Campo Cerrado. Max Aub

Campo Cerrado - Max Aub


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A este mismo patrocinio del programa Prometeo se deben las ediciones digitales que se inician hoy con la colaboración de la Universitat de València. Esperemos que gocen del favor del público y de una larga vida.

      Joan Oleza Simó

      Universitat de València

      Enero de 2018

       ESTUDIO INTRODUCTORIO

       Campo cerrado, por Ignacio Soldevila Durante

       1. Las circunstancias de producción de Campo cerrado y la génesis de El laberinto mágico

      Apenas había terminado la guerra civil cuando Max Aub concibió el proyecto de una serie de novelas en las que, con decidida voluntad testimonial, iba a retomar el camino de la novela histórica, como tantos otros escritores españoles de su tiempo, atraídos por una especie de hipnosis colectiva, de fijación en ese crucial episodio. Para él, esa guerra que desembocó en la derrota de sus ideales políticos y sociales, y en la pérdida de su hogar, su ciudad y su patria adoptiva, se convertirá en una persistente obsesión. Pero además de responder en su producción literaria a esa exigencia sentida de manera tan ineludible, Aub ha tenido que reconsiderar su anterior actitud frente a los géneros literarios. Los escritores de su generación, siguiendo las tendencias que en las vanguardias europeas se han ido manifestando contra el género novelístico que había dominado en el vasto periodo ocupado por las escuelas realista y naturalista, optan por otros géneros literarios, especialmente la poesía lírica y el teatro. Y cuando afrontan la posibilidad de narrar, lo hacen bien en función de ruptura con la tradición, dando origen a formas antinovelescas como las que Gómez de la Serna introduce en España, o bien orientándose hacia una hibridación de poesía y relato –que difícilmente podía rebasar los límites del cuento o la nouvelle– que casi todos los escritores de la generación del 27–incluso los más dedicados a la poesía lírica– van a tantear, con gran aplauso y apoyo de su gran mentor de aquellos años, José Ortega y Gasset. Por ese mismo camino había transitado Aub hasta 1934, fecha en que empieza a atisbar, durante la primera crisis republicana, el callejón sin salida al que parecen abocados estos experimentos para minorías, y que, en el contexto de la euforia republicana que aspira a llevar la instrucción pública a la inmensa mayoría, navegan contra corriente. Más tarde, en su Discurso de la novela española contemporánea, hará un duro e inmisericorde retrato de este corpus narrativo, cuyos productos no duda en describir como «cagarritas literarias». Pero es evidente que, al publicar su relato El cojo en 1938, Aub ha echado siete llaves a su pasado de escritor para minorías, y ha decidido volver a entroncar con la tradición novelística, que había sufrido indudables transformaciones en manos de los hombres del 98, y particularmente de Valle Inclán, en sus novelas de El ruedo ibérico. Desde su aparición, las primeras críticas sobre las novelas de El laberinto mágico detectan ese entronque con las más logradas formas de renovación de la novela realizadas, contra corriente, durante los años gloriosos de las vanguardias.

      Ironías de la historia, es precisamente en Francia, su país natal, del que había tenido que salir huyendo la familia Aub de otra guerra en 1914, en donde tendrá que buscar refugio a causa de la nuestra. Naturalmente, Aub no era un extranjero en su patria, a la que había viajado regularmente durante su juventud y primera madurez, y en la que tenía familia y numerosas amistades personales y literarias. La última de ellas, la de André Malraux, de quien era todavía ayudante de dirección y factótum durante el rodaje en España de Sierra de Teruel, el filme basado en la novela L’Espoir. Un filme inconcluso al llegar a Francia con el equipo de producción el 1 de febrero de 1939, y cuya terminación será la primera tarea a la que se dedicarán desde entonces. Refugiada ya su familia en París, donde con anterioridad había desempeñado el cargo de agregado cultural de la Embajada de España, siendo Luis Araquistáin embajador, Aub llega a la capital francesa en febrero. En una larga anotación de su diario –25 de mayo de 1951– recordará esos tiempos:

      París, la calle Dumesnil, mi tía Ana, la buhardilla de la calle del Capitán Ferber,1 la portera –tía de Rolland Simon, mi traductor, que mataron en Toulon– que hacía couscous en su oscuro tabanco. Aquel ascensor lento. Mi llegada en febrero del 39. Aquí estoy, y P[eua]2 la puerta abierta, sin decirme nada. Ella sola, las hijas repartidas en los alrededores, en familias obreras.

