Vientos desnudos. Pérez Ruíz Maya Lorena
II
Pero esta mirada de historias que pueden calificarse sin la menor duda dentro del género del “cuento erótico” no es aquí lo que domina. Porque los trazos literarios con los que se teje esta veintena de “cuadros” —ya veremos en qué sentido se trata estrictamente de “cuadros”— son rizomáticos y abren la vía narrativa y de reflexión a muy distintos ámbitos o “temas” de la vida. Disruptivos y rebeldes —deconstructivos de muy diversas formas, si nos atenemos al concepto planteado por Derrida—, descubren realidades fuertes de las relaciones de pareja, de las asimétricas condiciones que estructuralmente viven o han vivido en los tiempos modernos las mujeres frente a patriarcas mayores o menores; de la soledad y de lo que puede significar en muy distintos casos el hecho simple y crudo de morir o de enfrentarse a la muerte, de inequidades sociales e injusticias del antes o de ahora, todo ello escrito en varios de los cuentos con un exquisito sentido del humor que emerge repentinamente de las letras.
Cubriendo en algunos trazos escenarios que se plantan en la “era del Covid”, los cuentos de Maya Lorena no tienen una temporalidad arbórea sino —ya lo habíamos dicho— rizomática. En este caleidoscopio de historias el lector tiene que poner algo o mucho de su parte para encontrar los hilos o las correspondencias que unen a unos cuentos con otros; y tienen que ser descubiertos por quien se envuelva gozosamente en ellos. Virtud de la referida confección que pudiera ser aplaudida por Jauss, desde su conocida “estética de la recepción”.
III
Quisiera en esta tercera parte atreverme a señalar que varios de los cuentos de Maya Lorena deberán ubicarse en el “subgénero” —desarrollado inicialmente por Poe, y luego magistralmente por Baudelaire— de la poética en prosa. Y, en dicha condición, tienen que ubicarse o considerarse como “textos con marco”. Me explico apoyándome en Roberto Calasso, cuando señaló que los pequeños poemas en prosa de Baudelaire eran una especie “de caos dentro de un marco”. Donde el “cuadro” tiene la función de aprisionar “en el cuadro mismo una energía de la que, de otro modo, no se reconocería el origen. Todo lo que sucede dentro del marco exalta los elementos que quedan circunscritos, los obliga a hibridarse en combinaciones experimentales”.
Pero en este punto algún lector preguntará: ¿cuál es la diferencia entre “un cuento” y un poema en prosa. Que todos los poemas en prosa de Maya Lorena entran estrictamente en el género “cuento”, pero no todos sus cuentos entran en el subgénero de “poemas en prosa”.
Un poema en prosa incluye sin duda la regla del “relato”, pero con entretejidos poéticos que se fincan en cierta luminosidad plástica enmarcada en “la imagen”. Un cuento puede ser simple y llanamente “un relato”, bueno o malo, pero un poema en prosa es a la vez escritura y “pintura”, con pinceladas o trazos coloridos, cuidadosos en mostrar luces y sombras. El lector disfruta entonces “la imagen”, las tres o cuatro dimensiones que la forjan, el sabor que sugiere y reverberaciones o tonalidades sólo perceptibles por “el tacto” de la vista.
Y ello se logra por la calidad y la forma del entretejido literario que se implica.
Quepa mencionar en este punto que algunos de los cuentos-poemas en prosa de Maya Lorena logran proyectar una mirada “infantil”, en el sentido en el que ello fue entendido o definido por Gilles Deleuze, cuando dijo que, “[con el tiempo], las personas mayores son atrapadas por el fondo, caen y ya no comprenden, porque son demasiado profundas”.
