xam caminó rápidamente hacia ella tratando de ocultar sus emociones.
—¿Cómo estás? —le preguntó.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Zaira.
—Te hirieron, ¿lo recuerdas? —dijo Xam ofreciéndole el brazo para que se sujetara a él.
—Estoy bien, no te preocupes —le tranquilizó la oriana aceptando su ayuda—. Lo recuerdo, pero ¿dónde estamos?
—Estamos en el monasterio, en la isla flotante.
—¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
—Tu gesto de sacrificio ha conmovido al monje quien nos ha transportado a la isla con la ayuda de un remolino de viento.
—Luego, Xam te ha traído en brazos hasta el monasterio —añadió Ulica.
—Gracias —respondió Zaira fijando sus ojos en los de Xam, quien los bajó avergonzado—. Tengo la sensación de que han pasado meses desde la herida en la espalda.
—Así es —intervino Rimei —te hemos llevado y cuidado en la cámara del tiempo para que tu recuperación se acelere. Simplemente te sentirás unos meses más vieja.
—Gracias —dijo Zaira, quien siempre había sido de pocas palabras.
Ulica tomó la palabra:
—Cuéntanos más sobre la Kirvir, es decir, sobre la energía que se desencadena durante las alineaciones, nos gustaría utilizarla en nuestro provecho y evitar así las guerras de conquista que se desatan durante esos periodos.
—Manipular la Kirvir es difícil, pero antes de hablarte de eso, debo hablaros sobre ciertos sabios —prosiguió el monje—, sabios que, como vosotros, también buscaban la paz. Se reunieron para entender su funcionamiento. Cada uno de ellos conocía un detalle del secreto y, gracias a la unión de sus fuerzas, consiguieron reconstruir el comportamiento de los fenómenos a través de los que se manifiesta transcribiéndolos en un pergamino.
En ese momento, Xam, asombrado, le preguntó:
—Entonces, el pergamino en sí, ¿no posee ningún poder?
—Así es —continuó Rimei—, pero es imprescindible conocerlo para manipular la Kirvir. Lo que es indispensable, en cambio, es el ser que pueda encauzarla. Ha estado ahí desde el inicio de los tiempos, su esencia es tenue e inconsciente, nada puede destruirlo, puede desvanecerse y volver a nacer, y tiende a respaldarse en un guardián. Se le conoce como Tersal. Existen, además, seis objetos que interactúan con el ser. La razón por la que la Kirvir es tan poderosa durante las alineaciones es por la proximidad de todos estos elementos al Tersal.
Los sabios se pusieron a buscar estos objetos, que se encontraban en seis de los planetas del sistema solar. Una vez localizados, los sabios trataron de convertir en realidad lo que habían documentado en el pergamino, pero se lo impidió una de las más terribles guerras de alineación desatadas en aquella época. Así pues, tras comprobar que no podrían reunirlos, cada uno de ellos escondió el objeto que poseía en su propio planeta para evitar que cayera en manos del enemigo. Como sabéis, cíclicamente, algunos,o todos, los planetas de nuestro sistema solar, al recorrer sus órbitas, pueden acabar alineados, ya sean alineaciones parciales o totales. Cuantos más planetas estén implicados, mayor será la influencia de la Kirvir, provocando extraños fenómenos físicos y afectando a la estabilidad emocional de sus habitantes. Por supuesto, todo esto alcanza su punto culminante con una alineación total. La proximidad de los planetas, asociada a estos fenómenos, ha alterado los ánimos en diversas ocasiones y ha desencadenado guerras entre razas. Con el paso del tiempo, la conciencia de muchos de los pueblos ha evolucionado y han madurado los conceptos de paz y estabilidad, así como el derecho de cada raza a vivir según sus propias costumbres y tradiciones. Esto propició el nacimiento de la Coalición que vosotros representáis. En este momento, solo quedan fuera Carimea y Medusa: uno porque está poblado por depredadores, el otro porque está en manos de una raza codiciosa que ha forjado su prosperidad sobre la sangre y la explotación.
—¿Dónde se encuentra el pergamino? —preguntó Ulica.
—No sé dónde está, pero puedo decirte quién fue su último propietario, su nombre es Wof.
—¿Wof? ¿El héroe del Sexto Planeta? —preguntó Xam.
—Sí.