      Y más adelante:

      Me puse a escribir Campo cerrado, diez cuartillas diarias, por la mañana a mano, por la tarde a máquina –menos los días en que iba a los estudios. Ni cinco céntimos. La buhardilla: ya no recuerdo el papel que recubría la pared. Solo aquella cocina de gas en la esquina, empotrada. Y mis maletas y el triste catre. La mesa de pino y las hijas repartidas por los alrededores de París. Íbamos a verlas los domingos. Un día dos,3 otro a Bondy, donde estaba la mayor.4 Creo que Quiroga era el único que venía de cuando en cuando a casa, a oír capitulejos sueltos de la novela.5

      El texto de la novela, empezado en mayo, estaba terminado en agosto de 1939. Inmediatamente después empezaría el largo calvario de cárceles y campos de concentración que terminaría en 1942, cuando el 10 de septiembre embarca en Casablanca hacia México.

      El manuscrito de Campo cerrado lo había entregado a Juan Ignacio Mantecón, amigo y compañero de exilio de Aub, quien, habiendo salido pronto del campo de concentración de Vernet, se lo llevaría a México. Allí lo recuperaría Aub a poco de llegar en octubre.6 En agosto de 1943 le añade un breve prólogo, donde Aub da por primera vez cuenta de su proyectada pentalogía novelística sobre la guerra civil y el exilio republicano. En ese prólogo, que desaparece ya en la edición de 19687 y que recuperamos ahora, da, además del título del conjunto (El laberinto mágico) los de cada una de las cinco novelas proyectadas, de las que tiene ya escritas Campo cerrado, Campo abierto y Campo de sangre, cuyos manuscritos recuperó después de darlos por perdidos. Las circunstancias en que pudo editar esta novela se han hecho públicas recientemente con la aparición de sus diarios. En una anotación del 19 de noviembre de 1943, Aub comenta la desagradable crítica que U.8 le ha hecho acerca de su adaptación para el cine de La Verbena de la Paloma. Y concluye: «Por otra parte, mi trabajo era malísimo, hecho para poder pagar la edición de C.c.». Aznar Soler –que preparó la edición de los diarios– no duda en identificar esas siglas con Campo cerrado. En uno de mis encuentros con Aub, este me había contado que, aunque la edición de sus primeras novelas aparecía con el sello editorial Tezontle, el Fondo de Cultura Económica no arriesgó nada en la edición, limitándose al rol de distribuidor, del que queda constancia en la contraportada. Contrasta esta cruda realidad con las leyendas que se hacían circular en España acerca de la opulencia en que estaban viviendo los exiliados a costa de lo que se habían llevado fraudulentamente, vaciando las arcas del Estado.

       2. Temas y desarrollo narrativo de Campo cerrado

      El tema de la guerra civil ya lo había tratado Aub en su relato El Cojo (1938), pero esta es la primera novela que dedica al conflicto. De la lectura de la obra, se desprende claramente que Aub ha querido explicarse y explicarnos el estallido bélico como una consecuencia de una cadena de sucesos y conmociones políticas, por una parte, y por otra, como el resultado de una cierta imprevisión o miopía que impidió a los que luego serían sus víctimas darse cuenta de cómo la situación iba llevándoles hacia un callejón sin salida. Tal vez por eso Aub inicia el vasto proyecto novelístico con un episodio de intención simbólica. Describe una fiesta de remotos orígenes y todavía viva en la cultura popular de lugares como Viver de las Aguas, en la provincia de Castellón: el toro de fuego. Este animal, portando sobre sus cuernos unas bolas de pez y resina encendidas, corre durante la noche por las calles previamente cercadas del pueblo, presa del pánico que le produce el fuego del que es portador y sin poder hallar salida a su laberíntico encierro. A la madrugada, ya exhausto, el toro muere víctima de los arteros ataques de la multitud y la fiesta termina.

      Esta fiesta tiene


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