O, más explícitamente, como lo concibió Baudelaire en El pintor de la vida moderna, cuando dijo que “El niño ve una novedad en todas las cosas; nada se parece tanto a lo que se conoce como inspiración que la dicha con la que el niño absorbe la forma y el color. El hombre de genio tiene nervios templados; el niño los tiene débiles. En uno, la razón ocupa un lugar decisivo; en el otro, la sensibilidad abarca casi todo su ser. Pero el genio no es sino la infancia recuperada a voluntad”.
En fin. Digamos que el libro que el lector tiene en sus manos es una significativa aportación a la literatura moderna. A buena hora y en el mejor momento, justo cuando se viven transformaciones profundas en el vida y en el lenguaje, en México y en el mundo.
A MANERA DE INTRODUCCIÓN
Considero que escribir literatura puede ser pensado como un hecho social total. ¿Por qué digo esto? Porque en “el escribir literatura” —y “el exponerse” al publicarla— se imbrica lo individual con lo colectivo, el pensar con el sentir, en una dimensión que liga al todo con la parte y la parte con el todo, la totalidad social y humana con la imaginación, el mito o la fantasía. Y ese “imaginar” abre muchas veces curso a la utopía.
¿Confronta esa cualidad de ser un “hecho social total” la perspectiva individual? De ninguna manera. Quien escribe y “se expone” teje su propia subjetividad con las multiplicadas ramificaciones del mundo, en un acto que se vuelve en ese trance un hecho de plena y gozosa libertad.
¿Qué queda en el registro? El grito desgarrado de la protesta, la airada necesidad de subvertir el orden, la lúdica expresión de la alegría, y el movimiento, en catarata, de los amores rebeldes o de la simple y liberadora rebeldía.
El tiempo, en esa forja, deja a un lado a “cronos” para volverse al mismo tiempo pasado, presente o algún posible futuro.
La colección de cuentos que aquí presento es un testimonio de más de veinte años de ese ejercicio de libertad, ni arbitrario ni sumiso, situado firmemente en lo que soy y aspiro.
Cuatro de los 20 cuentos de este libro tuvieron una versión pública en la colección Mujeres que Cuentan de la editorial Narratio Aspectabilis. Éstos son “El tren” (2017), “Amor con clase” (2018), “Destellos” (2019) y “Lucía” (2020); mismos que fueron retrabajados y aparecen aquí bajo los nombres “Terror en los vagones”, “Amor en rebeldía”, “Oscuridad insondable” y “Los fantasmas del alma”.
PARTE I
VOLAR LA NOCHE
Cuando la llamaron bruja le pareció un insulto. Ahora, mientras se sujeta el pelo para que el viento no le impida ver, el apelativo se vuelve un halago compartido. Son varias las que navegan la noche.
La primera vez los destinatarios de su acoso las ignoraron, tan leve era el murmullo de su presencia, uno más de los que acompañan la nieve al caer.
Ahora aquellos que las escuchan huyen en busca de refugio.
Al día siguiente ninguno menciona a las mujeres que enlutan su virilidad y los hacen perdedores de su imperio. Al oscurecer un ahogo insondable se apodera de ellos.
No reconocen su terror.
Si no se habla de él no existe.
Juegan cartas, se embriagan, cantan, escriben, hasta que deben irse a dormir.
No logran conciliar el sueño. Han de permanecer alertas para escudriñar el silencio y detectar cuándo se acercan las mujeres en vuelo. Apenas un susurro. Un sollozo de ira oculto entre los sonidos de la noche.
Si fuesen previsibles se facilitaría la espera.
Nunca ocurre así.
Ellas juegan con la veleidad de su acecho. Disfrutan la sorpresa. Los vuelos ralentí con que los engañan y soplan detrás de sus orejas como sollozos muertos.
“¡Las brujas están aquí!” grita algún horrorizado.
Lo secundan los demás. Nadie enciende la luz para no delatar el lugar donde pernoctan.
Se levantan de sus camastros. Los pantalones a medio poner. El pelo revuelto. Los ojos ciegos incapaces de guiarlos en el pavor con que corren.
Los